Por Ulises Rodríguez Febles
La Ínsula prometida de Maikel Chavez García, fue el premio Milanés de Teatro, 2018. Un libro ilustrado por Erick Tápanes, con el perfil de colección y diseño de Johan E. Trujillo y la edición de Bárbaro E. Velazco.
Trece cuadros delirantes para que nazca otro Quijote, que viene de Miguel de Cervantes, y tiene el espíritu del original; pero a la vez, asume la sensibilidad del autor, que es de alguna manera un Quijote y un Sancho, que sueña y realiza un viaje creativo, que aún no ha culminado, porque este texto lo demuestra, y también su vínculo con el teatro vivo; porque eso es algo que lo particulariza como creador, y que también se evidencia en La ínsula prometida, desde el instante que Maikel define en los paratextos, que es teatro para títeres, y en esa escritura están los recursos, las técnicas, la sensibilidad de un artista que domina el teatro de figuras, de alguien que domina las claves para comunicarse con el niño desde la literatura, pero especialmente desde el teatro y la radio.
Uno lee, y las acotaciones y los diálogos crean visualidades cargadas de significados, estéticos, filosóficos, y de una técnica que domina la escritura: personajes, que podemos escuchar, con las peculiaridades, de cómo pueden hacerlo los muñecos animados, desdoblados en la voz del dramaturgo que actúa, con sinceridad y gracia: Mustafá y Basurita, el niño Saúl, los soldados…
Un lenguaje que fusiona lo poético, con lo cómico (la gracia, el humor, la ironía), pero fundamentalmente, la reinvención del lenguaje desde lo lúdico; la fuerza dramática, que caracteriza al títere en un dialogo a veces conciso y otras, con una síntesis, que crea atmósferas que desconciertan y provocan referentes, que propician reinventarnos la historia que dramatiza.
Maikel asume la estructura de Miguel de Cervantes, juega con ella, y en su selección del original, se aparta de él; inscribe en su partitura una filosofía cervantina sobre las utopías y el poder, que tiene un trascendental sentido de lo universal y lo contemporáneo, en un instante significativo de la historia del Poder, que multiplica sus connotaciones, motivado por las circunstancias.
En La Ínsula Prometida se crean mixturas que provienen de su propia obra literaria, con pueblos (reinventados) y gentes chifladas, como los creados por Maikel, que brotan de las páginas de sus libros más leídos, y también encontramos el Lorca titiritero del Retablillo de Don Cristóbal.
Voces, que como el viaje delirante creado en este texto, asume disímiles claves para desentrañar lectores y espectadores, la aventura, el imaginario de lo fantástico, y la belleza de los encuentros y desencuentros, en los que la amistad adquiere el valor que no tiene la riqueza, ni la autoridad.
El poder de la justicia, de la cordura y la locura, trazan perspectivas icónicas, de una belleza iluminada por la teatralidad.
El simbolismo de mar, y de un viaje en barco hacia el horizonte, en que los amigos salen a buscar otras utopías, consiguen una conexión con el mundo creado por el autor; poeta, fabulador de universos, creador delirante, que avanza contra molinos, y las olas del mar, y el azul del cielo, infinito, azul.
Los invito a buscar en nuestras librerías esta obra teatral de Maikel Chavez. Los invito a buscar la colección completa de premios Milanés o Fundación de la Ciudad, publicados por Ediciones Matanzas. Es mi recomendación, para los que se interesan o estudian la dramaturgia cubana contemporánea.
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