Por Laudel De Jesús
Leo Morbo (Ediciones Matanzas, 2020), del teatrólogo y dramaturgo Roger Fariñas, y percibo un autor atípico, porque se aleja de la marcada intención de una generación de autores dramáticos encontrados con la realidad. El discurso aquí es ontológico. El discurso aquí no intenta reflejar la Cuba de hoy. El asunto aquí es de instintos y el molde de lo que debe ser. Esta, su primera obra dramática, no se aleja definitivamente de los rieles de su generación, pero emprende el viaje desde otro andén y hacia otra terminal: aquella donde nos quedamos solos sin la capa del cómo debe ser.
Frente a la lectura dramatizada de Morbo, aplaudida en la sede de Argos Teatro y dirigida por Abel González Melo, Roger Fariñas se coloca en una explanada donde exhibe un texto de corrección idiomática, salpicado por una combinación de elementos contrastantes desde lo formal y lo temático. Este acierto estético parece concepción de un creador más experimentado. Su talento como dramaturgo lo coloca en un sitio de privilegio. Lo cierto es que Carlos Celdrán tiene la marca de escoger cuidadosamente a sus invitados y, sobre todo, a sus creadores.
Es Morbo una obra estructurada en 12 cuadros a los que su autor ha bautizado como Instintos; subtítulos en función paratextual anuncian lo porvenir, la debacle humana, la disonancia moral de una época, la liberación de los impulsos de cara a lo que nos impone debe ser nuestra conducta social. La circunstancia de ser leído en público —intencionada y vívidamente— otorga al texto un hábitat particular, lo ubica en una categoría de rara avis que dialoga, coletea entre dos aguas. Los actores prestan sus voces, acaso sus biografías, en un estado otro donde el texto se extraña y redimensiona, intentando escapar del papel para convertirse en movimiento.
Esto sentí frente a Morbo, con un elenco en el que convergen Liliana Lam, Alberto Corona, Maridelmis Marín, Nelson Rodríguez y el joven Amaury Millán. Los actores, la mayoría con puntual experiencia en la escena de Argos, hacen de Morbo un ejercicio pre-dramático y lo asumen con una limpieza en la enunciación y un ahondamiento interior consecuente con su nivel y profesionalismo. En sus desempeños vive el pensamiento liberador de una generación que entiende el sexo como un aspecto más, instinto heredado de la evolución y que no aspira o no debe aspirar a ser más de lo que es: goce o grito de angustia.
Se evidencia con nitidez la contraposición entre lo que somos y lo que debemos ser, entre lo socialmente correcto y el fluir de los instintos. Interpreto en estos personajes el deseo de romper los moldes y correr. No hay modo —parece decirnos el autor— de escapar a los instintos. Hay una manera perversa de lidiar con los desechos y el placer.
Resulta particularmente atractivo que esta construcción escénica brote de la pluma de un dramaturgo joven: aquí advertimos el entendimiento de la naturaleza movilizadora del conflicto y del contraste como recurso de expresión. Roger Fariñas tiene muy claro el carácter reaccionario de un bocadillo cuando es colocado en el momento preciso y cuando genera desequilibrio, cuando es acción.
Pienso con nitidez en Maridelmis Marín, en cuya intervención el conflicto alcanza dimensiones que evidencian su estado interior y los resortes que su mente metaboliza y que vienen dictados desde el texto mismo para su personaje. El monólogo, que Roger define como último instinto, provoca en ella y en los espectadores un estado de diálogo evidente a nivel físico, cuando en su devenir orgánico brotan las lágrimas, es la catarsis como resultado de la evolución en su tránsito por las situaciones que ha sobrepasado.
“Sospecho que Morbo se encuentra en alguna cuerda floja, en la linde entre el revelar y el esconder; como provocaciones por instintos que, desde una estructura de fragmentos, intentan armar ese puzzle que es el alma contemplada de mis personajes”, dice el autor en su pórtico a la obra.
Pero nada sucede porque el autor no quiere que pase en el exterior, sino en el cosmos interno de sus personajes. Dada las circunstancias que recrea escasean la violencia física o verbal, todo transcurre como cubierta la acción por un velo de cortesía y contención. El autor no quiere solución para su conflicto, sabe de antemano, desde siempre, que sus criaturas de ficción se emparentan con los hombres y mujeres reales que luchan con sus instintos, que se desvisten cada vez para romper con el entramado social que los circunda.
Morbo no funcionó como un molde simplemente, sino como un acto creativo preciso, fluido y orgánico. Esta, la primera obra teatral de Roger Fariñas, fue leída en Argos Teatro, bajo la mirada precisa de Carlos Celdrán como director general de la compañía y, dirigida por el dramaturgo y director Abel González Melo, alcanzó un vuelo que preludia el éxito de las futuras representaciones.
Foto: Portada del libro. Ediciones Matanzas 2020