Malpaso, ocho años de danza contemporánea hecha por cubanos

Malpaso sube a la escena del Gran Teatro Alicia Alonso con un programa variado en celebración del 8vo aniversario.
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Por José Omar Arteaga Echevarría

La “nueva normalidad” ha traído consigo la vuelta al retorno paulatino, al contacto y entrenamiento arduo tras la pausa impuesta por la situación sanitaria. Un desafío en tanto retomar las dinámicas propias de cada compañía de danza después de un período que inevitablemente dejó huellas en los cuerpos.  Desde finales del mes de octubre han subido a la escena algunas de las principales agrupaciones danzarias del país con reposiciones, estrenos y en la mayoría de los casos con extensos programas que francamente propician la saturación del espectador.

Afortunadamente llega Malpaso a la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, para conmemorar su octavo aniversario con la proposición de tres piezas que integran el repertorio activo del colectivo danzario. No creo cuestión de azar que me encuentre otra vez escribiendo sobre esta compañía como hace alrededor de dos años, cuando hice un comentario sobre la función por el quinto aniversario. Por aquellos días también Cuba tuvo la suerte de ser la sede del Día Internacional de la Danza, en La Habana se congregaron miembros de Instituto Internacional del Teatro de disímiles nacionalidades y por primera vez en la historia se emitieron cinco mensajes, con un representante de cada continente.

Malpaso por aquellas fechas estrenó Tabula Rasa de Ohad Naharin, coreografía que regresa en esta temporada de conmemoración a modo de cierre de un programa que también lo integraron Vals Indomable de Aszure Barton y Elemental de Robyn Mineko Williams. Tres obras que exponen la danza contemporánea desde posicionamientos desiguales, con puntos en común y distales, cada una con su lenguaje propio a propuesta de los creadores exteriorizadas en las corporalidades de los danzantes.

Vals indomable aperturó la noche con ese aire fresco, suscrito por la sobriedad del vestuario y la escena en contraste con los pasajes intrépidos de la kinesia y la espacialidad conjugados para mostrar lo jovial del ser humano. El tono lúdico y los contrastes entre lo calmado y lo agitado del gestus transcurren como juego de chiquillos, apoyados en una exquisita banda sonora que tiene un rol fundamental en el entramado significante de la pieza.

Veintisiete minutos donde se entrelazan múltiples historias que se pueden armar como un puzle, abriendo una brecha importante a la subjetividad individual. Vals… encuentra como elemento perspicuo la solidez estructural y la progresión dramatúrgica, que alcanza su clímax como momento de mayor fuerza y cae la progresión dramática hacia el final sobrio, un solo que cierra (de alguna manera), o deja abierta la puesta a ser continuada, a disímiles interpretaciones, a otros valses.

En Elemental se descubre la simultaneidad como valor adherido en una coreografía que por sus características pudiera inscribirse dentro de los axiomas de la danza-teatro. Varias escenas ocurriendo a la vez en el mismo espacio-tiempo escénico, diseño de vestuario y luces que denotan austeridad, una partitura sonora variada que contiene piezas de autores diversos como el cubano Ernesto Lecuona, el boricua Pedro Flores y otros ritmos un poco alejados de los anteriores que llegan de Robert Haynes y Robyn Williams entre otros exponentes del rock y la música foránea.

Los sonidos-silencios, las voces, la acción de cantar en vivo, a capella, la movimentalidad y diseños espaciales, las combinaciones de dúos, tríos y grupalidad enriquecen la coreografía haciéndola atractiva visualmente, apelan a la capacidad de establecer el orden y de hallar conexiones del cerebro humano.

Robyn Mineko Williams propone un entramado complejo de avatares que intentan de cierta manera representar alguna(s) historia(s) de vida, exploraciones en torno a las dinámicas de los propios bailarines co-creadores, un simulacro construido en torno a la sensorialidad experiencial de de cada uno. Esta cuestión puede ser un detonante para la producción de sentido, francamente la obra se muestra cubanísima por los diversos códigos que se integran más allá de los sonoros y gestuales. Esta obra me devuelve una cita de Walter Benjamin que señala “sólo para la humanidad redimida se ha hecho su pasado citable en cada uno de sus momentos. Cada uno de los instantes vividos se convierte en una «citation à l’ordre du jour»…”[1]

Tábula rasa es una obra exquisita que va de la claridad a la entropía y viceversa. Vuelven las cuestiones humanas a pasar por el tamiz de la danza contemporánea, y es este su principal motor impulsor desde el inicio de estas corrientes que negaron los cánones preestablecidos y buscaron exteriorizar lo interno del ser humano.

Najarin ideó esta pieza hace más de 30 años para el Pittsburg Ballet, y en 2018 se aventura al proceso de montaje con la compañía cubana. En su entramado gestual propone una estética que coquetea en torno al GAGA, lenguaje de movimiento que creó el coreógrafo como forma de expresión cinestésica. El neoclásico, el contact, el mínimal y otras tendencias danzarias se mezclan en función del discurso coreográfico, apoyado en la sonoridad de Arvo Pärt y el diseño de vestuario de Eri Nakamura.

Tábula…  propone una estructura relativamente simple, rebasa los presupuestos de una técnica o manera única y esboza la pretérita cuestión de por qué danzar y cómo hacerlo. Momento memorable es la expresión minimalista y la mesura de la línea de danzantes que atraviesa el escenario, como un patrón repetitivo, rezumando inercia, que es rota, provocando un punto de giro sustancial que desencadena en momento climático y final impertérrito.

Comentar acerca de calidades de movimiento, de condiciones físicas, de fuerza y presencia escénica es caer en pleonasmos, los bailarines cubanos se muestran en óptimas condiciones. Inevitablemente la contingencia sanitaria ha dejado marcas, unas más perceptibles que otras, pero nada que demerite la calidad de las puestas en escena. Malpaso arriba a su octavo aniversario en perfectas condiciones, con un elenco heterogéneo de intérpretes, algunos están desde el principio, otros se han incorporado en diferentes momentos de estos ocho años de vida del colectivo danzario.

Un espectáculo que se agradece por su impecable factura y el profesionalismo de estos artistas que no se amilanan ante Covid-19 o fallas eléctricas en el edificio teatral. También con la promesa de regresar a la escena en marzo de 2021 con estrenos de jóvenes coreógrafos nacionales, lo que marca la cita para el año venidero. Malpaso es más que los bailarines o el acto escénico, es un equipo que se esfuerza por entregar a públicos nacionales y/o foráneos una danza contemporánea hecha por cubanos, un arte de calidad.

El propio Ohad Naharin en su discurso por el Día Internacional de la Danza, aquella noche de 2018, en este mismo escenario del gran Teatro de la Habana, manifestó una idea que es una poderosa razón para la creación danzaria en todo ámbito.

“La danza se trata de estar en el momento. Se trata de escuchar el alcance de las sensaciones, permitiendo que esa escucha se convierta en el combustible de todos los sentimientos, formas y contenidos. Sin embargo, siempre debemos recordar de dónde venimos.”[2]

 

Citas bibliográficas:

[1] Sobre el concepto de la historia. Walter Benjamin (1940)

[2] Mensaje por el Día Internacional de la Danza 2018. Ohad Naharin. La Habana.

 

Fotos tomadas del perfil de Facebook de Fernando Saez, director de la compañía Malpaso Dance Company