José Antonio Chávez, el coreógrafo que Camagüey celebra

image_pdfimage_print

Por Ángel Padrón Hernández

Quizá Chávez no lo recuerde, pero como tengo para el ballet buena memoria fue el 25 de marzo de 1982, en el Teatro Principal de Camagüey, con diseños de Jorge Lozano y vestuario de Otto Chaviano, que se estrenó su primera coreografía: Ofelia.

Se inspiró en el legendario personaje de Shakespeare en Hamlet y creó un solo que se convirtió en referente de incuestionable grandeza en el repertorio del Ballet de Camagüey. Es una pena que ya no se baile.

Se corrían las cortinas y aparecía una bailarina en el fondo arrodillada, con el rostro cubierto con sus manos, cuatro tenebrosos candelabros encendidos bajaban lentamente de lo alto, saturando la atmósfera de la escena de un misterio luctuoso y sombrío que se apoyó con el Preludio de Lohegrim de Wagner –pieza que como melómano que soy, adoro– y que puso una acentuada nota dramática y angustiante.

La bailarina Adelaida Gómez estrenó el solo de Chávez brillantemente. ella bailó aquella noche la agonía de la pobre criatura Shakerpereana, envuelta en las intensas emociones que la perturban. Arrepentida y amorosa danza sus recuerdos, entre aquellas cuatro luces de velas que anuncian su inminente muerte.

Yolanda Bonet en un ensayo de Ofelia. Archivo Ángel Padrón.

Colgaba de los candelabros una triste guirnalda con la cual la bailarina entreteje su danza. Un buen diseño de luces creando una atmosfera penumbrosa e intensa apoyó todo el lirismo dramático de la obra Ofelia. La utilización de la penumbra y la música estaban presente en función de resaltar las pasiones que ella evoca en un “largo viaje que la conducirá primero a las tinieblas del mundo de la locura y luego el de la muerte”.

En esta primera coreografía, Chávez no escamotea su referente tradicional sino, por el contrario, asume una concepción contemporánea a partir del lenguaje danzario tradicional. Ofelia fue interpretada luego Adelaida Gómez (Lalita) y por otras grandes bailarinas que pasaron por el Ballet de Camagüey: Bertha Suárez, Yolanda Bonet, y Cristinne Ferrandó. Esta última dotó el personaje de una tristeza que era casi doloroso verla en escena: transida, desgarrada. La Ferrando también se identificó mucho con Ofelia, tanto que Chávez me contaba que se pasaba todo el día escuchando la música e imaginando, sin ejecutarlos, cada paso de la coreografía.

Dúo fue otra pieza impresionante atemperada por el “aria de la suite en Re de Bach”, Víctor Julián Suárez y Mercy Delgado nos regalaron un prodigioso paso a dos, lleno de lirismo donde ambos exhibían sus potencialidades: ella, sus líneas únicas y él, su peculiar entrega a aquella memorable pieza de amor. Dúo fue un excelente bordado coreográfico donde ambos tejían hermosas posturas de inusual y armónica belleza. Dúo comenzaba con un pequeño solo de ambos intérpretes que luego se aproximaban y se entrelazaban a un pas de deux de gran plasticidad y belleza.

Otra obra de Chávez, muy aplaudida fue Oda, creada especialmente para rendir homenaje a Máximo Gómez y que tuvo intérpretes de lujo como Aida Villoch y Jorge Esquivel. Nunca olvidaré los saltos de Esquivel ni el hermoso pas de deux de ambas primeras figuras. Fue en esa función donde vi a hacer a Esquivel aquel “promenade en un alto arabesque”, con una bailarina apretada contra su cuerpo. Muy pocas personas recuerdan Oda, una puesta en escena que es una pena se haya perdido del repertorio del Ballet de Camagüey.

Igualmente, el Premio Nacional de Danza 2023 creó Fidelio, ballet grandioso sobre la vida del pintor cubano Fidelio Ponce de León, donde Chávez consiguió una madurez coreográfica paladina. Recuerdo la notable escena del final en que bajaba una cruz donde aparecía amarrada, lazando unas estentóreas carcajadas, una bailarina que simbolizaba la muerte. Ninguna de las muchachas del ballet de Camagüey, por razones que respeto, se aventuró a lo que Chávez pensó siempre como creador: que la muerte apareciese desnuda. Todas las que lo hicieron siempre usaron leotard color carne. Creo que eran tiempos en que arrastrar el escándalo de aparecer desnuda en un escenario era que no todos veían en “buenos ojos”.

En Camagüey, la primera que asumió el reto del desnudo en escena fue Hortensita –actriz de teatro dramático– quien lo hizo aquel desnudo y luego en La Habana la gran actriz Marrianexys Yánez que lo interpretó a petición del propio coreógrafo, y quien le imprimió un dramatismo al final de la pieza, que nunca olvidaré.

Creo que el ballet Fidelio sentó una pauta “del desnudo” en el ballet en Cuba, porque no recuerdo, al menos en aquellos tiempos, que nadie se hubiera aventurado a algo así en la danza clásica. Era como una transgresión y Chávez salió airoso, el teatro se caía literalmente de aplausos con aquel final que era el pináculo dramático de la triste historia de Fidelio Ponce de León, quien terminó sus días agonizante y tuberculoso sobre una gran cama. Fidelio tuvo muchas funciones inolvidables por su gran carga de emotividad, elemento que se sumó a los valores de la excelente coreografía de José Antonio Chávez.

Otro de sus tantos ballets que jamás olvido es Arias, en el cual Chávez usó la voz de la “estupenda”, como le llaman a Joan Shutherland, en tres arias famosas del bel cantismo mientras tres bailarinas ayudadas por un gran y largo manto tejían una hermosa coreografía en la escena. Inolvidable este ballet. Las mejores arias de las óperas La Traviatta de Verdi, Norma –¡oh, esa aria única “Casta Diva”!– y La sonámbula de Bellini: tres mujeres protagonistas de tremebundas historias y tres bailarinas en escena. La gran tela unía sus destinos y a la vez las atrapaba en la gran tragedia de sus vidas.  Chávez corría el riego de que usar la prodigiosa voz de la Shuderland eclipsara su coreografía, pero no fue así. apostó por ganar y ganó.

Una vez propio Chávez me confesó que le daba miedo hacer coreografía con grandes grupos, pero aceptó el reto y nuevamente su talento se impuso, ahí están Adagio con música de Tomasso Albinoni, su magistral creación, Vivaldiana, en que reúne un gran cuerpo de baile elaborando un ambiente que con un lenguaje tradicional trata de buscar –y lo consigue– lo más depurado de las posiciones ortodoxas del ballet académico. Siempre he pensado que Vivaldiana era “un ejercicio de estilo”. Una fineza coreográfica. Un regalo.

Danzoneando, estrenada el 27 de enero de 1984 con diseños de Nazario Salazar, donde las raíces bufas fueron llevadas al espacio del ballet. El danzón “Cadete Constitucional” sirvió de motivación temática para crear una especie de sainete bailado, en que los tipos del negrito y el gallego se disputaban el amor de la mulata que al final los abandona por el “vivo” criollo. Chávez incorporó en este ballet gestos y poses de nuestro folklore adaptándolas al ballet clásico y logrando con ella una comicidad inherente al estilo.

Pero hay algo que deseo destacar de José Antonio Chávez y que aplaudimos mucho en Camagüey y fue su montaje de una versión completa de Giselle. Por razones que desconozco, no permitían que se bailara la versión de Alicia Alonso, sino pagaban los derechos de autor. Asistí a la función, lo confieso con miedo, pero lo que vi en escena lo superó, Chávez logró montar una versión de Giselle que no traicionó los códigos tradicionales de este gran clásico y, además, lo dotó de un encanto particular. El teatro entero ovacionó a Chávez cuando la bailarina que interpretó Giselle lo sacó al escenario. Una tremenda y merecida ovación a José Antonio Chávez vibró en el Teatro Principal. Increíble, fue una digna versión camagüeyana de Giselle.