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Pequeño gran itinerario escénico

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Por Omar Valiño

En medio de las difíciles condiciones que padecemos, la programación escénica puede ser, y es, aire de vida para la ciudad y su gente. Ahora transcurre el Festival Aquelarre, el público siempre masivo del humor, acompaña y ríe. Pero así han sido estas últimas semanas en La Habana con diversas propuestas, aunque también escucho los ecos de estrenos en otros lugares del país.

Diría que el fin de semana pasado se inició, en este sentido, el jueves por la tarde con la inauguración de la exposición Con el pincel de otros, del diseñador escénico Zenén Calero, en la Galería Villa Manuela de la Uneac. Ante cada maravillosa creación de este «mago», llega el recuerdo de esos títeres y objetos animados dentro de las puestas de Rubén Darío Salazar. Así, el recorrido funciona como un bello catálogo vivo de los 30 años de Teatro de Las Estaciones, «alma, corazón y vida» de ambos premios nacionales de Teatro.

El viernes varios profesores del departamento de Teatrología-Dramaturgia de la Facultad de Arte Teatral de la Universidad de las Artes, asistimos a los ejercicios de predefensa de cuatro alumnos que abren la puerta final hacia sus respectivos trabajos de Diploma. Los propósitos de cada uno de ellos, y la discusión suscitada, aseguran la permanencia de la investigación teatral en Cuba como componente insoslayable de su ecosistema de trabajo.

Esa noche hice la primera visita al Réquiem por Yarini de Carlos Díaz, sobre el conocido texto de Carlos Felipe, inscrito como clásico en el repertorio nacional, esta vez con versión dramatúrgica de Norge Espinosa. El coliseo del Trianón acoge otra vez una gran producción del director de Teatro El Público, de esas que, felizmente, marcan las citas capitalinas por una larga temporada. De ella hay que valerse para escribir con más propiedad, después de ver más funciones con los numerosos elencos reunidos por ese imán que es Carlos mismo.

El domingo por la mañana acudí a La Proa a ver la prueba de grado de 2do. año de la especialidad de títeres de la Escuela Nacional de Arte, dirigida por los profesores Ederlis Rodríguez y Erduyn Maza. Un shakespereano Romeo y Julieta, libérrimo, fresco y simpático, con muy buen aprovechamiento de las posibilidades técnicas de los títeres de varillas y de los peleles. Eficaces dinámicas de movimiento, imaginación, atrevimientos expresivos y comprensión de signos y convenciones por parte de los jovencísimos estudiantes.

Reservo para el final la noche del sábado en la Sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba (tnc). Allí se presentaba Danza Contemporánea de Cuba (DCC), dirigida por Miguel Iglesias, en celebración de su aniversario 65, el mismo cumpleaños del tnc, donde nació la compañía fundada por Ramiro Guerra.

Llevo casi 40 años como fiel espectador de DCC. En la segunda mitad de los 80, entonces Danza Nacional de Cuba ya presentaba Súlkary, como un clásico firmado por Eduardo Rivero. Todavía lo hacía uno de sus bailarines fundadores, Isidro Rolando. El ahora Premio Nacional de Danza disfrutaba emocionado, este fin de semana, las funciones de recuperación de la coreografía, después de un largo tiempo fuera de repertorio, y en cuya vuelta a la vida él ha sido un pilar.

Súlkary es una de las mayores ofrendas artísticas cubanas a nuestro origen africano.

Es un símbolo de reafirmación y dignidad, como bien señala el colega Yuris Nórido en las notas al programa; toda la sensualidad del ser humano; la cultura que nos fecundó en un grado puro de métafora; rito primigenio de caza, siembra, canto, ruedo sexual.

Cuando los bailarines cargan a las bailarinas, entrevemos un esplendor del reino de la humanidad en una escultura icónica del arte cubano; el origen de la aventura humana, la belleza total; el rito genésico de la fertilidad como inconmensurable obra africana.

Foto: Adolfo Izquierdo

Fuente: Periódico Granma digital