Confrontar el concepto mismo de “ideal” y, a la vez, atreverse a fabular sobre él, partiendo del universo literario de una de las novelas más importantes del siglo XX, Rayuela de Julio Cortázar, parecen dos objetivos sumamente ambiciosos. Sin embargo, ese fue el propósito que unió a la compañía mexicana Conjuro Teatro y al dramaturgo cubano Ulises Rodríguez Febles en la puesta en escena de La Maga no soy yo.
La compañía azteca viajó expresamente para estrenarla aquí y, luego de diversas presentaciones en la Universidad de Matanzas, el Cine Teatro Cárdenas y la Sala Pedro Vera de Unión de Reyes, los yumurinos pudimos disfrutarla en dos ocasiones, jueves 28 y viernes 29 de marzo, en el del Teatro Sauto.
“Es una obra un poco larga, pero he visto que en todas las funciones el público está muy atento, siguiendo los detalles, develando las dos historias paralelas que se van contando —declaró la directora Dana Stella Aguillar. En todos los lugares nos sentimos muy bien recibidos y nos han tratado como lo que somos, hermanos”.
Contemplar a Cortázar, a Ulises y al paradigma de feminidad que es La Maga, ahora deconstruida, desde el sinnúmero de posibilidades expresivas que ofrece el arte de las tablas, ha sido un placer inmenso. Los que ya amábamos la historia que propone Rayuela, redescubrimos al personaje sobre las tres dimensiones del escenario, enriquecido con nuevos matices; para los que lo ignoraban, fue una sutil invitación literaria.
Cuando la protagonista del unipersonal enuncia: “A Lucía nadie la conoce pero a La Maga a veces la recuerdan”, comprendemos que esta no es una representación convencional del “ideal cortaciano”, sino más bien su feroz reflejo proyectado sobre otra mujer más humana y, por tanto, quizá mucho menos perfecta y deseable desde el punto de vista de los hombres.
En opinión del dramaturgo, la propuesta de Conjuro capta la esencia de su texto y mezcla esos mundos paralelos que son el escritor argentino y el suyo propio. “Logra cuestionar, polemizar e incluso ironizar, lo que es un logro personal de la actriz —asegura.
“Se ve muy bien la estética imaginativa de Rayuela a través de los elementos de la puesta en escena que ayudan a potenciar la dramaturgia textual. Uno de sus valores más marcados es que dimensiona la literatura de Cortázar, le da un nuevo sentido para que el espectador pueda escucharla y verla. Sutilmente, también se cuelan los temas propios de nuestra realidad: la emigración, que no es en barco sino a través de la selva, la defensa de la maternidad. Su viaje del cielo a la tierra no es más que la búsqueda de una felicidad que a veces nos es esquiva”.
La Maga de Ulises se muestra menos dócil, confronta a ese otro/Horacio, aún partiendo de su propia fragilidad. Decide no ser una víctima, sino tomar las riendas de su destino; permanecer junto al hijo; enfrentarse a todos los peligros, incluso, al peligro de no ser amada por atreverse a ser ella misma. Se revela contra los designios del autor, un autor en masculino: “¿En qué capítulo hablo yo? ¿Dónde está mi voz? Siempre es él el que habla. Estoy cansada de que hablen por mí”.
La defensa que de ella hace la actriz Denisse Castillo es de las mejores cosas de la obra. Se apropia de los recursos del espacio, de la gestualidad, de los tonos e inflexiones de la voz para cuestionarnos: “Las muchachas de los 60 querían ser como La Maga, las de ahora no sé. ¿Han leído los jóvenes de hoy Rayuela?”; para transmitir esa dualidad tan palpable en toda la obra: “Me asusta ser La Maga y estar desamparada, perdida, queriendo llegar a alguna parte y no poder”.