Por Ángel Padrón
Cuando Jorge Esquivel renuncio a seguir trabajando en el BNC, Fernando Alonso lo acepto en el Ballet de Camagüey gustoso. Una estrella como Esquivel no podía recibir mejor acogida, además, su presencia otorgó a la compañía un boato que la hacía más grande técnica y artísticamente. La figura de aquel portento de la danza masculina en Cuba, motivó mucho el espíritu de trabajo de los bailarines de la compañía, Esquivel era de esos seres incansables que trabajan y repiten una y otra vez los mismos pasos en busca de un perfección absoluta, entre muchas otras cosas los muchachos quedaron admirados de que tomara a una bailarina “en arabesque” y la levantara doscientas veces con aquellos prodigiosos brazos, igualmente su fuerza hercúlea era tan potente que hacía “planchas” con otra bailarina sobre sus espaldas.
Una vez, de esto fui testigo, no era una sola muchacha sino dos las que tenía sobre su espalda de gladiador romano. Nadie debe olvidar que consiguió la proeza de cargar en El poema del Fuego, del maestro Alberto Méndez, nada y más y nada menos que a cuatro mujeres y avanzar con ellas hasta proscenio, hazaña que igual repitió años después Jorge Vega. Quiero destacar que aquí en Camagüey se volvió una celebridad, no solo por sus presentaciones en la Plaza de San Juan de Dios con aquel memorable Bolero de Maurice Béjart y música de Ravel que interpretaba majestuosa y magistralmente, sino porque era muy sociable. Era fácil verlo en la Academia de Ajedrez frente al parque Agramonte en las noches con los otros amantes del juego ciencia. Tenía una moto que parecía traída del cosmos, era dorada y se deslizaba como ninguna otra, y cuando pasaba, dejaba toda una estela de comentarios de asombro: “aquí nunca se había visto una moto así”. Se hizo amigos de motoristas y hablaba horas con ellos que le decían “el flaco”. Se sentaba en un bar de la esquina de General Gómez e Independencia y pasaba horas hablando con gente de la calle que nada tenían que ver con el ballet.
Una vez en casa de Yolandita Bonet bailarina del Ballet de Camagüey, acompañado de la hermana de Jorge Vega que era en ese entonces su esposa, nos contó que había comprado en no sé qué país un pez eléctrico. No era vanidoso ni endiosado, a los elogios respondía con una leve sonrisa como quien ni siquiera está seguro del talentazo que tenía. Aquí hizo un Corsario con Mayra Figueroa espléndido donde puso bien alto todo el poderío técnico que poseía. ¡Oh cuantos recuerdos…! Siempre había soñado con hacer este pas de deux pero no sé por qué razones nunca lo bailo en el BNC.
José A. Chávez montó para él y Aidita otro ballet epopéyico llamado Oda, basado en la vida de Máximo Gómez, los saltos de Esquivel en este ballet fueron impresionantes….Había un momento en que entraban ambos él y Aidita por los laterales del escenario, un cenital los alumbraba, se unían y empezaba un hermoso pas dueto que muy pocas personas que lo hayan visto podrán olvidarlo jamás.
Ni que decir de su Albrecht, paradigmático, monárquico, ÚNICO. Manejaba aquella trabajosa capa en el segundo acto como si hubiera nacido con ella, a él le debe Alicia el milagro de que nadie la levantó jamás ni consiguió con ella tan prodigiosas y complicadas cargadas en los pas de deux memorables de todos aquellos ballets montados especialmente para ellos por Alberto Méndez. Esquivel lograba tener abrazada a su cuerpo una bailarina y hacer un arabesque y encima de eso un promenade con aquel peso sobre una sola de sus poderosas piernas…Su fortaleza física era envidiable, sus saltos, abría los jetés como pocos hombres en esa época.
Como partener ¿qué se podía decir que no se sepa ya? Además hay algo que es difícil describir y era el efecto que producía Esquivel cuando salía a escena. Cuando con la Alonso, aquí en Camagüey, bailaron el pas de deux del segundo acto de El Lago de los Cisnes, con los hermosos arpegios del arpa Esquivel entró al escenario, no puedo encontrar el adjetivo que defina qué fue lo que sentimos los que lo vimos “aparecer”. Cualquiera entra a un escenario pero “aparecer”, como él lo hacía, producir aquel efecto en escena solo lo conseguía él, era como la certeza de que uno estaba asistiendo a un momento inmarcesible en la vida, irrepetible y efímero, que entre él en escena y nosotros en platea, había como una misteriosa aureola de magia, una red inconsútil de una alquimia rara, inexpresable. Ese mismo milagro lo conseguía Alicia. ¡Oh, don divino de los elegidos! Y eso solo lo consiguen los grandes artistas. No lo recoge ningún video, ninguna grabación, es suceso que solo se percibe y se siente cuando uno lo vive de verdad.
En las fotos que adjunto, y aunque la pátina del tiempo se percibe, esa magia, esa alquimia, ese misterio esa irrealidad-real de los grandes sucesos escénicos está presente. Aquel adagio fue memorable porque la ovación al final es la más larga de la que tengo idea se haya tributado a nadie en el teatro Principal de Camagüey. Luego, en medio de aquel delirio de aplausos el diálogo de ellos dos con los ramos de flores, todo el mundo sabe que los saludos de la Alonso eran la quintaesencia del saludo, los volvía todos un poema, una entrega más, luego del baile, pero también Esquivel tenía como una especie de “comunión” con ella, sabía ayudarla con las flores, hacía una cuarta larga a modo de saludo, de reverencia que nadie volvió a repetir nunca. Lo que ellos dos producían en los espectadores en escena no hay crítica ni elogio que lo recoja, eso solo lo sabemos los que tuvimos el raro, único y maravilloso privilegio de vivirlo.
Por otro lado todavía tengo la esperanza que no morir antes de que aparezca en los escenarios cubanos una figura, un tamaño, unas piernas, y una armonía corporal como la de Jorge Esquivel. Él fue un milagro. Y los milagros perduran en nuestra memoria, se agigantan como benévolos fantasmas sobre las paredes del recuerdo y el tiempo.
Fotos: Cortesía del autor