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Partidas y reencuentros en la dramaturgia de Yerandy Fleites

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Por Fefi Quintana Montiel

Yerandy Fleites es uno de los dramaturgos fundamentales de la escena cubana actual, además de prolífico, publicado y multipremiado. En 2018 obtuvo los dos más importantes premios de dramaturgia que otorga la Casa Editorial Tablas Alarcos: el Dora Alonso para Niños y de Títeres con Cabeza de caballo, y el Virgilio Piñera por Maneras de usar el corazón por fuera. Algo inédito en las ediciones de estos concursos.

La obra de este autor posee solidez argumental, hondura filosófica y eficacia escritural considerables. Sus historias son de una fuerza y belleza tremendas que conmueven hasta la médula.

Sin duda, en su escritura hay poesía, pero entendida esta en su acepción primera: poiesis, que quiere decir «creación».

La obra Cabeza de caballo —con prólogo de Ulises Rodríguez Febles—, está concebida especialmente para adolescentes y desde los conflictos más actuales de la infancia en Cuba. Una infancia dañada por la separación familiar y a la que urge restañarle el dolor.

«Por vez primera en la dramaturgia nacional —como bien ha señalado la teatróloga Yudd Favier— se pone en la voz de los niños la separación por la migración, el dolor de dejar lo conocido y, sobre todo, el dolor y la nostalgia de los que se quedan».

De ese dolor sabe Edith, la única niña que se acerca a conversar y jugar con Liriel, y se hace su amiga. Relación pura y hermosa, que lo salva. Mas ella lo ve partir. La Madre lo lleva a reunirse con su padre —al fin estarán juntos nuevamente— en ese otro país adonde fue a comenzar una nueva vida.

A Liriel no es su deformidad, su enorme cabeza, como la de un caballo, lo que tanto lo lacera, sino la partida de su padre. El matarife que lo acosa no lo intimida más que la soledad que siente ante la ausencia de su progenitor. No lo lastima tanto el bullying a que es sometido por sus compañeros de clases, como la herida que se hace al romper un espejo en el que no se reconoce. ¿Quién es ese del otro lado? ¡Cuántas imágenes extrañas se reflejan en tantos fragmentos! Está desorientado. Ya nada es como antes, cuando estaba el padre. Su infancia ha quedado tan rota como ese espejo.

Los ambientes que recrea esta pieza son oníricos, en especial la escena final, de una belleza suprema, donde el autor maneja eficazmente la ambivalencia y deja indefinido si lo que sucede es un sueño o acontece en la realidad.

Asimismo, Fleites emplea recursos propios de la poesía, como en la escena Carrusel, donde los personajes hablan uno a continuación del otro, aun cuando algunos no dialogan, en una especie de retahíla, similar a los versos que se muerden la cola: un personaje refiere a otro y este es el que sigue el próximo parlamento. Y como cada cual tiene su voz, su registro bien marcado, a medida que suceden los parlamentos, la escena gira, y sube y baja a la vez, como un carrusel.

Hay un instante particularmente conmovedor, en el que Fleites hace un guiño a esa obra memorable de Pedro Monge Rafuls que también trata el tema de la migración y es Nadie se va del todo, donde la respuesta que la madre da al hijo puede servir de consuelo a muchos.

Liriel pregunta: «Mamá, ¿es cierto que los que se van no vuelven?».

Y ella responde: «Vuelven. Sí vuelven. De alguna manera vuelven. Los que se van siempre vuelven, de alguna manera. Nadie se ha podido marchar para siempre de ningún lugar. Nadie se va del todo. Es bueno pensarlo así».

Por su parte, Maneras de usar el corazón por fuera «es un desafío dramatúrgico y será un reto para cualquier director», según consta en el acta del jurado que la premió.

Alberto Sarraín en el prólogo del libro apunta que constituye un «desagravio a una de las obras más teatrales de la modernidad cubana»: El Chino, de Carlos Felipe, que sin embargo ha sido muy poco representada.

«Si de algo trata Maneras… es del propio teatro», me dijo Fleites en una de nuestras conversaciones de trabajo. El teatro y la dramaturgia de Carlos Felipe le sirven de pretextos al autor para homenajear la herencia teatral que le precede y abordar tangencialmente la identidad cubana.

La estructura es compleja, se basa en una puesta en abismo donde corren en paralelo la representación de la obra de Carlos Felipe y el recuento que hacen los personajes de un crimen que se ha cometido, el del Violinista, que «tal parece que usaba el corazón por fuera». Cada cual da un punto de vista distinto del mismo hecho, y en cada confesión —sea en lo que parecen interrogatorios o en la representación que se hace de la representación de El Chino— se siente cómo bulle el magma de los dramas personales, donde trasuntan amores y odios, añoranzas, desalientos, deseos, vicios, partidas y retornos, encuentros y desencuentros… Conflictos que van saliendo a la luz de a poco en una superposición de perspectivas, épocas, acontecimientos y sentimientos que se acumulan, se reciclan, y ante cada revelación se resignifican. Mas somos nosotros —el público, los lectores— los que vamos urdiendo una historia mayor, desde la que avistamos cierto resquicio de una historia no contada de nuestro país, donde el pasado gravita en el presente infinitamente, y a ciencia cierta no sabemos qué camino tomar ante las múltiples formas que adopta la verdad en el drama.

Maneras de usar el corazón por fuera es una historia de pérdidas, de desgarramientos, pero también es una historia de reencuentros y de comunión. Comunión que se da en el teatro de Yerandy Fleites, y que nos impulsa a aspirar a una comunión mayor, más allá de lo teatral.

Foto de Portada: cortesía de la Editorial Tablas-Alarcos