La Carmen de Alicia en Camagüey

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Por Ángel Alberto Padrón Hernández

En el marco del tristemente perdido Festival de la Danza en Camagüey, justo en su primera presentación, en 1982, el domingo 17 de enero, el programa del Ballet Nacional de Cuba incluyo obras como Giselle, interpretada la noche del viernes con Josefina Méndez y Jorge Esquivel; Prologo para una tragedia, de Brian Mc Donald, el Gran Pas de Quatre con coreografía de Alicia Alonso, el sábado, el dúo de amor del ballet Espartaco, bailado por ella y Esquivel.

Como colofón de aquella función se presentó Carmen, de Alberto Alonso, con la prima ballerina assoluta en el rol titular, Orlando Salgo como Don José, Escamillo interpretado por Jorge Esquivel, Zúñiga por Romelio Frómeta; mientras que el Destino lo bailó Rosario Suárez.

Esa fue una época verdaderamente gloriosa para la compañía agramontina. Nunca hubo momentos como aquellos del Festival de la Danza en Camagüey. En la ciudad grandes telas anunciaban el evento, colgando de los escalos edificios y construcciones altas. Participó, además, en aquella primera edición, el Conjunto Folklórico Nacional de Cuba, y Danza Nacional, dirigida en este entonces por el compositor Sergio Vitier.

Fue en este Festival dónde el Ballet de Camagüey estrenó Variante para una suite, de Francisco Lang con Bertha Suárez y Osvaldo Beiro, Teleman para tres, de Lázaro Martínez y Sinfonía Clásica, de Alberto Alonso, música de Prokofiev, con Aidita Villoch y Osvaldo Beiro, en los roles de solitas. Menia Martínez bailo Salomé, en el marco de ese evento, invitada por el maestro Fernando Alonso.

Y fue en ese 1982, después de largos años en que estuvimos privados de verla en Camagüey, Alicia Alonso volvía al Teatro Principal, luego de haberse presentado años atrás en un inolvidable adagio, del II Acto de El lago de los cisnes, con su parner por antonomasia Jorge Esquivel.

¿Qué decir de aquella función? Estuve “colado” gracias a la complicidad de mis amigos bailarines en los ensayos. Recuerdo como Esquivel le mostro a Alicia todos los vericuetos de la escenografía de Carmen. Como se sabe, después de su “reparación” por aquel arquitecto que hizo trizas la estructura memorable del Principal, el escenario y la platea quedaron reducidos y la Alonso, acostumbrada a la profundidad del Gran Teatro de La Habana, se vio obligada a “recorrerlo”. Sobre todo, porque Carmen lleva una gran escenografía que borde casi toda la escena.

Alicia vestía una bata de felpa rosada, Esquivel le iba explicando el espacio que había y por dónde estaban las salidas y entradas. Había una niña a mi lado que la miraba hechizada y le preguntaba a su mamá: ¿pero ella es Alicia Alonso de verdad?

En un momento, la Alonso marcó un paso o más bien lo ejecutó y sintió dolor. Un suspiro general recorrió el recinto que estaba casi lleno de estudiantes de ballet, que igual que todos no querían perderse aquel momento único que estábamos viviendo. No todo el mundo ha tenido el privilegio de ver un ensayo de la Alonso. Y nada más y nada menos que en Carmen. Temblamos pensando en una lesión. Esquivel le dio masajes, la sentaron en una pequeña butaca. Tomó un poco de agua. Hubo una expectativa casi luctuosa, todos temíamos que no bailara, de repente ella se levantó, se quitó su bata y bailo –entonces sí– un pequeño fragmento. Todos aplaudimos.

La función fue memorable. La recuerdo nítidamente por su piel de alabastro con su vestuario rojo, de un rojo que es el rojo de Alicia no el del color en sí, ese rojo de su vestuario en Carmen tenía una connotación tan particular que no era el rojo común, era algo especial, no era el rojo sangre, ni un rojo carmín, era el rojo de ella en Carmen, un rojo único.

Hizo una entrada envuelta en una atronadora ovación. Era su danza de una sensualidad insultante, y a medida que avanzaba el ballet se tornaba presagiante, como dándole un toque premonitorio del trágico final que la esperaba.  El Escamillo de Esquivel vital, vital, con aquella prestancia inigualable que le otorgó siempre a ese papel. Salgado desgarrante en la variación que hacía espléndidamente con el “intermezzo” que le sirve de apoyatura musical y que Schedrin bordó en la orquestación que realizó para esta joya del maestro Alberto Alonso. La Charín (Rosario Suárez) insuperable en su destino. Luego la muerte de Carmen y la ovación interminable y lo que jamás se ha borrado de mi memoria: a Alicia le entregaron alrededor de seis ramos de hermosas flores. Alguien alguna vez si no se ha hecho ya debía dedicar un artículo a reseñar cómo la Alonso conseguía el milagro de tener tantos ramos a la vez en sus manos y ponérselos en el regazo, otro en una pierna, mientras se arrodillaba, otro lo colocaba a sus pies, otro lo daba a Esquivel, todo esto en medio de una ejecución casi coreográfica que eran sus saludos.

Fue una catarsis, una explosión… Los amantes del ballet y los que habían asistido a aquel suceso de la Alonso en el Teatro Principal de Camagüey aquel domingo 17 de enero de 1982, éramos, y creo fuimos, desde entonces otras personas cuando salimos del teatro. Sentíamos ese goce y también ese vacío de haber sido testigos de un suceso que nunca iba a repetirse que era único en nuestras vidas y que perduraría para siempre en nuestra mente, como esas cosas que de tan grandes y excelsas, al paso del tiempo, uno se pregunta: “¿esto realmente lo viví o fue un espejismo?