Por Andrés D. Abreu
Determinaron ciertas circunstancias que coincidieran en la cartelera teatral, tras la vuelta de la vida escénica habanera a la llamada nueva normalidad, dos de las piezas de mayor connotación dentro de la creación danzaria contemporánea cubana realizada recientemente: Infinito, obra de Susana Pous para MiCompañía, y Sacre, coreografía de Sandra Ramy llevada a escena por su Colectivo Persona.
Dos obras que emergieron distantes en el tiempo, que parten de esencias conceptuales y perspectivas creadoras disímiles y que hizo el “contexto” se acercaran ahora al público, en un mismo y cargado fin de semana. Y aunque no es posible inculpar a esas circunstancias de que en esa cercanía se develarán ciertos atributos de contacto entre ambas obras, siento que tanto Sacre como Infinito, desde sus diferencias, nos devuelven a un repensar del posicionamiento de la construcción y el comportamiento de los patrones del Yo dentro de la construcción de la multiplicidad. Y ambas a su modo revisan la aptitud agónica del ser en el enfrentamiento a la dominación autoritaria y el esquema rígido.
Sacre, en un otro versionar a la ultra afamada Consagración de la primavera de Vaslav Nijinky, parapeta un Yo ante su multiplicado y semicircular reflejo en un espejismo simbólico más lacaniano y quizás nada narcisista. En Infinito ese conflicto individual en viaje polémico a lo colectivo se pauta en evidente enfrentamiento constante entre las esperanzas e ilusiones liberadoras de cada quien frente a los encierros o barreras construidos por los otros que le circundan.
La pieza de Susana y MiCompañía se mueve entre el ensueño mágico y la pesadilla; en ello determinan bien orquestados no solo los cambios de organización y trazado de un movimiento corporal y de expresividad, sino también los elementos de acompañamiento musical y de diseño escénico. La acción físico-dramática de los bailarines transita durante las diferentes escenas de un posible realismo violento y dependiente entre los Yo, que va derivando en una especulativa subyugación enfermiza y comunitaria en crisis de tolerancia que induce inminentes desplazamientos liberadores. Allí justo se generan momentos alucinadores más cercanos a una viable libertad y cierto espacio de afectuosa coexistencia.
Esa ajustada dinámica propicia alternativamente ejecuciones de solos, dúos, tríos y reencuentros grupales donde la danza igual puede ser más de contacto, o más de vuelos y acrobacias o más de poses y estatificaciones que van siguiendo esa variación del drama entre lo dependiente e infeliz del ser casi esclavo y lo abiertamente bucólico de las diferencias aceptables y desatadas en armonía.
Una escena pienso será inolvidable y confirmatoria de los aportes de este Infinito: esos cuerpos casi autómatas que transitan en fila por una imaginaria estera que los lleva, sin remedio, hacia atrás y de la cuál ellos escapan para encontrarse en intercambio expandido con un otro singular insubordinado al patrón. Una imagen coreográfica, que junto a esa proyección digital dibujada de un bosque virtual, dotan de un valedero carácter de inquietud sobre el humanoide destino de la dominación de la existencia.
Lamentablemente, algo inconforme no puedo callarme sobre este Infinito, preferiría prescindir de esa escena que presentí como especie de intermezzo, a tempo de bolero de bares y cantinas teatralizado en desbordes de parodia. Obviada. Me devuelvo con placer al ensueño de las confrontaciones desprendidas en la mejor entelequia de esos seres que, enfrentados a los gritos dictatoriales de No, no, no se puede, siguieron danzando en la búsqueda de su emancipado infinito.
el estadío del espejo es un drama
cuyo empuje interno se precipita de la insuficiencia a la anticipación;
y que, para el sujeto, presa de la ilusión de la identificación espacial,
maquina las fantasías que se sucederán desde una imagen fragmentada del cuerpo
hasta una forma que llamaremos ortopédica de su totalidad,
y a la armadura por fin asumida de una identidad enajenante,
que va a marcar con su estructura rígida todo su desarrollo mental.
Así la ruptura del círculo del Innenwelt al Umwelt
engendra la cuadratura inagotable de las reaseveraciones del yo.
El estadío del espejo como formador de la función del yo (je) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica. Jacques Lacan
Si en el Infinito, coreografiado por Susana Pous para MiCompañía, la carga interpretativa de las identidades se tensa entre todos los cuerpos y expresiones hasta exigirles un equilibrio en correspondencia que depone pocos espacios (siempre los hay), a presencias individuales muy desmarcadas (Niosbel González, Lissette Galego, Erismel Mejías y Gabriela Herrera lo logran desde el trazado y la ejecución de sus personajes); en el Sacre que propone Sandra Ramy todo el peso se traslada supremamente sobre el intérprete de ese Yo, en un solo espejado que fue concebido en su origen desde las reconocidas potencialidades del bailarín cubano Abel Rojo.
La propia coreógrafa expresa dentro de su tesis creativa que: “A la larga, en un mismo individuo está contenida toda la humanidad, repetida en infinitas combinaciones. Es por esto que esa colectividad que dictamina al mismo tiempo que es objeto de su propio dictamen, funciona como un mecanismo “biológico” refractario; vamos todos siendo imagen de todos. Una respuesta a otro reflejo”.
La obra Sacre, se desprende de su prólogo profético y un tanto sibilino, y pende filosa sobre la capacidad de este su elegido en solitario a desbordar espejismos. Esas refracciones del agonizante ser que tienden al imago del cuerpo propio, insinúan, aunque quizás no persigan, un juego caleidoscópico que se traspone a su espalda y que debe afrontar, deséese o no. Total o fragmentado, el Yo activa un sistémico intento de andar librado y de desandar los dictados: leyendas de lo humano y lo danzario, desclasadas y desclasados, que se consagraron en una sola pieza revolucionaria e incomprendida a principios del siglo XX, y que el destierro prolongado de los escenarios no pudo silenciar, hasta que la convirtió en ruido exaltador de un multiplicado frenesí del rehacer.
Sandra Ramy respeta y profana el rito y el mito precedente. Entre pautas de movimiento que evocan y otras que discrepan transcurren motivos secuenciales y exacciones divergentes. El sacrifico que ejecuta Abel Rojo es el suyo propio como ejecutor y practicante que se contrae y expande orgánico; respira su danza como un aliento destinado a enfriar el tiempo y atemperar la apoteosis en la precisa medida que reclaman los ánimos a saber compartidos con los demás Yo: Esos otros seducidos que también son reflejo dictado, pero no circundan detrás y dependientes del efecto brilloso, esos sujetos que cierran el inexacto círculo desde la supuesta (in)frontalidad, al otro lado de la pared transparente, y desde la representación de una eternal y sagrada existencia real del ser.
Fotos Ricardo Rodríguez