Por Roberto Pérez León
No fue Shakespeare el primero en contar las vicisitudes y triunfos del amor entre Romeo y Julieta. La historia se remonta hasta Grecia, e incluso en la Divina Comedia de Dante andan los Montescos y los Capuletos. La pareja ha trascendido siglos. ¡Qué poder tienen las ficciones cuando se hacen símbolos! Nadie se burla de los turistas que llegan a Verona para visitar la casa de Julieta.
Entre Romeo y Julieta late el verdadero amor víctima del destino, de decisiones impulsivas, de la imposibilidad de la reconciliación, de prejuicios sociales, de rivalidades, odios, violencias.
Romeo y Julieta está en la sala Hubert de Blanck en una puesta en escena de Fabricio Hernández. El montaje, como hace unos cinco años cuando se estrenó, tiene el equilibrio y la composición suficiente y necesaria en su escritura y práctica escénica. No obstante, en términos de representación, mímesis, actuación e histrionismo tiene zonas donde la voz y la dicción, así como la conquista de la acción física pueden ser más certeras.
El rotundo éxito entre el público joven, mayoritariamente adolescentes que asiste a ver el Romeo y Julieta que sucede en el Hubert de Blanck es una cifra para detenernos a pensar que la aceptación no siempre está en lo más reciente o entre las carcajadas de espectadores que se ven “teatrados” por la superficialidad de lo “very tipical callejero”.
Creo que abundan y hasta sospecho que pueden sobrar creadores que campan por su respeto impulsados por el afán experimental de planteos dictados por la moda o arrebatados espasmos de lo contemporáneo entre siluetas de vanguardias estropeadas.
¿Dónde está el llamado teatro de repertorio entre nuestros colectivos teatrales? ¿Cuántos clásicos aparecen en nuestras carteleras?
¿Por qué no tenemos la oportunidad de ver en escena casi nunca un clásico en su autonomía y solidez dramatúrgica?
La ola de traslaciones, adaptaciones, contemporizaciones, versiones, acomodos, inspiraciones, ajustes, etc. puede ser abrumadora. Muchos públicos no conocen los clásicos sino pasados por esas aguas arremolinadas.
Nuestros grupos de teatro deberían tener entre sus proyectos montar un clásico de vez en cuando. Sin desvariar en excesos para no traicionar la obra. Tampoco demasiado ortodoxos pues la fidelidad puede limitar la creatividad.
¿Hasta dónde es posible contextualizar una pieza clásica en el panorama sociocultural actual?
Claro que hay brechas entre la escena clásica y la contemporánea tan empeñada en la invención, la improvisación, la extrañeza en busca de la sorpresa y hasta de inspiración. Inspirarse en un clásico puede que venga como anillo al dedo de quienes con textos ajenos plantan en escena perspectivas piratas.
Es muy difícil tener referencia de la presentación original de una obra que hoy es clásica. De esa obra solo contamos a veces con el texto literario. No hay registro de representaciones hasta entrado el siglo XX que comenzaron las grabaciones. Así, al no tener el tono de la obra en su puesta primigenia se escapan muchos de sus fundamentos originarios.
La adaptación de obras clásicas al contexto contemporáneo es un desafío. Se tratará de dialogar con el clásico, reimaginar su pasado y dar luz a su contemporaneidad sin ocurrencias escuálidas, sino a través del entrelazamiento ideoestético, de la alianza de causalidades.
El montaje de un clásico hoy puede ser una reacción y evolución al teatro tradicional con la intención de deconstruirlo, cuestionarlo en aras del encuentro con nuevas formas de expresión escénica. Formas de expresión que no fuercen paralelismos con las preocupaciones contemporáneas. Reinterpretar sin caricaturizar la potestad dramática.
Intención y rigor en tensión y fusión se requieren para llegar a un clásico. Existe el riesgo de caer en el panfleto cuando solo se transmite un mensaje ideológico sin un desarrollo estético real. La complejidad de los conflictos originales, la eliminación de la ambigüedad y la reflexión de los personajes, los dilemas y las múltiples interpretaciones no pueden ser abordados a través de un discurso escénico unidimensional.
Recontextualizar un clásico es preservarlo, revitalizarlo para que continúe desafiando, provocando respuestas e influyendo en el imaginario sociocultural.
El Romeo y Julieta que hace Fabricio Hernández en la Compañía Hubert de Blanck es una puesta que preserva los elementos fundamentales de la identidad del clásico. Se respeta el texto original. Los matices de los personajes hacen que estén más cerca de nosotros. El diseño escénico global no desafía la atmósfera del Romero y Julieta de Shakespeare, no hace fechorías estéticas ni se abulta entre orlas experimentales.
El colectivo Hubert de Blanck, sin rendirse a nuevas vanguardias o ismos trasnochados, ha logrado dinamizar tradición, clasicismo y contemporaneidad. Pero no la contemporaneidad que se sumerge pasivamente en riesgos y vacías aventuras formales.
Foto de portada: Lourdes Guerra Mesa. Tomada de la página oficial de Facebook de la Compañía Hubert de Blanck