Por Roberto Pérez León
Si concebimos la técnica más que como herramienta como proceso del pensamiento humano, como proceso cognitivo, epistemológico o antropogenético (McLuhan, Stiegler, Simondon y Flusser) la Inteligencia Artificial (IA) no es solo una continuidad o consecuencia de la evolución tecnológica sino una nueva forma de creación.
Creación no como acto individual, creación como proceso relacional que amplía las capacidades humanas y comparte autoría con datos, modelos, interfaces, etc.
Sin caer en determinismos tecnológicos la IA nos obliga a repensar el acontecimiento escénico que deja de ser un fenómeno exclusivamente humano y se convierte en un acontecimiento coemergente.
La IA con los actores y los espectadores es coproductora de sentido a la vez que agente escénico porque produce signos, forma parte de la enunciación y modifica la relación espectador-escena.
La IA no es un actor, pero como agente de enunciación participa de la producción de sentido convirtiéndose en un actante como lo son los demás sistemas significantes que hacen de la puesta en escena una red de relaciones donde la IA coproduce con humanos la dramaturgia. Consideremos que el concepto de actante en su genealogía se ha expandido hacia la teoría teatral.
Actante como ente capaz de modificar, desviar una acción, generar efecto, influir en una red de relaciones (Latour) sin tener importancia que tenga o no conciencia o intención. La IA convierte la escena en un espacio de agenciamiento entre lo humano y lo artificial lo que origina una particular dramaturgia. En la estructura dramatúrgica la IA dramatúrgicamente no es un accesorio ni un efecto visual. Se trata de una técnica que piensa, un actante que actúa y una agencia que interviene en la creación.
La dramaturgia en este contexto se convierte en un espacio, un territorio, una práctica, un laboratorio de co-pensamiento entre humano y máquina. La dramaturgia como organización de todos los sistemas significantes que conforman las acciones escénicas al incluir la IA es mediada por algoritmos que generan transformaciones en la causalidad, en las significaciones que inciden sobre el núcleo dramatúrgico.
Cuando la IA entra en escena la puesta deja de ser una organización de acciones humanas y se produce una ecología de agencias donde lo humano y lo no humano co-actúan, se afectan y producen sentido de manera independiente. La agencia no es exclusiva del ser humano. La agencia está en la capacidad de cualquier entidad de actuar, generar efectos, modificar, alterar, transformar un proceso, producir un signo, condicionar una decisión (Latour, Haraway, Barad y Bennett).
La IA con lógica propia participa en la ecología de agencias al participar en la organización y ejecución de las acciones haciendo de la escena un ecosistema híbrido, de autoría relacional donde la acción es coproducida por algoritmos.
El concepto técnico de ecología refiere a un sistema vivo de relaciones interdependientes donde no hay jerarquías fijas. Se trata de un conjunto de elementos que coexisten, se regulan, en sus interacciones se transforman y afectan mutuamente. En la puesta en escena como ecología de agencias conviven entidades humanas y no humanas que influyen de manera interdependiente en la producción de la acción y del sentido. La IA, al introducir una agencia generativa no humana, reconfigura esta ecología y transforma la dramaturgia en un proceso distribuido y dinámico.
La muy perseguida y anhelada dramaturgia relacional queda transformada con el uso de la Inteligencia Artificial desde la relación del público con la puesta en escena (presencia sensorial, interactividad, streaming, etc). Ya no está limitada esta dramaturgia a la presencia física. Puede considerarse relevante la presencia sensorial (streaming), la interacción entre todos los factores del acontecimiento escénico (espectadores, performers y dispositivos escénicos) por medio de algoritmos.
Al entrar en juego la IA la dramaturgia relacional se transforma por las posibilidades de una escena expandida, por heterotopías digitales que hacen de la sala un espacio donde lo físico y lo virtual coexistan y sean concebibles fenomenales acciones escénicas inmersas en sistemas digitales generadores de expresiones estéticas imposibles sin la presencia algorítmica.
Concluyamos:
La IA no es un software sino un operador semiótico autónomo, un recurso de composición de la escritura escénica que configura la dramaturgia no desde una herramienta externa, sino como agente escénico modulador o transformador de sentido escénico. Así, al dejar de ser un mero instrumento técnico se convierte en un sistema significante autónomo, comparable a la luz, el cuerpo, el texto, el sonido, la espacialidad.
La IA en las artes escénicas sobrepasa la función de soporte técnico, incorpora nuevas formas expresivas en los sistemas significantes (escenografía, música, luces, etc.) que deciden formal y estéticamente la puesta. Al expandir las posibilidades expresivas, sin reemplazar la subjetividad y la emoción humana, se potencia la creatividad.
Las IA produce estructuras narrativas, música, imágenes, responde, modifica la temporalidad, improvisa, conforma desde lo no humano una red de relaciones de agencias: una puesta en escena donde co-actúan IA, público, actores, dispositivos.
La IA transmuta el aquí y ahora del arte escénico: el presente humano se hace presente algorítmico humano, híbrido, co-producido por los algoritmos que median y modulan.
La IA también nos permite abismarnos en la inspiración-creación, la creación-investigación, la intuición creadora.
Imagen de portada: Pixabay





