Por Frank Padrón
Madrid- En el céntrico teatro Nuevo Alcalá de la capital española, va por segunda temporada Matilda, el musical, uno de esos super éxitos que llegan a la Madre Patria después de cientos de representaciones en Broadway y Londres durante más de una década.
La Royal Shakespeare Company (Billy Elliot) es la compañía que asumió la puesta, basada en la novela de Roald Dahl, autor con más de 250 millones de libros vendidos.
Ganador de cien premios internacionales, incluidos más de veinte al Mejor Musical, cuenta con siete Olivier, cuatro Tony Awards y cinco Drama Desk Awards entre otros, que le convierten en uno de los musicales más premiados del siglo XXI.
La pieza ha sido unánimemente reconocida como una de las producciones más difíciles de poner en escena debido a su gran complejidad, al gran número de niños que requiere y a las extraordinarias aptitudes que deben tener estos para desarrollar los personajes. Representar sus papeles con el nivel de excelencia exigido (que incluye baile, canto, gimnasia y otros ejercicios físicos) implicó más de dos años de formación previa a los ensayos.
Afortunadamente, los resultados son más que satisfactorios, y la puesta rezuma coordinación, gracia y organicidad en sus dos horas de duración, que pasan volando ante la creatividad de las coreografías (Toni Espinoza), la belleza de las canciones (Tim Minchin) notablemente traducidas y adaptadas al español , y mejor interpretadas tanto por los infantes como por los adultos, en lo cual mucho tienen que ver la fuerza de los arreglos y el virtuoso acompañamiento orquestal (Gaby Goldman), todo bajo la dirección del también adaptador David Serrano y producción de Som Producer.
Otro mérito indudable es el aprovechamiento escénico, que muda de espacios con una facilidad y dinamismo cinematográficos, mediante columpios que se balancean sobre el público de las primeras filas, entradas por los pasillos o cambios tópicos frecuentes que van de la sala de una casa al aula, de la biblioteca al gimnasio o a la humilde residencia de la profesora. El diseño escenográfico de Ricardo Sánchez Cuerda es un acierto, así como el de luces (Juan Gómez Cornejo y Carlos Torrijos), o el vestuario de Antoni Belart.
La niña indeseada y maltratada por una familia patética y disfuncional, deja volar su imaginación generando historias que alimenta con su incansable lectura y la lleva a una precoz erudición, lo cual aplauden la arrobada bibliotecaria y la comprensiva maestra, esta tiranizada, como ella misma y el resto de la clase, por una fascistoide y déspota directora.
Resulta que los frutos de esa mente luminosa y fértil que caracterizan a Matilde inciden en la realidad y la mejoran, con lo cual la obra potencia el lugar de la imaginación en la vida.
El elenco muestra un trabajo cohesionado, con sobresaliente para Daniel Orgaz como Trunchbull, aunque el protagónico que vi (Julieta Cruz) debe mejorar la dicción, un tanto impostada.
Matilda es una de esas obras para todas las edades: los niños aprenden la importancia de crecer; los adultos recuperamos esa etapa maravillosa e incomparable de la infancia, tal paraíso no del todo perdido.