Por Yuris Nórido
Despacio, como si no hubiera fuegos que apagar, camina Isidro Rolando. Contrasta esta calma de ahora con la energía que derrocha en antiguas filmaciones. En la de Súlkary, la obra de Eduardo Rivero, por ejemplo. Él fue uno de los bailarines que la estrenaron y en la película que hizo Melchor Casals para el ICAIC se le puede ver saltando, girando, realizando contorsiones con una rapidez y una precisión que todavía envidian intérpretes contemporáneos. Isidro fue de los bailarines que abrieron caminos para la danza en Cuba. Uno entre decenas. Pero él tiene el mérito y el privilegio de la permanencia.
Por décadas habitó los salones de la compañía que fundó su maestro Ramiro Guerra, la hoy Danza Contemporánea de Cuba. Siempre aportando. Bailarín disciplinado, capaz y confiable. Artista raigal, formado en las esencias mismas de su cultura. Maestro de muchas promociones de bailarines, defensor de un legado. Coreógrafo imaginativo e inquieto. Él ha vivido la danza toda. Y es (para comprobarlo basta con escucharlo evocar momentos y citar con asombrosas exactitud y seguridad fechas y frases de un pasado no tan cercano) memoria viva de esa danza en Cuba.
Isidro Rolando es uno de los imprescindibles. Y su país lo ha reconocido con premios y distinciones. Pero él, con una modestia ejemplar, nunca se ha regodeado en esas vanidades. La de él ha sido entrega desinteresada, porque el arte verdadero va más allá de ciertas transacciones vulgares. Él, que merece tanto, ha pedido muy poco. Mucho más habría que darle.
Ochenta años cumple hoy Isidro Rolando. Y a todo el mundo le dice que lamenta mucho no tener la agilidad de antes. Sueña todos los días con bailar. Baila en su imaginación y en sus recuerdos. Tiene mucho que contar y enseñar todavía. Ojalá siempre encontrara oídos atentos.
Tomando del Portal Cubasí