Este es su intento, su aproximación a la historia y evolución de las tablas en Holguín. Lo comienza con la construcción de las salas de teatros y la presentación de las primeras obras en las décadas iniciales del siglo XIX
Por Erian Peña Pupo
Martín Arranz publicó este año Apuntes del teatro en Holguín, libro que los seguidores del arte escénico y quienes conocíamos los esfuerzos de su autor por verlo impreso, esperábamos con ansias, pues si bien la provincia no tuvo un amplio desarrollo teatral durante el siglo XIX y más fueron los colectivos invitados los que se presentaron en sus escenarios en la primera mitad del XX, sin que floreciera un movimiento artístico local, era más que necesario la publicación de un volumen que ahondara en esa parte de la historia cultural de una ciudad que, a partir de las últimas décadas del pasado siglo, y gracias también a su movimiento escénico, con colectivos de renombre nacional e internacional, se ha convertido en una de las principales plazas culturales de nuestro país.
Arranz, nacido en Holguín en 1936, es actor-cantante, promotor cultural y escritor y conductor de programas radiales, entre ellos uno dedicado al tango, otra de sus pasiones, aunque la mayor parte de su obra está ligada, desde sus inicios, al Teatro Lírico Rodrigo Prats, fundado en 1962 por quien fuera su gran amigo y maestro, Raúl Camayd Zogbe. Este libro, al que se dedicó con ahínco en los últimos años, es, en buena medida, una deuda de gratitud con quienes tanto aportaron a la cultura cubana y con su generación, que tuvo el ímpetu fundacional de levantar hace más de 60 años un colectivo escénico que, no pensaron entonces, seguiría siendo hoy nombre referencial en el arte lírico en la isla.
Por eso la mayor parte del libro, publicado por Ediciones Holguín y en el que abunda más la memoria y la remembranza que la investigación bibliográfica y el análisis de fuentes diversas que le posibiliten obtener conclusiones, está dedicada al Teatro Lírico Rodrigo Prats, a su paso por la compañía y a Camayd como su figura cimera. Martín lo sabe y así lo deja escrito en sus “Palabras al lector”, al subrayar que esto se debe “a mi permanencia en la compañía por más de medio siglo, es decir, que se trata del tema que más conozco”.
Antes apuntó:
Esta no pretende ser la historia del teatro en Holguín, la cual dejo para el futuro, eventualmente en manos más jóvenes capaces de realizar un trabajo más exhaustivo. De manera que, en estas páginas, solamente pretendo compartir con el lector mis modestos apuntes, que son el fruto de más de sesenta años vinculado al mundo del teatro en Holguín”. Por tanto, subraya Martín, “aquí están mis memorias y las imágenes que pude conseguir para propiciar una aproximación muy personal al tema.
Apuntes del teatro en Holguín realiza un recorrido sucinto por lo que el autor llama “el teatro antes de la Revolución”, partiendo del triunfo del proceso revolucionario cubano en 1959 como un “parteaguas” que cambió la vida no solo escénica de la provincia y el país.
Martín está claro de sus falencias, insisto en ello. Sabe que trabajó con lo que tuvo a mano, no con las herramientas que el investigador cultural o el historiador manejan con asiduidad:
Desde luego que el intento presupone inevitables desaciertos, pero, sobre todo, poseer plena conciencia de que para adentrarnos cabalmente en un universo de tantos colores y matices serían necesarios varios libros de cientos de páginas.
Este es su intento, su aproximación a la historia y evolución de las tablas en Holguín. Lo comienza con la construcción de las salas de teatros y la presentación de las primeras obras (entremeses, sainetes y otros géneros populares) en las décadas iniciales del siglo XIX, hasta adentrarse en la vida teatral en el siglo XX en Holguín y en la cercana Gibara, beneficiada por el crecimiento económico producto al auge del comercio en su puerto.
El Teatro Oriente y el Holguín, la edificación del Teatro Infante en 1939, con la técnica más moderna del momento, y su importancia para la vida cultural local, lo que permitió la presentación en la ciudad de importantes figuras cubanas y foráneas, así como la relación de las presentaciones de muchas artistas, ocupan varias de las páginas de este libro. Al Teatro Infante, hoy Complejo Cultural Eddy Suñol, su construcción, inauguración y presentaciones de Jorge Negrete, Alberto Gómez, Libertad Lamarque, Los Chavales de España, Tito Guizar, Blanquita Amaro, Pedro Vargas, María Antonieta Pons, Luis Aguillé y una larga lista de figuras del espectáculo, dedica Martín Arranz todo un capítulo, en el que incluye anécdotas, aunque no todos los creadores y su paso, cuyas visitas fueron recogidas por diversos medios de prensa, están igualmente reseñados. Añade aquí, además, la génesis del arte lírico en Holguín con sus primeros intentos.
El “teatro revolucionario” ocupa buena parte del presente volumen. Se detiene, en un primer epígrafe, en el movimiento coral surgido al triunfo de la Revolución, fuente nutricia del Teatro Lírico, y dedica el resto del capítulo a la fundación, el 16 de noviembre de 1962, con la puesta en escena de la zarzuela Los gavilanes, de la compañía insigne de la escena en la provincia, su evolución y desarrollo en las siguientes décadas. Aunque se extraña la profundidad en ese recorrido, sobre todo durante las décadas de los años 70 y 80, apenas esbozadas, cuando la compañía liderada por Raúl Camayd realizó múltiples estrenos y presentaciones en varias partes del país. Sí se listan algunos de los títulos presentados, así como artistas y directores que trabajaron con la compañía, además de las colaboraciones con otros colectivos, pero el lector se queda sin saber, a pesar de ser esta la etapa que más domina Martín, las características de esas puestas, sus intérpretes, la novedad de ellas, los ecos críticos y mediáticos… O sea, profundización y también más información sobre un período importante que colocó al Lírico holguinero a la vanguardia de la manifestación en el país.
Arraz dedica páginas, además, a la vida y obra de Raúl Camayd Zogbe, incluidas las grabaciones que dejó, de alguna manera, como testamento y a su amistad con él. Deja apuntes sobre Rodrigo Prats y Alberto Dávalos, sobre la gira a Perú realizada por el Lírico; relaciona las presentaciones más relevantes ocurridas en el Eddy Suñol —cuyo nombre, en el epígrafe donde aborda el cambio, nunca sabemos por qué se realizó— desde 1981 al 2013; deja algunas páginas al movimiento teatral dramático en la provincia, incluyendo las compañías infantiles, y el estado de este el cierre de sus páginas; así como a la “nueva vida” después de su reparación del llamado coloso art decó holguinero y eventos realizados allí que bien hubieran podido llegar más a la fecha (menciona las presentaciones en 2013 que motivaron el Concurso de Danza del Atlántico Norte y Gran Prix Vladimir Malakhov, de repercusión fuera de la fronteras, pero sin abordarlo). Como anexo, vemos una amplia selección de imágenes útiles al lector.
Este es un libro necesario, no hay duda de ello. Aunque hubiera podido ganar con un trabajo más arduo de edición y corrección, partiendo desde el propio título, que parece más un subtítulo acompañante que una frase con “gancho” para “atrapar” el lector. El volumen necesitó más organización y coherencia en los capítulos y el contenido de ellos, para evitar repeticiones y vacíos notables, incluso la contradicción de ideas. Ante la necesidad de más información, de más contenido investigativo que permitiera ahondar en procesos y fenómenos, añadir nuevos y necesarios datos, incluso complementarios al contenido que se ofrece, era necesario cuidar el material existente, evitar la cantidad de errores de edición que posee, desde nombres de personas y compañías cambiados, fáciles de verificar hoy, hasta la confusión de un lugar por otro o la falta de uniformidad en los criterios de edición.
Por ejemplo, Josephine Baker no pudo presentarse en los teatros holguineros en los años 30 pues su primera visita a Cuba la realizó en 1950; como Rodrigo Prats no pudo dirigir la zarzuela La Habana que vuelve en febrero de 1988 en el Teatro Infante, pues ya este no se llamaba así, sino, como hemos visto, sin saber el porqué del cambio, Eddy Suñol, y Prats había fallecido en 1980, como lo específica en el capítulo que le dedica en el libro. Además, hubiese sido útil evitar los localismos (las direcciones abreviadas o dadas por señas, por ejemplo: el lector no conoce que es “detrás del Níquel” o “frente al Alba”) para ganar en alcance más allá de las fronteras provinciales, incluso de la propia ciudad; así como una mejor selección de imágenes, sobre todo de los artistas, partiendo de los archivos de Martín.
El escritor y realizador radial José Luis García, en el prólogo del libro, nos dice que Arranz deja un legado “en estos apuntes evocadores, pródigos en acontecimientos, imágenes y anécdotas, contribuyendo a que amemos más a Holguín a través del conocimiento de algunos momentos descollantes de su vida teatral”. Apuntes del teatro en Holguín queda como un libro necesario y, además, como un punto de partida para futuros estudios que ahonden con nuevas herramientas de las investigaciones culturales; y como otro aporte de un artista vital, maestro también de generaciones, para quien el Teatro Lírico Rodrigo Prats y el arte lírico en sentido general, ha sido la motivación para emprender un viaje desde la escritura y, al mismo tiempo, su faro y su brújula en la vida.