Search
Close this search box.

Padre Nuestro, si no fueran tan machos los discursos

image_pdfimage_print

Por Marco González Bartlhemy

Sé que resulta imposible reconstruir la experiencia escénica tal cual ocurrió, no solo por la naturaleza efímera del teatro, sino porque el papel en nada, o muy poco, se parece a la escena. Por eso quiero empezar diciendo que Padre Nuestro no es una obra, ni un performance, ni nada que se le parezca, sino en primer lugar un desahogo, una válvula de escape, un mecanismo de defensa, y por qué no, un acto de liberación ante el sufrimiento, la persecución, el hostigamiento, la asfixia, el abandono, la opresión, la indiferencia, que han experimentado las mujeres durante siglos y siglos de dominación patriarcal.

Todo eso condensado, unido, ensamblado en un material escénico contundente, necesario y poético. Quizás por eso la primera sentencia del actor Pedro Rojas cuando entramos allí es que el tiempo correrá cuesta abajo, como solo puede correr el tiempo… Se pondrá entonces en marcha el dispositivo escénico, la máquina de liberación y des-compresión de un mecanismo que hace que los cuerpos –EXPLOTEN- liberando la presión contenida por décadas en todas direcciones: la familia, la infancia, las relaciones sociales y el entorno afectivo, los roles pre-establecidos de la paternidad y la maternidad, etc.

Como parte de las narrativas y los discursos de género que se articulan y crecen hoy con más fuerza en nuestra época, La Franja Teatral ha encontrado un modo distinto y poderoso de confrontar estos temas, a través de un mecanismo escénico que, apuesta a la frontalidad, el desenfado y la irreverencia como técnicas discursivas de un acto más que teatral.

Desde una perspectiva biológica, gnoseológica, filosófica, y documental, asistimos al desmontaje y revisión crítica de la historia, de los centros de poder que han articulado y determinado durante siglos los cauces de nuestras sociedades y costumbres. En el origen mismo de la vida, los espermatozoides descubiertos por el holandés Anton Leeuwenhoek en el siglo XVII, funcionarán como el primero de los resortes que echará a andar al engranaje escénico. Desde allí se cuestionarán las bases fundamentales de la existencia humana y los roles que durante décadas han desempeñado hombres y mujeres, en ese arcaico algoritmo de producción continua e ininterrumpida que es la reproducción. ¿Qué parte le toca a cada cual, en ese proceso, y quién, por qué, o cómo se establecieron los roles de paternidad y maternidad?

Los datos históricos son utilizados y confrontados ahora desde una dramaturgia visual que apuesta a la poesía del espacio, la sobriedad y la coherencia de un diseño resuelto en llamativos rojos y negros, un proyector, la música en vivo de un piano y un violín, elementos que se amalgaman todos para formar una mixtura teatral altamente poética.

Padre Nuestro no se restringe solo a la denuncia del patriarcado en la esfera social, sino que aborda y escudriña el fenómeno desde un pilar más pequeño: la familia, la célula fundamental que rige la sociedad, devenida ahora punto de quiebre sobre el que caerán los conflictos de ese patriarcado, para fragmentarla y distanciarla aún más del molde sano dictado por el juicio común. Allí La mujer se topará con un mecanismo opresivo ante el que solo sabe -EXPLOTAR-; el hombre se encontrará nuevamente culpable al repetir el patrón insano de procrear y olvidar; la maestra y finalmente la hija bastarda, que encarnará el síntoma de la enfermedad, pero a la vez, el signo de renovación y esperanza, porque es ella quién verdaderamente parece tener la experiencia en su dolor, para re-dirigirnos hacia otras zonas más justas de nuestro pensar como sociedad, familia, etc.

La obra de Agniezka, viene a advertirnos que aún queda mucho camino por recorrer. Invita a no ser espectadores pasivos ni cómplices de las narrativas que intentan minimizar el sentir de la mujer en la sociedad contemporánea. El mecanismo perverso que ha conllevado a muchas a cambiar sus nombres por el pseudónimo de Peter para aspirar a puestos laborales.

La música que conforma este tejido teatral permite que las escenas más descarnadas, (los desahogos) queden bañados en un dolor agridulce, trágico y lírico a la vez, con la fuerza de un poema visual; pero será sin dudas la frontalidad, el mecanismo certero, la herramienta eficaz con el que actores entren y salgan de sus personajes-roles, para defender un texto que no les deja otra opción más que -EXPLOTAR- (no encuentro una mejor palabra para definir el proceso mediante el cual se representa la presión contenida en los cuerpos que han sido aplastad@s, durante décadas por esquematismos, machismos y culturalismos) con una energía brutal, llevados hacia un material escénico que se convierte en una urgencia impostergable, anclada en el aquí y ahora, tan dura es el aquí y ahora. Triste…. Si no fueran tan machos los discursos.

Foto: Maité Fernández