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Lucía entre las artes

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Por Frank Padrón

A falta de salas físicas donde ver a los actores moviéndose, como Dios manda, por las circunstancias de todos conocidas, el canal Cubavisión ha recuperado los martes, tarde en la noche (¿por qué no un mejor horario?) el espacio Teleteatro, que permite revisitar —y en muchos casos, para tantos televidentes, apreciar por vez primera— importantes puestas nacionales.
La más reciente fue La cuarta Lucía, un monólogo escrito por Eduardo Eimil y la actriz que lo asume, Beatriz Viñas, y que Eimil llevó a las tablas hace algunos años.
En la puesta, la joven actriz Ingrid, quien vive en el interior del país, viene a La Habana a tomar parte de un casting, sin tener siquiera lugar seguro donde pasar la noche. Ella interpreta segmentos de Las tres hermanas (Antón Chéjov) y de la primera de las mujeres que centralizan el filme cubano Lucía (Humberto Solás); mientras conversa, indistintamente, con uno de los presuntos jueces que decidirá su posible elección, el público imaginario (y real) que la observa y ella misma.
Entre recuerdos y vivencias, alternando los pedazos de las obras que representa con comentarios diversos sobre la compleja situación de las jóvenes aspirantes a actriz entre nosotros, transcurre un enjundioso texto cuyo mérito inicial es combinar con equilibrio los registros humorístico/serio, (inter)textuales y de lenguajes (teatro/cine) que ahora conquista otro: la televisión.
Marlon Brito es el responsable de la versión para este medio, que implica una visibilidad, por supuesto mucho más rica al contar con la planimetría. A la panorámica que permite apreciar el topos escénico con una proyección bisémica (la actriz que representa a la que prueba suerte, en otra escena) se suman primeros planos que permiten apreciar con más detalle la gestualidad y el riguroso trabajo facial que Beatriz confiere a su personaje.
De modo que el texto es a la vez, arte poética —se reflexiona sobre el arte de la interpretación, de los problemas con las jóvenes aspirantes a desarrollarse dentro de este, de las artes representables tanto estética como socialmente—, perspectiva dialógica entre estas, incluyendo la pequeña pantalla que abre otras posibilidades expresivas y comunicacionales, como la propia puesta que comentamos demuestra. Y como si fuera poco, homenaje a los clásicos, que refuerzan las preocupaciones de la protagonista, identificada de algún modo con las hermanas chejovianas (sobre todo con Masha, como en algún momento afirma) o la criatura de Solás que en el primer episodio de ese clásico en nuestro cine reclama una gardenia, en una escena que ha devenido de culto para los espectadores amantes de este arte. Todo atravesando la “cuarta pared” con ese cuarto posicionamiento entre las féminas cinematográficas emblemáticas, sin dejar de hacer reclamos de género que trascienden incluso el asunto en que se insertan.
Viñas es prácticamente todo en esta pieza, no solo por su omnipresencia en escena, sino porque sin su concentrada y dúctil labor, no se apreciarían las diversas capas textuales y dramáticas de la obra: irónica a veces, grave otras, melodramática incluso, en alguna ocasión, la polifacética actriz comunica la paleta de matices que personaje y texto albergan y trasmiten.
Como declaraba ella en una entrevista a raíz del estreno de la versión original, “Ingrid tiene un poco de Betty y Betty de Ingrid. Para mí fue una manera de asumir personajes que siempre me han atraído, y de hacerlo rompiendo las convenciones del teatro”.
Y concluye: “Es una visión desde la contemporaneidad, desde la perspectiva de esa actriz que viene a subirse a las tablas hoy día y que, sobre todo, es una mujer. Por eso, ver que el público se ha sensibilizado, y se identificó, es gratificante”
Tanto la actriz, como el coautor y director de La cuarta Lucía, como ahora su responsable de la puesta televisual, pueden sentirse satisfechos con esta nueva confrontación.

Foto de Portada: Buby Bode