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Pinocchio: Rebelión en el Retablo

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Por Frank Padrón

La reciente versión por parte de los grupos Buendía/ Teatro Icarón sobre Pinocchio, como se sabe uno de los cuentos ¿ infantiles? más populares de la literatura, ha resultado todo un acontecimiento a juzgar por la positiva reacción de un público esencialmente joven que colmó la antigua iglesia de la calle Loma,  sede del grupo que comanda la maestra Flora Lauten.

El actor Rubén Martínez Molina, plantilla actual de la compañía matancera que coproduce la puesta, es el padre de la criatura. Además de la dirección  y la asunción de uno de los personajes (el Titiritero), el joven artista se encargó de la escenografía y el vestuario – la realización de la primera junto al productor Alexis Mourelo, con quien también se encargó del diseño de las luces y el sonido- , todos rubros de siempre importantes pero quizá más aquí por la peculiar atmósfera onírica, surrealista, a medio camino entre el sueño y la realidad que caracteriza el hipertexto.

En la puesta se evita el diálogo, incluso la palabra es casi siempre sustituida por esta cantada o la pura música, las cuales junto a la decisiva coreografía (Lisset Soria) arman este relato escénico asesorado por Raquel Carrió y Alejandro Alfonso donde asistimos más que a la linealidad aristotélica, a segmentos del célebre cuentos del italiano Carlo Collodi, que tantas versiones ha conocido para el cine, la TV y el teatro.

Rubén acude tanto a música original como a piezas conocidas del cancionero infantil internacional para recrear las vivencias de la marioneta que aspira a volverse humana, que se enfrenta con ingenuidad e inocencia a la manipulación, el engaño y el vicio, entre los cuales se adivina ese voto por la autenticidad, la autorealización y el crecimiento que late en las páginas del original.

Todos los elementos se ponen en función de estos ideologemas, comenzando por el concepto que alimentó el diseño de las figuras y el look de los actores, que emiten  guiños certeros a la Comedia dell’ Arte, el gótico, el cuento de hadas y el surrealismo, lo cual se refrenda mediante el claroscuro que preside a nivel lumínico, justamente focalizando la ambigüedad y las dualidades que caracterizan el relato.

Todo, sobre esa delirante escenografía que trasmite a plenitud los intensos contrastes que a tiempo completo luchan en escena, conformando una eficaz dinámica que conduce de la mejor manera los cauces narrativos y dramáticos, incluyendo la participación del público en el juego del «rabo al burro», uno de los tantos momentos festivos que signan la envoltura lúdica del texto.

Hay construcciones memorables, como ese pez inmenso que más que a la ballena del cuento remite al Leviatán bíblico, o el protagónico titiritero que recuerda al payaso Coco en los muñequitos de Betty Boop, los trazos tan imaginativos del imprescindible Pepe Grillo o el gusano que resume en su estructura y proyección varios de los personajes negativos del referente literario.

Quizá haya algunos pasajes que hubieran requerido de un mayor desarrollo escénico, pero todo en este Pinoccio detenta el signo de la fiesta, o mejor y más específicamente del carnaval, por lo que contiene de inversión de roles y valores, de irreverencia y rebeldía hacia lo establecido y anquilosado, sobre lo cual no obstante es claro su grito por preservar las libertades y lo más noble del ser.

Valga encomiar, por supuesto, el desempeño coherente y consecuente de los histriones, ajustados y concentrados en sus roles: el propio Rubén, tan ágil en sus zancos; Juliette González (Pinocchio), Alexis Mourelo (Domovik) o los inquietos y simpáticos títeres de Rachel Cruz, Dennis Carnet, Lisset Soria y Ángel González.

Original y muy sugerente sin dudas esta nueva cita que nos permiten Buendía/ Icarón con la adorable marioneta en camino de tornarse niño y con algunos  de sus variopintos colegas, prestos siempre a recordarnos la apasionante complejidad del retablo humano.

Foto de portada tomada de la página en Facebook de Teatro Buendía