La zarzuela española en los teatros habaneros

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A la memoria de Pedro Arias, barítono fundador del Teatro Lírico Nacional de Cuba, fallecido recientemente en La Habana

Por Enrique Río Prado

La zarzuela española representa la expresión más auténtica del arte lírico hispano, a diferencia de otras culturas europeas en que se ha impuesto la ópera como género preponderante. Con un repertorio pletórico de ritmos populares de intenso colorido, la zarzuela ha conocido el favor del público, durante más de tres centurias, tanto en la Península Ibéríca como en muchos otros países latinoamericanos. Los inicios del género se remontan al siglo XVII, en que aparecieron títulos de temas mitológicos, como La púrpura de la rosa, de Calderón de la Barca, entre otros autores. Sin embargo, este primer período barroco se vería muy pronto silenciado por las voluntades reales de Felipe V y Fernando VI, quienes impusieron la música italiana sobre los escenarios de sus dominios. La consecuente reacción de los compositores españoles al férreo edicto mayestático, propiciaría poco después el surgimiento de la tonadilla escénica, género que se erigiría en salvaguarda de los ritmos autóctonos hispanos. Hacia 1850 se produciría en la Península el rescate y renovación de la antigua zarzuela gracias a la entusiasta labor de notables compositores, todos discípulos de Felipe Pedrell —Francisco Asenjo Barbieri, Joaquín Gaztambide, Cristóbal Oudrid— y libretistas de igual valer —Ventura de la Vega, Luis de Olona, Luis Mariano de Larra, entre tantos otros.

Hasta la isla de Cuba, entonces provincia española de Ultramar, había arribado, desde mediados del siglo XVIII, un extensísimo repertorio tonadillero –más de 200 títulos[1]— aplaudido con efusión durante varias décadas en el primer teatro habanero, el Coliseo o Principal. La existencia de un público habituado al espectáculo musical de corte más popular, favorecería a comienzos de 1853 la inmediata introducción en los escenarios de la isla del renovado repertorio con el debut en el Gran Teatro de Tacón de una compañía de artistas peninsulares y del patio, a cuyo frente se presentaba José Freixas, «director de zarzuelas de los teatros de Madrid»[2] y autor de algunos de los títulos programados. En la inauguración de la temporada que duró todo aquel mes se estrenó El duende, de Rafael Hernando con libreto de Olona, y en las siguientes funciones se presentaron El tío Caniyita (Soriano) y Buenas noches, señor don Simón (Oudrid), entre otras piezas menos conocidas. Sucesivamente subieron a escena en aquel coliseo obras de Barbieri, Gaztambide y Emilio Arrieta. Así, al concluir aquel año, el nuevo género ya se hallaba instalado en los espacios escénicos habaneros y en el gusto de un espectador que no sabría prescindir de él en el futuro próximo y durante más de una centuria.

El Tacón acogería los estrenos de las grandes obras de este primer período, tales como La estrella de Madrid (1853-1854)[3] y Marina (1855-1860), ambas de Arrieta. La última devendrá en lo sucesivo plato habitual en los teatros cubanos hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX. Otros títulos famosos dados a conocer en el prestigioso escenario fueron Jugar con fuego (1853-1855) y Los diamantes de la Corona (1854-1864), de Barbieri, Catalina (1854-1855), El juramento (1858-1860) y En las astas del toro (1862-1864), de Gaztambide.

Pero la zarzuela en Tacón tenía que ceder espacio a las grandes temporadas de ópera italiana, que se sucedían invariablemente entre noviembre y marzo, y alguna que otra temporada de teatro dramático, géneros igualmente muy gustados por la afición habanera, por lo que durante aquellos lejanos años las compañías hispanas encontrarían refugio en el teatro del Circo o Villanueva, hasta que en 1860 se abrió el teatro Albisu, frente al Tacón, separado de este por el parque de Isabel II (hoy Parque Central).

Teatro Albisu, la Catedral de la Zarzuela en Cuba, a inicios del siglo XX, tarjeta postal. © Archivo digital Rio Prado

En su escenario se estrenarían en Cuba los más significativos títulos de la escena española, entre ellos El Potosí submarino (1870-1874) y La guerra Santa (1879-1871), de Arrieta, Pan y toros (1864-1873), La vuelta al mundo (1875-1876), El barberillo de Lavapiés (1874-1875, representada cientos de veces en todos los escenarios cubanos) y Juan de Urbina (1876-1877), de Barbieri. Este compositor pondrá música a un libreto de los escritores residentes en la Isla Augusto E. Madam y Rafael María Liern, titulado Artistas para La Habana, estrenado simultáneamente en los pequeños teatros Cervantes y Torrecillas, el 21 de julio de 1877.

En 1864, llegaba a nuestras costas el joven compositor murciano Manuel Fernández Caballero, contratado por el teatro Esteban (actual Sauto), de Matanzas —que había sido inaugurado el año anterior—, para dirigir una compañía con la que dio a conocer algunas de sus primeras piezas. Durante los siete años de permanencia entre nosotros, el joven compositor se trasladó a menudo a La Habana con sus cantantes para presentarse en los escenarios capitalinos. Su obra Tres para dos tuvo su estreno absoluto en el Tacón habanero al año siguiente de su arribo a la isla. El repertorio de este autor producido después de su retorno a la Península —La marsellesa (1876-1877), El salto del pasiego (1878-1881), Chateau Margaux (1887-1889)— nos arribaba con regularidad indicativa de su ascendente carrera musical que llegó a sobrepasar ampliamente el centenar de títulos.

Manuel Fernández Caballero, caricatura de Ramón Cilla en El Fígaro (1893). © Archivo digital Rio Prado

Otro de los grandes autores que emprende la travesía atlántica y nos visita será Joaquín Gaztambide, quien desembarca con una gran compañía, posiblemente «el más completo grupo de zarzuelas», al decir del crítico Rine Leal[4] y debuta en el Tacón el 28 de noviembre de 1868, cinco semanas después del levantamiento de Carlos Manuel de Céspedes en la región oriental de la Isla, y poco más de dos meses antes de los llamados «Sucesos del Villanueva», en que una turba de Voluntarios asalta el teatro donde se presentaba una compañía de Bufos Habaneros simpatizante de los insurrectos. Este violento clima político, nada favorable para la actividad escénica, hace fracasar la empresa de Gaztambide a pesar de su probada calidad. Venían en su elenco Elisa Zamacois, Romualda Moriones, Adelaida Sabater, Juan Prats y Emilio Carratalá. Algunos de estos nombres permanecieron largos años en Cuba, incluso, murieron en la Isla, como el tenor cómico Carratalá, o dejaron su apellido en una descendencia directa. La eminente soprano Elisa Zamacois era tía del famoso novelista español Eduardo Zamacois, nacido en Pinar del Río.

Joaquín Gaztambide, caricatura de Víctor Patricio Landaluze, en El Moro Muza (1869). © Archivo digital Rio Prado

Un año antes se habían estrenado en La Habana las piezas de los Bufos Madrileños, novedoso estilo paródico de breve existencia en la Península, que influiría notablemente en el teatro vernáculo cubano con la aparición en el mismo año de los ya citados Bufos Habaneros, y la creación del género catedrático, centralizado por personajes negritos[5] de falsas actitudes y afectados hábitos de refinamiento, que asumían un tono magistral en la conversación, como reflejo del rechazo —aparente o verdadero— que sentían por su raza y su cultura.

En la década siguiente el teatro Cervantes, ubicado en la calle de Consulado, frente al fondo del Tacón, ofrecerá tandas de cuatro funciones nocturnas de una hora de duración en que serán estrenadas las primeras piezas breves del llamado género chico. Allí subirá a escena por vez primera en La Habana, La Gran Vía, de Chueca y Valverde (1886 julio-octubre), a poco menos de tres meses de su estreno en la Península y se mantendrá en cartelera durante más de noventa representaciones. Sus primeros intérpretes en la Isla, Fernanda Rusquella, Felipe Abella, Luis Robillot y Manuel Areu, pasarán poco después al Albisu, que prestigiará también en su escenario el género chico, estilo considerado menor —por la duración de sus libretos, que no por la música que los adorna. Los compositores de esta época no se privarán sin embargo de cultivar la zarzuela grande, en dos o tres actos, y La Habana conocerá también estos ejemplos de gran arte lírico, como La tempestad (1882-1884), en Tacón; La bruja (1887-1889) y El rey que rabió (1891 abril-diciembre), en Albisu, las tres de Chapí, Los sobrinos del Capitán Grant (1877-1880), de Fernández Caballero, en Payret con la aclamada escenografía de Miguel Arias, salvando con este título una temporada que andaba camino del desastre, y Cádiz, de Chueca, en Albisu (1886-1889).

En la siguiente década el sainete lírico conquista la primacía absoluta del género. La verbena de la Paloma, de Bretón y Ricardo de la Vega, sube a la escena de Albisu con un éxito abrumador, el 1 de diciembre de 1894, víspera del segundo levantamiento en armas de los independentistas cubanos, ocurrido el 24 de febrero siguiente.

En estos turbulentos años, dos títulos de zarzuela —Cádiz y El tambor de granaderos, de Chapí (1895 Payret, 29 de septiembre de 1896)— provocan el rechazo de los independentistas. La marcha de la primera obra, que glorifica las luchas hispanas contra la ocupación napoleónica, acompaña el recibimiento de las tropas de soldados que vienen a combatir a los mambises, mientras que la música de Chapí se ejecuta durante los fusilamientos de patriotas cubanos en la Cabaña.[6]

Sin embargo, en toda esta convulsa época, los estrenos se suceden regularmente en el escenario capitalino de la llamada «Catedral de la Zarzuela»: El año pasado por agua (Chueca y Valverde, 1889-1889), El dúo de La africana (Caballero, 1893-1894), El cabo primero (Caballero, 1895 mayo-septiembre), El baile de Luis Alonso (Giménez, 1896 febrero-noviembre, interpretado por Fernanda Rusquella), Agua, azucarillos y aguardiente (Chueca y Valverde, 1897-1898), La viejecita (Caballero, 1897-1899). La revoltosa (Chapí, 1897-1898), otra de las emblemáticas zarzuelas que obtiene de inmediato un favor permanente hasta nuestros días entre los aficionados cubanos, sube a la escena de Albisu en la interpretación de la tiple sevillana Lola López (casada con el empresario del teatro, Eusebio Azcue).

Con el fin del siglo XIX cesa la dominación española en la otrora «siempre fiel isla de Cuba». El cronista de un diario hispano comenta amargamente:

A las doce del día de hoy será arriada de las fortalezas de esta capital la bandera española, saludándola las baterías de la plaza y los buques de guerra surtos en bahía. Ni un solo crucero de nuestra marina contemplará el descenso de la gloriosa enseña que en estas playas clavó el robusto brazo de Colón hace más de cuatro siglos. // El atronador estampido de los cañones será el símbolo de las lamentaciones de la vieja España, [en contradicción con la] manifestación de júbilo y algazara con que la nueva nación dominadora celebra sus triunfos.[7]

No obstante, en el espíritu de los cubanos, aflora en poco tiempo el sentimiento martiano de fraternidad y simpatía hacia los mejores valores que la Madre Patria nos legara y que, de manera inmarcesible, permanecen en nuestra idiosincrasia y nuestra cultura. Por otra parte, las grandes oleadas de inmigrantes españoles que arriban en distintas épocas a nuestras costas, garantiza la continuidad de unos lazos afectivos nunca desmentidos.

En el siglo XX, Albisu sigue funcionando como escenario principal de la zarzuela española. Se estrenan La tempranica (Giménez, 1900-1901), La alegría de la huerta (Chueca, 1900-1901), El barquillero (Chapí, 1900-1900, interpretado por Concha Martínez, otra favorita), El barbero de Sevilla (Nieto y Giménez, 1901-1901), El puñao de rosas (Chapí, 1902-1903), La alegría del batallón (Serrano, 1909 marzo-septiembre), El trust de los Tenorios (Serrano, 1910-1912),  Los cadetes de la reina (Luna, 1913 enero-julio).

En Payret se producen también estrenos de importancia: La corte de Faraón (Lleó, 1910 enero-junio), Molinos de viento (Luna, 1910-1911), El gato Montés (Penella, 1916-1919, por la compañía de su autor). En 1920 Vicente Lleó libra una gran temporada en ese mismo coliseo.

En la misma década las compañías de revistas de Eulogio Velasco y Julián Santacruz (vasco asentado en La Habana) encuentran su escenario favorito en el teatro Martí (inaugurado en 1884 con el nombre de Irijoa, su primer propietario). Exitosas temporadas de este género frívolo se producen en el pequeño coliseo de Zulueta y Dragones bajo la dirección musical de Quinito Valverde. Su revista de gran espectáculo, El príncipe carnaval, se mantiene en cartelera durante más de cien funciones. En esos años se estrenan La canción del olvido (Serrano, 1916-1923[8]), los títulos de Pablo Luna, El niño judío (1918 febrero-mayo) y El asombro de Damasco (1916-1917), reprisado pocos meses después por Consuelo Mayendía, quien pone de moda el cuplé en La Habana —con sus antológicos números Mala entraña y Los amoríos de Ana— y Casimiro Ortas, el inefable creador del papel de Ben Ihben. Pero allí se presenta también por primera vez en la capital caribeña uno de los más importantes títulos de la moderna zarzuela grande: Doña Francisquita (1923-1925), interpretada por la compañía de Amadeo Vives, su autor, con Mary Isaura y el tenor cómico granadino Antonio Palacios, quien se establecerá más tarde en Cuba, al abandonar la Península durante los años de la Guerra Civil.

El barítono asturiano Augusto Ordóñez y la tiple valenciana Conchita Bañuls darán a conocer en el Martí Los gavilanes (1923-1924), de Jacinto Guerrero, y La leyenda del beso (1923-1924), de Soutullo y Vert, convirtiéndose de inmediato en ídolos del público cubano. Ella será en la siguiente década la primera intérprete de la zarzuela cubana María la O, de Lecuona y el cantante ovetense protagonizará en temporadas sucesivas las premières cubanas de La calesera, de Alonso (1925, 1926), El caserío, de Guridi (1926, 1930), La parranda, de Alonso (1928, 1930), que llega en poco tiempo a las veinte y cinco representaciones y se retransmite por radio desde la escena del Martí, La del soto del Parral, de Soutullo y Vert (1930, 1930), Coplas de ronda, de Alonso (1929, 1930), El romeral, de Diaz Giles (1929, 1930), El huésped del Sevillano, de Guerrero (1926, 1931), Katiuska, de Sorozábal (1931, 1940), todas en el teatro Martí, con excepción de la primera, en el Nacional, y la última, en el teatro Campoamor. Ordóñez repondrá muchos de estos títulos junto a la tiple cubana Maruja González, con quien comparte por aquellos años la escena y la vida. Ambos, se presentan también en la Península, interpretando los protagónicos de la zarzuela cubana La Virgen morena, de Aurelio Riancho y Eliseo Grenet, en el coliseo madrileño Fuencarral[9], con un extraordinario éxito de crítica y público.

En ese mismo año el Payret acoge el debut de Felisa Herrero,[10] otro gran nombre de la zarzuela española. Su compañía integrada por el barítono José María Aguilar y las tiples Carmen Antonioni y Carmen Máiquez, presenta en poco menos de mes y medio un extenso repertorio con los títulos más sobresalientes del género y los estrenos en Cuba de La marchenera, de Moreno Torroba, La castañuela, de Alonso y El cantar del arriero, de Díaz Giles.

En 1929 se produce una violenta crisis económica que transformará radicalmente la vida en todo el mundo. Las grandes compañías teatrales que solían girar durante meses por el orbe hispanoparlante van desapareciendo y dejando lugar al nuevo espectáculo cinematográfico que acaba de incorporar el sonido a sus producciones. La novedad técnica unida a la ausencia de funciones en vivo, provoca la transformación de los teatros —con espectáculos en vivo— en salas de cine —con producciones enlatadas—. Muchos actores pierden su trabajo. Sin embargo, pocos años después una gran cantidad de intelectuales y artistas españoles de diversos géneros escapan de los horrores de la Guerra Civil, encuentran refugio en nuestras costas y contribuyen a reactivar la actividad teatral entre nosotros. Prestigiosas figuras de la escena colaboran con los cubanos en notables temporadas de zarzuela que mantienen latente la afición por el género. En 1941-42 Antonio Palacios realiza una puesta en escena de su entrañable Doña Francisquita con un nutrido grupo de cantantes y actores criollos. Por la misma época se estrenan en Cuba La del manojo de rosas, de Sorozábal, Luisa Fernanda, de Moreno Torroba y Don Gil de Alcalá, de Penella, en los teatros Principal de la Comedia y Martí respectivamente. En el elenco brillan los nombres de Miguel de Grandy, Rosita Fornés, Esther Borja, Zoraida Marrero… y la tiple y actriz hispana Eugenia Zúffoli. En algunas de estas temporadas fungirá como empresario y director musical el maestro Ernesto Lecuona.

En noviembre de 1947 el compositor Federico Moreno Torroba, de gira por el Nuevo Mundo, realiza una temporada en el teatro Nacional (antiguo Tacón) que inaugura con su Luisa Fernanda y da a conocer sus obras La chulapona, Monte Carmelo, Maravilla, y algunos otros títulos ajenos. El elenco de su compañía se engalana con los nombres de Pepita Embil, Marianela Barandalla, Tomás Álvarez, Plácido Domingo (padre). Varios de estos artistas permanecen en tierras americanas y regresan a Cuba en ciertas ocasiones cuando surge alguna empresa zarzuelera —tanto cubana como extranjera— que desarrolla invariablemente su temporada en el Martí. El notable tenor cubano Miguel de Grandy y la soprano Maruja González (ya separada de Ordóñez), juntan sus economías y su experiencia, en combinación con Antonio Palacios, y realizan memorables temporadas del género. En 1956 el empresario español Faustino García trae a Cuba en su compañía a Pepita Embil, al barítono Alberto Aguilá y al actor Antonio Martelo. Entre otros muchos excelentes intérpretes del género, se destaca también la tiple cómica Teresita Silva, hija de Manuel Penella, quien ya había actuado en La Habana años antes en la compañía de revistas que estrenara aquí Las Leandras, de Alonso, así como otros títulos de su padre. En el extenso repertorio que aporta Faustino García se destacan el muy reciente título de Moreno Torroba, María Manuela y El canastillo de fresas, obra póstuma de Jacinto Guerrero, que interpretan la Embil, Josefina Puigsech, Aguilá, el tenor Salanova y Teresita Silva.  La aceptación de estos artistas españoles es formidable e incita a sus colegas cubanos a colaborar en algunas funciones extraordinarias. Dos años después regresan a La Habana Aguilá y Martelo convertidos en empresarios, a los que se une de nuevo Maruja González y protagonizan en el Martí una exitosísima temporada de varios meses, que se extiende al final en unas pocas presentaciones en el exclusivo teatro Auditorium, de El Vedado. En la compañía alternan los hispanos Teresita Silva, Rosina Toledo, Sara López, Blanca de Liz y el tenor argentino Antonio Vela, con los cubanos Marta Pérez, Ana Margarita Martínez Casado, Blanca Varela, Panchito Naya, Mario Martínez Casado, Armando Soler y Coqui García. En esta temporada comparten la dirección musical los maestros Gonzalo Roig y Gerardo Tomás y se produce el debut escénico profesional de los artistas cubanos Armando Pico, Ramón Calzadilla y la soprano catalana establecida en la Isla, María Remolá,

En 1962 el Consejo Nacional de Cultura funda en la capital el Teatro Lírico Nacional de Cuba y los Teatros Líricos en las provincias de Pinar del Río y Holguín,[11] compañías integradas totalmente por artistas nativos o radicados en Cuba, que atestiguan la excelente formación profesional de estos intérpretes y la pasión del público criollo por el género. La primera compañía, dirigida en sus inicios por Miguel de Grandy, debuta con una puesta de Luisa Fernanda, que se mantiene en cartel durante 176 noches. No debe olvidarse la inclusión en este notable elenco de dos de los nombres que dieron a conocer la obra en Cuba: Rosita Fornés en el rol de la Duquesa Carolina y el propio de Grandy, primer intérprete de Javier Moreno y ahora en su desempeño como director de la puesta, quien asumirá además el rol de Vidal en algunas funciones.

La compañía lírica habanera, en más de cincuenta años de actividad, ha conocido etapas de gran esplendor, entre las que pueden mencionarse los Festivales Internacionales de Arte Lírico y el Festival Iberoamericano de la Zarzuela, donde fueron presentados, en colaboración con el madrileño Teatro de la Zarzuela, ambiciosos títulos dirigidos por los españoles Emilio Sagi (La revoltosa, 1989), Javier Ulacia (La chulapona, 1989), Angel Fernández Montesinos (El dúo de la Africana y El barberillo de Lavapiés, 1990), todos interpretados por artistas cubanos.

En 1983 el magnífico espectáculo concebido por José Tamayo, Antología de la Zarzuela, en su recorrido mundial, recaló en La Habana y nos trajo, en un derroche de color y música, figuras de la talla de Pedro Lavirgen, Mari Carmen González, Josefina Arregui y Ricardo Jiménez.

A través de todos estos años, la zarzuela española ha logrado despertar y mantener una pasión en el cubano y renueva periódicamente su brillo cuando alguna empresa ofrece un espectáculo original de calidad. El gustado género se ha visto, además, seriamente comprometido en más de una ocasión en el devenir histórico de la nación caribeña aunque siempre ha podido salir indemne en cruciales momentos de confrontación.

El crítico del rotativo madrileño ABC, Santiago Castelo, finalizó su magnífica reseña de La revoltosa, presentada por Sagi en La Habana con esta observación, que sintetiza en buena medida tantos años de exaltación lírica, común a ambos lados del Atlántico: «Teníamos miedo de que el trasplante no funcionara, pero, hoy como ayer, por fortuna, los corazones de Cuba y España, saben latir al unísono»[12]

En portada: Teatro Martí, en 1933, foto tomada del rotograbado del Diario de la Marina.                                          © Archivo digital Rio Prado

 

[1] Jorge A. González. “Repertorio teatral cubano”, en Revista de la Biblioteca Nacional, 2ª serie, tomo II, Nª 4, octubre-diciembre de 1951, p. 69-184.

[2] Diario de la Marina, 4 de enero de 1853.

[3] El primer año refleja el estreno en Madrid y el segundo la première en La Habana.

[4] Rine Leal. La selva oscura. La Habana, 1982. Tomo II, p. 112.

[5] Interpretados por actores de tez blanca maquillados con corcho quemado.

[6] Villoch. Viejas postales descoloridas, p. 62, cit, por Rine Leal, op. cit., p. 437.

[7] Manuel Morphy, en La Unión Española (La Habana), domingo 1 de enero de 1899.

[8] Esta obra se estrenó en La Habana, el 17 de julio de 1923, interpretada simultáneamente por dos compañías distintas en los teatros Martí y Payret.

[9] ABC (Madrid), jueves 2 de febrero de 1933.

[10] Pedro Gómez Manzanares. Felisa Herrero, musa de la zarzuela (Cultiva Libros, SL, 2011).

[11] Estas tres agrupaciones llevarán los nombres de los grandes compositores de la zarzuela cubana: Gonzalo Roig (La Habana), Rodrigo Prats (Holguín) y Ernesto Lecuona (Pinar del Río). Años después, en 1971 surgirá el Teatro Lírico de Matanzas.

[12] «Una Revoltosa impecable», en Juventud Rebelde (La Habana), 19 de octubre de 1989.