Search
Close this search box.

«Orfeo Antillano», sesenta años y el valioso testimonio de Isidro Rolando

image_pdfimage_print

Uno ama la obra y los personajes estructuran la obra.

Por ejemplo, el personaje de Orfeo lo elaboré mucho,

lo viví mucho. En cierta manera yo soy un poco ese personaje.

Ramiro Guerra

Por Víctor R. Cabrera Soriano

Isidro Rolando Thondike, Premio Nacional de Danza 2009, es un hombre que desde mediados del siglo pasado está al servicio de la escena en Cuba. Tuvo la suerte enorme de pertenecer desde 1961, al Conjunto Nacional de Danza Moderna. Fue alumno de Ramiro Guerra, de Lorna Burdsall, de Elena Noriega, todos ellos fundadores del movimiento de danza moderna en nuestro país.

En su casa, en medio de La Habana Vieja, Isidro Rolando tiene un archivo personal que es un tesoro de información poco visitado. Rodeados de artículos y programas de mano, conversamos por un largo rato sobre las obras más importantes de Ramiro Guerra para el Conjunto Nacional de Danza Moderna.

Una de las piezas que el maestro Isidro recuerda con anhelo es Orfeo Antillano, obra en la que interpretó varios personajes. La coreografía se estrenó el 24 de junio de 1964, en el entonces Teatro García Lorca, por lo cual en 2024 celebramos su aniversario 60.

Para constatar lo relevante que fue Orfeo Antillano, en el movimiento de la danza moderna del pasado siglo, existen testimonios del propio Ramiro. Así reconoció el maestro en varias entrevistas:

Mi quehacer coreográfico se refiere a dos etapas: la primera (…) de búsqueda de identidades nacionales (…), las más importantes pueden considerarse la Suite Yoruba (1960), Orfeo Antillano (1964), Medea y los negreros (1968) (…) y La Chacona (1966). En la segunda etapa, Impromptu Galante (1970) (…) y El Decálogo del Apocalipsis.

Desde el mito griego de Orfeo, Ramiro encontró la forma de enlazar los sucesos de la leyenda a la realidad cubana de los años sesenta. Era un maestro de la narratividad danzaria abordando la literatura, esa fue su huella como coreógrafo en los primeros años de Revolución.

La pieza tuvo una duración de 70 minutos. Toda una velada utilizó el maestro para mostrar su Orfeo Antillano.  La obra se erige como símbolo de la intelectualidad de Ramiro Guerra puesta en función de la escena, y amplifica el genio del coreógrafo para abordar lo social y mitológico en el medio artístico, a través de la danza naciente que comenzaba a transitar por sus propios rumbos.

En el programa de mano del estreno de Orfeo Antillano, Ramiro Guerra da rienda suelta a su sapiencia y deja constancia de sus presupuestos coreográficos para la pieza:

El mito es una acumulación de signos (encuentros de la realidad y la fantasía), que el hombre fija para uso y clave de sus ansias, de sus sueños, sus evasiones y ajustes a lo real cotidiano. El mito es fuente de leyenda, de tradición popular, manantial del folklore universal. En él la cultura sedimenta temas, encuentra semillas, patentiza elementos constantes.

(…) Hoy estamos en búsqueda del mito del siglo XX. Y miramos hacia la antigua poesía mítica para descubrir la nuestra; vamos al encuentro de las constantes eternas del mito para descubrir nuestros sueños, nuestros símbolos (…)[1]

 

Isidro Rolando fue parte del elenco que estrenó Orfeo Antillano, su testimonio es fundamental para entender la puesta en escena de una de las piezas claves en la primera etapa de creación del fundador de la moderna cubana. Gustosamente, Isidro abrió su archivo y dejó salir los recuerdos guardados con celos durante tantos años.

¿Cómo presentó Ramiro la idea para montar Orfeo Antillano?

En 1962 salimos de gira por el país. En Cienfuegos, Ramiro nos llamó a su habitación en el Hotel Jagua. Allí nos leyó el guion de Orfeo Antillano. Desde el primer momento supimos de qué nos estaba hablando, porque en 1959 se había estrenado en Brasil la película Orfeo Negro, y en Cuba era muy popular. Conocer el filme nos ayudó a comprender la sinopsis de obra.

La trama de la película toma el mito griego de Orfeo y lo adapta a Brasil, e incluso toma temas religiosos. Lo mismo hizo Ramiro en Cuba. Él era un hombre que cuando hablaba de algún montaje era porque llevaba mucho tiempo pensándolo. En cuanto regresamos de la gira nos dio unos días de descanso y cuando nos incorporamos a trabajar, comenzamos con el montaje.

«Orfeo no fue un dios. Fue un hombre. Nuestra época no tiene dioses, solo hombres que inventan a los dioses. Orfeo es un hombre creador: la música surgía de su cítara y su garganta, y hechizaba a hombres, árboles, pájaros, dioses. Un día Orfeo pierde al ser amado, Eurídice, y su dolor pierde el contacto con la realidad. Su tragedia personal lo aísla, lo hace incapaz de seguir adelante en su vida creadora. Y se pierde en los vericuetos del mundo de la muerte, usando su música para hundirse más y más en lo imposible, o inútil de la muerte.»

¿Qué les pidió Ramiro para el proceso de montaje de esta pieza?

Era un hombre muy perfeccionista y estricto para el trabajo, nos exprimía al máximo. Cada vez que se empezaba a montar una coreografía, nosotros debíamos estudiar y llevarle por escrito una propuesta sobre nuestro personaje. Eso era muy importante porque te ayudaba desde el punto de vista interpretativo del movimiento y a tener un concepto sobre el cual trabajar en cada una de las ejecuciones que nos tocaba realizar. Además, formaba parte de una disciplina que él instauró desde el comienzo del Conjunto.

En esta época, él trabajaba con una idea: “el contenido dicta la forma”. Para Ramiro, lo teatral era fundamental, nos pedía interpretar mucho más que mostrar condiciones técnicas. Por ejemplo, en el caso de Cira Linares, que en Orfeo… tenía el papel de Oyá; ella no era una bailarina que podía hacer muchos pirouttes, pero era una de sus intérpretes favoritas por su gran expresión.

¿Cuáles son los personajes que usted interpretó en Orfeo Antillano?

En el estreno hice varios personajes. Estuve en el papel de Los Tres Enmascarados, el Ifá de Oráculos, Los pájaros de Oyá y bailaba en el carnaval cada vez que se hacia la atmósfera. En 1969, durante una gira se hizo un espectáculo en Rusia, pero Cira Linares tuvo que regresar a Cuba y fui yo quien interpretó Oyá.

¿Considera que Orfeo Antillano es una de las principales obras de Ramiro?

Sí, por supuesto. Cuando entré a la compañía en 1961, nos dedicamos a reponer el repertorio que estaba: La rebambaramba, Suite Yoruba, El Milagro de Anaquillé, Estudio de las aguas, La vida de la abeja, Auto Sacramental.

Orfeo… fue una de las primeras obras extensas que Ramiro montó. Después llegaron Liborio y la Esperanza, Meda y Los Negreros, que, junto a Orfeo Antillano, formaron parte de la gran gira por varios países de Europa en 1969.

Con Orfeo… logramos entender que la interpretación es esencial, y te ayuda a resolver los problemas que a veces presentas con determinados movimientos.

Después de Orfeo Antillano, en la compañía nos interesamos mucho por el tema de la Antigua Grecia. De ese interés nació Tanagra de Eduardo Rivero, coreografía que era solo para mujeres. Yo monté también sobre el tema, Rombos y la Ofrenda se llamaba la coreografía que hice. Estaba inspirada en el mito griego del Portador del Ternero, contaba la ofrenda que hacía un joven a la diosa Atenea. También trabajamos mucho tiempo con Anastasia Lira, una coreógrafa griega que estuvo un tiempo en la compañía.

¿Qué recuerda de la evolución de Orfeo Antillano tras su estreno?

En principio fue incómodo por el vestuario, que daba mucho sentido de lo cubano. El carnaval se representaba varias veces y salíamos a bailar vestidos con trajes de las principales comparsas típicas de aquella época, que formaban parte del carnaval desde mucho antes del triunfo revolucionario. Años después, se incrementaron los vestuarios de las comparsas sindicales.

Cuando se estrenó Orfeo…, en ocasiones el vestuario nos limitaba en movimientos, uno de los trajes que yo utilizaba tenia trozos de espejos y muchas veces me corté. Después todo evolucionó, el diseñador Eduardo Arrocha solucionó varios problemas. Por ejemplo, las primeras máscaras eran planas y se nos dificultaba respirar. Luego Arrocha les dio la forma más moldeable a esas máscaras y todo fue más sencillo. Eso cambios nos permitieron seguir evolucionando en cuanto a los movimientos, las posibilidades para experimentar con el cuerpo fueron mayores y las ejecuciones se fueron complicando.

Recuerdo que la última escena iniciaba con Víctor Cairo y yo haciendo grand jeteé en círculos cruzados, y se nos iban sumando los demás del elenco. Llevábamos una cesta como las de la comparsa Las jardineras, pero mucho más grandes. El carnaval era un personaje más y significaba el sentido y la renovación de la vida.

El material escrito sobre la danza moderna en Cuba sitúa a Ramiro Guerra como pionero y creador de un estilo propio, lleno de identidad. Él, junto a su grupo de colaboradores, encontró la manera de hacernos únicos dentro un amplio universo que, en los inicios de nuestra danza moderna, contaba con medio siglo de desarrollo.

Ramiro Guerra es punto de partida obligatorio para comprender la evolución del género en el país. Nos dejó investigaciones que permiten conocer y entender sus creaciones coreográficas a lo largo de 12 años como director del Conjunto Nacional de Danza Moderna.

En 2019, Ramiro Guerra en una entrevista ofrecida al periodista Yuris Nórido, reflexiona sobre sus aportes a la comprensión de los caminos transitados por la danza moderna en Cuba:

“Yo sé que todo el mundo no puede hacerlo, pero para mí es una necesidad. A lo mejor no podemos hablar de una teoría cubana de la danza, pero yo he hechos mis aportes con mis libros”.

Las piezas coreográficas creadas por Ramiro Guerra entre 1960 y 1971, forman un núcleo sólido dentro del repertorio del Conjunto Nacional de Danza Moderna. Ramiro al frente de la compañía, había trazado una ruta de escenificación del folklore de una manera palpable. Incluso en el proceso de montaje de Suite Yoruba, llegó hasta el foco folclórico para extraer la esencia antes de «pasarla por un filtro», para llevarla a la escena[2]. Y claro está fueron esas temáticas las preferidas por el maestro.

Pero fue en Orfeo Antillano donde mostró los grandes saberes históricos universales que poseía; también expuso su fascinación por lo identitario del cubano; y formó una tendencia dentro de la coreografía para mirar hacia la mitología griega pero recolocada en un contexto nacional. No solo en sus creaciones posteriores a Orfeo…, como Medea y Los Negreros, sino también en las propuestas que luego hicieron sus discípulos, a los cuales inculcó la admiración por la antigua Grecia.

Han pasado 60 años del estreno de Orfeo Antillano. Muchos de sus protagonistas ya no están entre nosotros, el maestro también se ha ido; pero todavía quedan voces que, después de más de medio siglo, pueden atestiguar lo ocurrido en aquellos días de 1964.

A esas voces seguiremos acercándonos para rendir homenaje a todos los intérpretes que han contribuido en la construcción de la compañía que hoy conocemos como Danza Contemporánea de Cuba, que en septiembre de 2024 cumple 65 años.

Fuentes consultadas:

Archivo de las Artes Escénicas de Cuba. (julio de 2021). Prometeo No.5. Recuperado el 1 de mayo de 2024, de https://www.academia.edu/72500222/PROMETEO&nav_from=ce83d4c6-de09-4ace-899a-28c029247d96&rw_pos=0

León, R. P. (1964). Por los orígenes de la Danza Moderna en Cuba. La Habana: Departamento de Actividades Culturales, Universidad de la Habana. Recuperado el 1 de mayo de 2024

Nórido, Y. (29 de JULIO de 2019). La última entrevista. Recuperado el 1 de MAYO de 2024, de Portal Cubaescena: https://cubaescena.cult.cu/ramiro-guerra-la-ultima-entrevista/

Pajares, F. (2019). Ramiro Guerra dialoga con la danza cubana. (E. P. Zayas, Ed.) La Habana: CITMATEL.

[1] Programa de mano de primera función de Orfeo Antillano, cortesía de Isidro rolando Tondike.

[2] El proceso se puede constatar en el documental Historia de un ballet (1962), dirigido por José Massip y producido por el ICAIC.

En portada: La muerte de Orfeo. Material de archivo.