Por Frank Padrón
Como muchos saben, el término “ludus” en latín significa “juego”. No gratuitamente la compañía que dirige y fundara hace justamente nueve años Miguel Abreu, salió a escena desde 2014 bajo el nombre de Ludi Teatro: como un juego perenne de representaciones y acciones, paseándose de modo aparentemente ligero y en broma por textos y subtextos —muchos de ellos tan alejados del humor originalmente— pero emitiendo discursos bien serios y hasta graves.
El juvenil y entusiasta grupo que dos años después de debutar e integrar el movimiento teatral habanero estrenara sede propia en el céntrico Vedado, detenta ya una “hoja de ruta” atendible, llena de reconocimientos, no exenta de polémica –algo para encomiar- y se ha hecho dueño de una poética singular y muy propia, si bien saludablemente influida por los antecedentes y referentes de su líder, Abreu, en su paso por compañías tan respetables y sólidas como El Público y Argos Teatro.
Desde su arrancada, Ludi desterró en su público sentimientos como la indiferencia o la complacencia estériles: sembró, eso sí, inquietudes, a veces desconcierto, pero todos saludamos entusiastas el nacimiento de un ensemble que había que seguir de cerca: Incendios, de Wadji Mouawad, precedida de una aplaudida versión cinematográfica, plasmó lo que serían algunas (in)variantes del bisoño colectivo que se han mantenido —aunque enriquecidas y ensanchadas— hasta hoy.
La protagónica y esencial presencia de la música, incluso en vivo, con instrumentistas ejecutando lo suyo, muchas veces desdoblados en actores, significó uno de los códigos de aquel impactante “musical” que obtuvo no pocas nominaciones y lauros en los premios Caricato de la Uneac (2016). Las gemelas en busca de parientes cercanos cuya existencia desconocen, sobres que como en todo buen trhiller se abrirán en un desenlace inesperado, road movie (o road theater) que aprovechaba de manera racional e imaginativa el “breve espacio” representacional del grupo, la aludida fuerza y el protagonismo dramático de la banda sonora –más allá de la propia música- y brillantes actuaciones, algunas justamente reconocidas (Arianna Delgado, Yoelbis Lobaina…), permitieron que el debut de Ludi Teatro fuera un inicio en grande, que ha recorrido la andadura del grupo hasta hoy, aunque siempre haya inconformidades o niveles de cristalización en su considerable nómina de estrenos.
Dentro de estos, sobresale la vocación cosmopolita: partiendo de referentes foráneos se procede a una sutil e inteligente contextualización que no contradice las coordenadas cronotópicas originales; antes bien les insufla nuevos horizontes semánticos y conceptuales, al efectuar verdaderos diálogos con los autores, y siempre, con los espectadores, que dicho sea y no de paso, desde el principio se han hecho legión: a un público fiel e incondicional, se suman nuevos visitantes, curiosos o seducidos por las referencias, a cada nueva puesta.
También habría que hablar de una visión transgenérica, en la que como decíamos, dejara su aplaudible marca la estética de Carlos Díaz y Teatro El Público: el travestismo —escritural, actancial, escénico— ha insuflado de novedosas perspectivas los roles y caracteres, a los que responde un grupo de actores casi todos jóvenes muy capaces y entrenados en asumir esa postura camaleónica que tanto es el histrionismo.
Y en tanto complemento a esa diversidad, se pone en función de los espectáculos el trabajo complementariamente creativo, además de los aludidos músicos, de diseñadores de vestuario (Celia Ledón entre los más activos) luces y escenografía, donde el propio Miguel Abreu ha tenido recurrente participación.
En esta “novena” lúdica ha habido, como ya apuntaba, no pocos y diversos montajes, desde nombres destacados del patio (Alberto Pedro, Abel González Melo, Reynaldo Montero, Rogelio Orizondo…), hasta colegas suyos de otras latitudes (Roland Schimmelpfenning, Dorota Maslowska, Wadji Mouawad…); desde unipersonales o diálogos minimalistas de apenas tres actores, hasta relatos que pueblan la escena con decenas de intérpretes.
Sería una labor que el espacio disponible rechazaría detenerse en el, pese a su relativamente corta vida en la escena nacional, estimable currículum de Ludi, pero valga anotar algunos de sus títulos destacados en el “hit parade” insular.
Partiendo del ya reseñado e inicial Incendios, sobresalen: Aprender a nadar, de Marianna Salzmann; El vacío en las palabras, de Maikel Rodríguez, muy laureado monólogo que reportó más de un —por demás merecedísimimos— premio importante a su actriz protagónica (Giselle González) y a su director, Miguel Abreu; la no menos aplaudida y premiada Bosques, repitiendo con el libanés Wajdi Mouwad (Incendios) y donde la cohesión musical-dramática del discurso y las excelentes actuaciones volvieron a sentar cátedra, hasta la muy reciente y estimada El diario de Ana Frank. Apnea del tiempo, brillante y creadora adaptación de Agnieska Hernández sobre el original de Frances Goodrich y Albert Hackett, Premio Villanueva de la Crítica 2022.
Para celebrar sus flamantes nueve años de vida, Ludi Teatro ensaya ahora mismo una nueva temporada de otro de sus “grandes éxitos” estrenado en 2020: Ubú sin cuernos, del prolífico Abel Gonzaléz Melo. Quien escribe estas líneas, que ha acompañado orgullosamente desde la crítica a Ludi desde su génesis, comentó en esa ocasión para el diario Juventud Rebelde a raíz de su estreno:
“En su lectura, Abreu, acostumbrado a montar textos complejos, polisémicos y llenos de enveses (Litoral, Bosques, La mujer de antes…), asistido esta vez por María Karla Romero y con producción de Rafael Vega, consigue trasladar a la escena la corrosividad y el filo de la escritura; desde los minutos iniciales se percibe el logro de la ambientación abigarrada y esperpéntica que sugiere la letra, para lo cual se apoya en el vestuario sugerente, expresivo de Celia Ledón, el maquillaje de Pavel Marrero y el diseño de escenografía, al tiempo que él asume las luces, las cuales detentan suficientes gradaciones y matices.
También, como es habitual en sus puestas, debe exaltarse el tan bien explotado espacio, con movimientos coreográficos (Yuli Rodríguez es la responsable de este esencial rubro) y una rica banda sonora (Denis Peralta, sobre canciones concebidas por Llilena Barrientos muy a tono con el texto) algo, por suerte, recurrente, como son los notables desempeños: Ludi Teatro cuenta con un equipo competente, apto para personajes que exigen del actor desdoblamientos y proyecciones bien difíciles, cambios de registro, esfuerzos histriónicos determinantes, y aunque se aprecia un nivel general, habría que encomiar esta vez a Aimée Despaigne, Grisell de las Nieves, Cheryl Zaldívar, Yoelvis Lobaina y Francisco López Ruiz”[1].
Sirva el fragmento del texto como promoción al montaje que dentro de poco estará de nuevo convocando al nutrido público de Ludi Teatro desde su pequeña y agradable sala vedadense, mientras extendemos desde Cubaescena la felicitación a productores, técnicos, músicos, actores y director de este colectivo ya imprescindible en nuestras tablas.
[1] “Volver a quereres una isla sin cuernos”. 25 de febrero 2020, en: www.ahs.cu
En portada: El diario de Ana Frank. Apnea del tiempo. Fofo Archivo Ludi Teatro.