Por Noel Bonilla-Chongo
… para Amores, Elizandra, Thalía, con infinito respeto
Acaba de fallecer en su Matanzas de adopción Andrés Gutiérrez, el Maestro, y nos duele mucho. De ocurrencias irrefrenables, de simpatía despabilada, de profunda cultura musical y fina impertinencia en el acabado técnico formal de poses, cruces, giros, saltos y combinaciones inesperadas de pasos hechos a la medida de su rítmica, velocidad y dinámicas cambiantes, nos deja presos del lamento. Con Andrés y su partida, la escena espectacular cubana se resiente. Sí, cruje en el dolor de sentirnos con deudas ante su tanto e infinito ser dador. Con Andrés, se dibujó una poética muy particular en los modos de imaginar la escena para el show, allí donde todo debe converger en torno a una idea que, aun siendo narrativa, lograra asociar y, al unísono, disuadir cualquier aprehensión a lo estático e inamovible.
Quietud, inmovilidad, aparente reposo, con él no era posible. Hay en sus modos de configurar los diseños corporales y gestualidad para el baile, una especie de cuerpo irreductible, insumiso, rebelde, incapaz de apaciguarse mientras luces y sonidos estén activos, mientras haya atrayentes motivos para la ronda, el salto, las líneas quebradizas, el ir y venir de cuerpos danzantes, sonantes, musicalizados por una energía hechicera. Y es que, con Andrés, aquello del espectáculo de cabaret pensado como “género menor”, no tenía legal cabida. Con él, el género y sus subgéneros, los modos y modas del espectáculo, cual posible mascarada en sociedad, iban de lo colectivo a la intimidad del dominio escénico con soberano gozo.
Indiscutiblemente, todas aquellas experiencias vividas en su primerísima persona como bailarín y comediante musical, nutrieron su amplio savoir faire de coreógrafo y director artístico de cualidades muy elevadas. El beber en línea directa las enseñanzas de Alberto Alonso y Luis Trápaga en el Conjunto Experimental de Danza; en las producciones creativas del Teatro Musical de La Habana; en los roles y personajes de carácter interpretados en el Ballet Nacional de Cuba; su compartir con esas damas esenciales de nuestra rica herencia danzaria, teatral, de calidades interpretativas singulares: Sonia Calero, Asseneh Rodríguez o Miriam Socarás, así como de la pléyade más ilustre que conforman la historia de la dirección escena espectacular cubana. Tomás Morales, Lorenzo Monreal, Roberto y Rogelio Rodríguez, Víctor Cuellar, Humberto Arenal, Joaquín Banegas, José Paré, Zeferino Barrios, Joaquín M. Condall, Enrique Núñez Rodríguez, y otros nombres principales, colaboraron en la formación profesional de Andrés Gutiérrez.

En esta tierra nuestra de mezcolanzas y excepcionales asimilaciones que han articulado una sustanciosa y peculiar historia, donde la danza escénica adsorbió orgánicamente el quehacer teatral intrínsecamente vernáculo, la identificación y dolor transfigurado de teatralidades insurgentes, son reflejo e identidad social, generadoras del espectáculo de la sociedad moderna. También expresión de la comunidad de ejemplares y tipos profundamente marcados por sincretismos, pieles, colores, sabores y saberes incalculables. De músicas y sonoridades, de danzas y bailes tan iguales como distintos, hemos armado un conglomerado de mulatas, negritos y gallegos que culminaron (al tiempo que hoy se redefinen) en sainetes con las más diversas ejecuciones musicales y danzarias. Heredad que pende en nuestro arte escénico y mejores espectáculos, aun cuando lamentables fracturas siguen cobrándonos vigentes facturas marcadas por ¿el olvido, la dejadez, el aplazamiento y posposición?, quizás en los alegatos de poderosas razones de presupuestos constreñidos y necesarios entrenamientos artísticos más globales. Aun así, para recolocarnos sobre el camino de revitalización del teatro musical cubano (género y subgéneros considerados), de esas deudas con Andrés y otros maestros, urge la meditación intersectorial y la puesta en marcha de acciones inmediatas para especificar en la formación académica del comediante o bailarín escénico-musical, de ese artista total que se pasea con amplio registro y maniobra las complejidades del género; así como la activación de mecanismos de producción y realización escénicas contemporáneas en sus fantasmagorías renovadas.
Tras la fuga quebrantada de Andrés, de su nombre recurrente cada vez que repasábamos parte de la memoria viva del espectáculo de cabaret y centros nocturnos cubanos, de los requisitos en la formación de artistas para el perfil, etc., del influjo de la cultura urbana y el sujeto danzante contemporáneo con las fusiones y ancestralidad, volveremos a sus defensivos llamados de “espectáculo vs. entrenamiento, de alta y baja cultura”. Él nos enseñaría de manera directa, cara a cara, frontalmente (en sucesivos encuentros por definir nomenclaturas y metodologías evaluativas, o tomando notas en la asistencia a un ensayo, un montaje o disfrute de una de sus propuestas artísticas) mucho del valor puro, tácito del espectáculo como arte e industria, de la potencia que está más allá del supuesto acto de “ocio y consumo” que suele trae en venas, de esos frisos que la ficción y también la memoria histórica, saben juntar en la ambición del show para emanciparse de su hermano mayor (“el teatro”) y de su hermana menor (“la danza”), aunque, pese a todo, nunca dejara de recurrir como fuentes de materiales, técnicas, habilidades y recursos expresivos.

Tras la partida de Andrés, nos corresponde por ocupación profesional, cultural, de trasmisión y por digna vergüenza, recuperar tantas historias pasadas y hechos presentes que hacen del espectáculo y sus hacedores un centro de ebullición artística, un conjunto innegable de grandes y significativos logros, de visibilidad internacional, de fuente propiciatoria de recursos y fondos financieros puestos a favor de conquistas nuestras como país. Nos corresponde mirar en los adentros de esas vidas que impregnan al mundo del arte y de lo humano, sus verídicos testimonios del ser en su más simbólica esencia creativa y de permanente dar.
Maestro, esas obras que lo hicieran un intérprete singular (Mi solar, El güije, El pato macho), esas tantas que lo dotaran de un know how modélico como coreógrafo o director; o esos lugares, en todo Cuba (Continental de Varadero, Cabaret Caribe del Hotel Habana Libre, Tropicana Santiago, Tropicana Matanzas, el Holguín de tantos haceres, su compañía Habana Danza Show, etc.), donde sus enseñanzas han fraguado un camino entre el rigor y el disfrute, entre la lentejuela y la perfección, entre sonoridad y baile sin igual, quedarán como bitácora de su ser en el nosotros de todas y todos, donde vivirá Andrés Gutiérrez, “el de siempre”.
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