Paul Taylor Dance Company a escena

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Tras dos años de receso pandémico, Paul Taylor Dance Company (PTDC) regresó al teatro David H. Koch, en el mítico Lincoln Center de Manhattan.

Por Frank Padrón

La prestigiosa compañía de danza contemporánea a la que aporta su nombre el apellido del célebre coreógrafo y performer, desde que en 1974 la fundara y dirigiera, y tras los veinte años anteriores exclusivamente dedicados a la coreografía, presentó a lleno completo un programa concierto que les mostró, a juzgar por colegas que lo vieran en anteriores presentaciones, renovado y energético.

Con bailarines jóvenes y de grácil proyección escénica, que en muchos casos delatan una formación clásica a pesar de que las obras detentan una línea más moderna, el PTDC abrió su presentación –sujeta a leves cambios en las diferentes funciones- con la pieza Company B, sobre la base de canciones típicas de la Segunda Guerra Mundial, cuando ritmos alegres y sensuales intentaban hacer olvidar el horror de la contienda bélica.

Interpretadas por Andrew Sisters, las expresiones de boogie woogie y otros ritmos de la época, permitieron un despliegue de vitalidad y dinamismo en expresivas combinaciones de los danzantes, partiendo de una coreografía del director. Solo que, vistas las primeras, se asistía después a meras variaciones del discurso sin verdaderas mutaciones que hubieran enriquecido el relato escénico.

El resto del programa, afortunadamente, elevó la parada. Solitaire, a partir de la música escrita por Ernest Bloche (su Concerto grosso No. 1), coreografiada por Laurent Lovette y en estreno mundial, sigue a una persona que en soledad logra la paz. De la inmovilidad inicial con una gran estructura de fondo, cruz con líneas devenidas vidrieras, en hermoso diseño de quien también se hizo cargo del peculiar vestuario (Santo Loquasto), se pasa a giros y pasos entrecortados que aceleran el movimiento a medida que avanza la trama, para retornar a la quietud inicial en un bosque lleno de blancas y suaves esculturas. Mutaciones de gestos y escenas signan este ballet que discursa en torno a la cura que significa la danza ante la soledad existencial, y donde tanto solista como cuerpo de baile dialogan con el esencial entorno.

Syzygy, la pieza final, nos conecta nuevamente con Taylor en tanto coreógrafo, quien echa mano de un término que en inglés alude a la meteorología, para reflexionar en torno al efecto de alineaciones celestes y mareas en la creación de un toque de locura. Aparentemente caótico y desenfrenado, pero con una rara consistencia filosófica, la pieza se centra sobre todo en la solista Linda Kent, a principio apoyada en el cuerpo de baile, y finalizando sola en magistral interpretación, e integrada al telón de fondo de connotaciones atmosféricas que con sapiencia pictórica concibió el aplaudido diseñador Gene Moore, y dando vida corporal a ritmos latinos que informan la ajustada partitura de Donald York.

Los cerrados aplausos de la función incluyeron sin dudas a la orquesta, magistralmente dirigida por David LaMarche y la dirección artística de Michael Novak.

Grata sorpresa este encuentro newyorquino con la excepcional Paul Taylor Dance Company (PTDC), que ojalá algún día pueda mostrar tan especial arte sobre escenarios cubanos.