Por Esther Suárez Durán
El maestro juglar de Cuba ha partido a instalarse en lo eterno. Al arte de la figura animada dedicó la mayor parte de su vida, primero como aficionado, desde sus doce años, hasta que, a estas experiencias que continuaron durante el cumplimiento de su Servicio Militar, sumó los saberes que le aportaron la Escuela Nacional de Teatro Infantil, única en su tipo en el país hasta el presente, conducida por el maestro Julio Cordero, de donde egresó, tras su abrupto término, en 1971.
Frescas en su memoria las actuaciones de los titiriteros ambulantes que encontró en La Habana durante su infancia, tras su arribo desde el natal Pinar del Río, les rindió homenaje reviviendo esa tradición como juglar titiritero, pues desde un inicio diseñó y construyó sus propios personajes. Y así surgieron aquellos que le acompañarían toda la vida: Sisebuto, Ramillete, Tripilingo con sus ocurrentes diálogos y hazañas.
Se hizo visita frecuente en el Teatro Nacional de Guiñol y discípulo activo, por elección propia, de Carucha, Pepe Camejo y Pepe Carril.
El inicio del nefasto quinquenio gris arrasó con el Teatro Nacional de Guiñol. La Escuela de Teatro Infantil desaparece. Es el mismo período en que Pedro resulta seleccionado, entre los teatristas cubanos que estudiarían artes dramáticas a la antigua URSS. Entre 1973 y 1974 está, inicialmente, en las aulas del Instituto Estatal de Arte Teatral Lunacharski, hasta que consigue la ubicación idónea para sus intereses en el Teatro Central Académico de Muñecos de Moscú, bajo la dirección del gran maestro ruso Serguei Obraztzov.
Tras su regreso se integró a la Peña de los Juglares del Parque Lenin, junto a Teresita Fernández y Francisco Garzón Céspedes. Los tres dieron vida a una experiencia estética inolvidable en una colina vuelta mítica, a la sombra de los árboles, en un entorno absolutamente natural.
El 28 de enero de 1978 creó el Teatro Okantomí, una de las empresas más importantes de toda su vida. A sus experiencias y conocimientos como juglar, titiritero de diversas técnicas, ventrílocuo, director escénico suma la de profesor de animación de figuras. Integra la planta de profesores de la Escuela de Capacitación de actores y directores de teatro para la infancia y la juventud que tiene por sede el Parque Lenin.
Es esta la etapa en que el país se interesa por participar de la vida de los organismos internacionales de la escena. Se fundan los centros nacionales de la Unión Internacional de la Marioneta (UNIMA) y de la Asociación Internacional del Teatro para Niños y Jóvenes (ASSITEJ) mientras se refunda el centro cubano del Instituto Internacional de Teatro (ITI), que desde 1948 había creado —pagando la cuota anual del país con sus ahorros- el director cubano Francisco Morín, líder del Teatro Prometeo, la institución teatral más importante de aquella época. A Pedro le correspondió ser el fundador y presidente del Centro Cubano de la UNIMA entre 1978 y 1992, a la vez que fue miembro del Comité Ejecutivo de Unima Internacional y presidente de la Comisión de Trabajo para América Latina, entre 1984 y 1994.
En Okantomí entrenó y desarrolló nuevos talentos para la escena del teatro de figuras y del teatro para niños en general, pero también lo hizo en otras de nuestras agrupaciones y con muchos otros de nuestros colegas. Ejerció un magisterio discreto, sin alarde, casi anónimo de no ser por la gratitud y la honestidad de quienes resultaron favorecidos. Su mirada atenta descubría la ocasión perfecta para incorporar un juego –a veces, en realidad, un desafío— titiritero, como el lanzamiento al aire del personaje de Mowgli en la puesta de Teatro de la Proa, o el cambio sutil y rápido de manos para mantener animada una figura en Bebé y el señor don Pomposo, en Okantomí.
El niño eterno que anidó siempre en Pedro le mantuvo la mirada fresca y la creencia viva en el alma de los títeres. También le ayudó a mantener en el presente las entrañables figuras de Pelusín del Monte y Amigo.
Su especial sensibilidad, su talento y su trayectoria fueron reconocidos con el Diploma Centenario de La Edad de Oro, otorgado por vez única a personalidades relevantes de la creación artística y literaria destinada a la infancia y la juventud; la Distinción por la Cultura Nacional, la Medalla Raúl Gómez García, la Orden Alejo Carpentier, entre otros galardones. Más recientemente, fue acreedor de la Medalla al Mérito “Juglar de Juglares 2020” que entregó, desde Madrid, en el propio año, por vez primera, la Cátedra Iberoamericana Itinerante de Narración Oral Escénica (CIINOE), atendiendo a “su excepcional contribución al desarrollo de la comunicación, la cultura, el arte, la juglaría, la difusión y extensión cultural y el mejoramiento humano”; mientras en 2022 recibía la Distinción Hermanos Camejo y Pepe Carril, durante la edición 14 del Festival-Taller Internacional de Títeres de Matanzas.
Pedro Valdés Piña es considerado internacionalmente como una de las figuras representativas del arte de la animación de figuras y el teatro para la infancia en Hispanoamérica.
Para nosotros, sus colegas, era un reservorio de espiritualidad, cultura, exquisita sensibilidad, imaginación y sabiduría. Un amante y defensor del bienestar animal y del respeto y cuidado de toda la naturaleza. Un maestro de toque finísimo, forjado en la vida, despojado absolutamente de jactancia o presunción. Un punto de luz perennemente encendido.
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