Por Ulises Rodríguez Febles
Autopsia del paraíso, de Roberto Viña Martínez, se estrenó el pasado viernes 13, con las butacas repletas, por el Taller de Actuación Alas, de la agrupación liderada por Miriam Muñoz Benítez, actriz de larga trayectoria como formadora de nuevas generaciones de actores en Matanzas, muchos de los cuales concretaron una fructífera carrera actoral en varias agrupaciones profesionales, y la lista es larga. Recuerdo, por ejemplo, la puesta de La Emboscada, en su antigua sede del Teatro Principal o como Flores de Papel, ha sido una puesta-escuela, en la que se han probado en el personaje de Merluza, varios jóvenes actores formados en el Taller Alas Teatro.
Fue un placer ir a encontrarme con el texto de un colega, galardonado con el Premio Virgilio Piñera 2016, que aborda el tema de un preuniversitario, metáfora de una nación, con personajes que son claves, para crear un tejido social contradictorio y eficaz, para entrar en un espacio dramático, que es el semillero de complejidades, en este caso un preuniversitario urbano, el Gastón Baquero, y la escuela al campo.
Autopsia del paraíso (y la significación del propio título es signo poderoso e irónico), es un texto que viene de la tradición de una dramaturgia que tiene a la escuela, como punto de partida para abordar la sociedad cubana y pienso en El Compás de Madera o Molinos de Vientos y también de la narrativa donde es más fuerte, intensa y extensa (pienso en la antología Cuentos de Litera, que recoge algunos de los más trascendentes) y en la cinematografía, el clásico que es Camionero.
Pero esto es otra cosa, medularmente contemporáneo, transgresor, agudamente cuestionador de una realidad, que ilumina sus purulencias, para realizar una «autopsia», en la que se mueve la sexualidad, la corrupción, la doble moral, la ineficacia educativa, la violencia contra los semejantes, la maduración de cánones sociales, nacidos en la turbulencia de una nación, que se mueve entre el éxodo, el estereotipo ideológico, la drogadicción juvenil, el desamparo espiritual, y lo más alarmante, los conflictos de una generación, precisamente en el espacio, donde se construye (en este caso, con un mismo modelo) un país: la escuela.
Autopsia del paraíso es un texto releído por mí, varias veces. Es un texto que dialoga, con cualquier generación cubana, cuya mayor parte haya transcurrido en una beca, y a la vez, dialoga, con el público joven, que estaba sentado en las butacas, aunque hayan desaparecido las escuelas al campo: es un conflicto vivo.
En el texto y en la escena estaba un universo latente y solo bastaba estar atento a sus reacciones, a las disímiles reacciones. Estructuralmente es un texto complejo, aunque no lo parezca para los actores; especialmente, en los monólogos de cada personaje, que se mueve entre lo narrativo, lo psicológico, la agudeza de cada frase, con sus pausas, sutilezas, transiciones, que se mueven entre el coloquio, el soliloquio y el monólogo.
Son, precisamente los monólogos, escenas duras, marcadas por lo humano y lo social, que llevan a indagaciones psicológicas, con fuerza dramática, que propician intensos momentos, en las que «mover» el hilo de la historia y sus rupturas, los matices orgánicos y a la vez, en ocasiones, el Distanciamiento de la voz (tempo-espacial) que propone el texto e induce la puesta, aunque dicho por personajes jóvenes, lleva adultez actoral. Y es aquí, en la soledad del escenario, donde está la difícil la prueba de los jóvenes actores del Taller de Teatro Icarón, y de cualquier actor que enfrente este texto.
Tengo que aplaudir un texto de estas potenciales, que le habla a todos, pero especialmente a los jóvenes, y que haya sido escogido por ellos, releído por ellos, bajo la guía de Miriam Muñoz; que sean esos jóvenes, los que hayan dialogado con los personajes de Roberto Viña, y a la vez, con el que asistió, y asistirá a la sala. Eso potencia, es mi opinión, otras verdades, otra comunicación.
Fue una puesta digna de jóvenes con motivaciones, hermosa, fluida, con momentos de digno nivel actoral, en la que algunos de estos jóvenes (son siete), que pueden tener un futuro prometedor con trabajo y superación constante. Una puesta con instantes conmovedores, reflexivos, líricos, cuestionadores.
Una puesta necesaria, que lleva al público a otra zona de la creación y de la sociedad, que dinamiza, alerta otras problemáticas, en la que todos estamos implicados; como los alumnos que fuimos, los padres y ciudadanos que somos.
Los jóvenes del taller provienen del pre universitario, como sus personajes; la sede del colectivo está a unas tres cuadras del José Luis Dubrock, lo que contribuye a otro tipo de diálogo con la escuela y su universo.
La relación entre lo pedagógico del taller, como espacio de formación de actores, y reflexiono, que tenemos que seguir pensando en las opciones de formación alternativas y en la inserción de casos excepcionales; pero también, en lo significativo, de la relación de un taller juvenil, y la imbricación diferente que crea con el público es también una virtud de esta experiencia creativa y pedagógica.
El camino, se inicia con la prueba que es el estreno, las tres primeras funciones. Es lindo el ímpetu juvenil, de unirse en un proyecto creativo. Es lindo, que sigan unidos, defendiendo este primer proyecto, que es imprescindible siga vivo, confrontando con el público, intercambiando con el público, creciendo, madurando. Desde mi butaca los estímulos, y les agradezco su propuesta.
Fotos Sergio Martínez