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“NO SE TRATA DE VELOCIDAD SINO RESISTENCIA”

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Por Frida A. Lobaina / Fotos Sonia Almaguer
Los caballeros de la mesa redonda, obra protagonizada por Teatro del Viento y dirigida por Freddys Núñez Estenoz, se construye sobre el texto homónimo del alemán Christoph Hein, pero se convierte en el aquí y ahora de la Cuba que vivimos.
El público sentado alrededor del escenario, en el cual se encuentran previamente ubicados los actores, prepara el terreno para una puesta invasiva y lacerante que comienza con la canción “Mala Leche” del grupo Moneda Dura. Luego, esos actores, transformados en seres esperpénticos, “cubiertos” por ropas harapientas, pelucas y un maquillaje que juega con el ridículo, entran a la escena. Ellos son los caballeros que discuten el futuro de la nación alrededor de la mesa redonda que viste el centro del escenario.
¿Es solo diálogo entonces? He ahí la cuestión que mueve la puesta hacia un nivel superior. Desde un inicio, el director advierte el origen alemán del texto y, por tanto, las connotaciones que ese tipo de dramaturgia trae consigo. Largos monólogos, ritmo pausado y aburrimiento, fueron de alguna manera la barrera que el director debía combatir con la puesta.
Los caballeros de Teatro del Viento no son nada aburridos o monótonos. La puesta en escena es una fiesta de principio a fin, no solo por la utilización de una banda sonora actualizada y siempre en renovación, según afirma el director, sino por la manera de interpretación de esos actores que bombardean el texto escrito por Hein en los años de la caída del muro de Berlin y lo ponen a dialogar con nuestro contexto.
Es precisamente este diálogo, lo que le da sentido al espectáculo: las canciones, los bailes, el lenguaje y las frases utilizadas son el puente hacia esta realidad. Pero el puente no concluye con meras soluciones escénicas y actorales, el texto habla por sí solo.

Los caballeros 2 editUn rey quiere ofrecer su poder y su reino al hijo. Una nueva generación se hará cargo del país, una que no cree en el Grial. Los caballeros anclados en antiguas retóricas se niegan a dejar el poder, indignados con esa juventud que ve a la mesa redonda como un objeto museable. Esa es la historia, el conflicto que nos lleva de la risa al estremecimiento, conflicto en el que cabemos todos los presentes.
La Alemania de cambio donde se escribió el texto no es la Cuba de hoy, pero el proceso de transformación, transculturación y transgresión tiene puntos de contacto. Cada nación tiene hijos, un presente con hombres que desean hacer y decir como en su momento hicieron y dijeron quienes hoy lideran.
Los países se construyen desde las personas que lo habitan, desde el pensamiento nuevo que emerge, manteniendo la identidad que es el único santo Grial que debe conservarse. Pero la identidad es un proceso que no se puede enmarcar en una época específica porque está en permanente renovación.

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¿Qué pasará con el reino? Es la pregunta clave que no tendrá respuesta hasta que el tiempo ponga las cosas en su lugar. Pero los espacios de expresión son necesarios y Teatro del Viento abre uno con esta obra, demasiado fuerte quizás, con imágenes y conceptos a veces repetidos hasta el cansancio, pero con la intensión de poner el dedo en la llaga.

No obstante, como afirma estupendamente Laritza Bacallao con la frase que encabeza este texto, lo verdaderamente importante es la resistencia. Ese concepto que es más bien un modo de vida para cada cubano y sobre todo para los teatristas.
La resistencia de mantenerse primero como ser humano y social, y luego como creador. La resistencia que hizo a Teatro del Viento crear este espectáculo rompiendo la estética de su trayectoria y poniéndolo, ¿por qué no?, como moneda de cambio. La resistencia que permite la continuidad de este Festival. Lo que vendrá después ni los propios caballeros lo saben.