He recibido con dolor la noticia de la muerte de nuestra Primera Bailarina, Alicia Alonso. En estos momentos no puedo dejar de pensar en todo lo que le debemos, en el extraordinario legado que Alicia nos ha dejado. Siendo hija de una pequeña isla del Caribe, Alonso se impuso a todas las barreras que decían que el ballet era un arte de países desarrollados, que el físico y el temperamento latino no se ajustaban a los requisitos de la danza clásica.
Todos estos prejuicios fueron demolidos cuando Alicia Alonso entró en la escena. Impuso su nombre latino, su físico, su personalidad. Su lucha por ser reconocida abrió las puertas del ballet clásico para todos los jóvenes de nuestro continente que soñaban con bailar y puso el nombre de Cuba en las carteleras de los grandes escenarios internacionales. Luego, junto a Fernando y Alberto Alonso, fundó la Escuela en nuestro país y ya es sabida la historia posterior: el ballet cubano, nuestros bailarines, son aplaudidos con admiración en todo el mundo.
Tuve la dicha de bailar con Alicia Alonso en una ocasión. En otro momento tuve el privilegio de que me tomara ensayos de El espectro de la rosa, de Michel Fokine. Fue una experiencia inolvidable porque, entre las correcciones, Alicia nos contaba anécdotas sobre el coreógrafo. Ese día quedé deslumbrado por sus conocimientos y su memoria, por el recuerdo de esas historias lejanas que al contarlas ella se hacían tan cercanas.
Hoy me sumo al dolor por la muerte de Alicia Alonso, por todo lo que creó, por todo lo que nos dio, por ser el cimiento principal de una escuela de ballet que tanta gloria le ha dado a nuestro país, por haber sido raíz de nuestro movimiento danzario. Junto a los artistas de Cuba, seguiré trabajando para que nuestro país siga creciendo. Creo que esa es la mejor manera de honrar su nombre.
Carlos Acosta