Estudio Teatral Macubá trasladó “La casa” hasta la geografía vueltabajera como parte de su gira nacional. El pasado fin de semana, la agrupación santiaguera, le regaló al público del Teatro Milanés la versión de uno de los textos teatrales insignes de Federico García Lorca
Por José Omar Arteaga Echevarría
Fátima Patterson, líder de Estudio Teatral Macubá está cumpliendo 50 años de vida artística en este 2020, y si dice Gardel que “20 años no es nada”, medio siglo es una cifra considerable, más cuando son años entregados a una de las labores más nobles: el arte teatral. Esta mujer además de actriz, directora, dramaturga y locutora, ostenta el Premio Nacional de Teatro, máximo reconocimiento en este arte escénico.
A propósito de la gira nacional en la que está inmersa este colectivo teatral, Patterson propone una versión donde no solo se apoya en La casa de Bernarda Alba, del autor español para la concepción del texto dramático, también en un texto más reciente, Bernarda´s simulation de su coterránea Margarita Borges, joven dramaturga vinculada a Macubá hace algún tiempo. En él se pondera el papel de las féminas como protagonistas. Santiago de Cuba constituye el escenario y los cantos, rezos, toques de congo, el vodú, así como bailes, gestos e insignias que forman parte de estas otras epistemologías atraviesan transversalmente la puesta.
Un matriarcado tiránico, tres de las hijas involucradas en una historia de amor con un mismo hombre, la propia Bernarda que sucumbe ante el poder sexual de este macho, la sexualidad solapada, las ansias de la carne que las consume a todas, que las carcome y es la fuente del mal. Una madre loca que escapa a su encierro y entre sus incoherencias arroja verdades, predicciones que se hilan como los bordados del ajuar de Angustias, la hija mayor que sueña con casarse. La envidia, el resentimiento, así como otros sentimientos conforman los vericuetos que desandan los personajes.
Uno de los logros, y quizás porque el propio argumento pudiera asumirse como un fenómeno universal y atemporal, es esta proposición a manera de resignificación de los códigos lorquianos traspolados a los elementos distintivos de estas tradiciones afro caribeñas llegadas al oriente del país mediante las oleadas migratorias y que se han acomodado en nuestro “ajiaco cubano” para conformar el fenómeno que conocemos como folclor oriental.
Unos cuantos giros inesperados distinguen esta pieza, la muerte que Lorca pone sobre la hija menor, esta vez Fátima la revierte sobre esta figura masculina, derrotando el poder fálocéntrico que hasta el momento subyugaba a las mujeres. Otro de estos momentos es el horror del bebé asesinado y el momento caótico donde se descubre. Esta culpa la ha puesto la dramaturga sobre estas mujeres obligadas a un luto sordo, confinadas ahogarse entre sus propios secretos.
Todos los elementos se integran en la puesta orgánicamente, el diseño de vestuario responde a un determinado contexto y a la caracterización de cada personaje. La escenografía posee elementos móviles y desmontables que van construyendo y delimitando los espacios, no hay entradas o salidas para estos cambios lo que evita la segmentación de las escenas y propicia la consecutividad de la trama. Las luces crean los ambientes, la banda sonora refuerza la fábula y las acciones físicas contienen una carga considerable de elementos danzarios que hacen de la hacen atractiva visualmente.
Una de las escenas destacables es cuando las hijas de Bernarda bailan una rumba que por las pautas movimentales pudiera asumirse como una especie de columbia, género de la rumba que fue creado y es defendido estrictamente por hombres. Aunque desde códigos más teatrales que danzarios, representa este momento un acto de resiliencia hacia una antiquísima tradición y una ruptura con los patrones establecidos entre los sexos, sobre todo en estas culturas que se construyen desde un patriarcado férreo que arrastra consigo un arraigado machismo.
Afirma Margarita Borges en las notas al programa de mano: Toda re- creación o apuesta teatral contiene riesgos- así lo exige el teatro- una cuerda floja personal y colectiva, un salto al vacío…
Estos riesgos son necesarios, los necesita el teatro cubano que se hace en la contemporaneidad. Siempre serán atinados en la medida que respondan a cuestiones que atañen a la sociedad cubana. Es el caso de esta obra, donde Fátima va ordenando la cadena de sucesos como cuentas de un eleke[1], lo que hacen de esta versión un acierto respecto a su texto dramático y puesta en escena.
La casa es una propuesta escénica que cumple con una dualidad importante, uno de estos aspectos es la reflexión en torno al tema de género. Reivindicar el papel de la mujer es una tarea de mérito en este siglo, donde a pesar de sus conquistas y logros, todavía quedan los rastros de un machismo enraizado en la sociedad. La parábola que establece esta dramaturga santiaguera constituye una apología reivindicadora de lo femenino que se libera del yugo masculino, rompe los lazos violentos de estos encuentros furtivos que inestabilizan la vida de estas mujeres solas, sedientas de pasión.
También constituye una puesta disfrutable, es un espectáculo entretenido con elementos de comicidad, pero con un final trágico, elementos míticos que se entretejen entre toques, danzas, dicharachos y otras nociones que le pertenecen a la tradición afrocaribeña en la cual está fundamentada la estética de este grupo de teatro.
[1] Collar de la santería