Por Osvaldo Cano
Con el sello distintivo de la poética en la que se ha instalado y obtenido los mejores resultados de su carrera como director, Julio César Ramírez estrenó, en la sala Raquel Revuelta, Jardín de héroes. Con el montaje de este texto, del joven dramaturgo Yerandy Fleites, el líder de Teatro D´Dos, acompañado de un elenco que se ha renovado en los últimos años, reafirma su vocación minimalista y su interés en dialogar con la obra de los autores cubanos.
Jardín de héroes, escrita en 2007, es la tercera pieza de una tetralogía que tiene en la tragedia griega -y en especial al ciclo de los atridas- uno de sus referentes cardinales. Sin embargo, a partir de la intencionada reutilización del profuso material aportado por la tradición clásica, Fleites reescribe un conjunto de textos que se caracterizan por reubicarnos en una Cuba profunda y esencial, rural e incluso cándida; aun cuando, paradójicamente, el fatal e inflexible destino obligue a los protagonistas a realizar acciones funestas.
Llama poderosamente la atención, en esta y las demás obras de la tetralogía titulada Pueblo Blanco, un grupo de constantes que valoro entre lo más significativo de ellas. Me refiero, por ejemplo, a la vocación reductora que abarca tanto a los personajes, el lenguaje o la propia noción del destino irreversible, aspecto vital en la tragedia clásica. Todo lo cual lo consigue nuestro dramaturgo sin acudir a la servil copia de antecesores ilustres, como lo es Virgilio Piñera, sino desde una postura propia, apelando a sus vivencias y aportando un modo desenfadado y original de tratar de tu a usted a los textos y personajes clásicos.
La capacidad para poner a dialogar la mítica y terrible historia del inflexible destino de los hijos de Agamenón con el presente, equiparando personajes y situaciones dramáticas con nuestras circunstancias. La cubanización del lenguaje, sin concesiones, pero si rebajando la altura del verbo trágico al nivel del habla cotidiana a partir de la utilización de frases y giros típicos del lenguaje popular. La humanización de la noción de héroe, quienes aquí tienen ojos saltones, acné, un diente resentido por un resbalón, padecen de migraña… y son mostrados con sus costados más vulnerables. Unido al hecho de que ubica el relato en un plano decididamente juvenil, desenfadado y cercano a la sensibilidad y las experiencias del espectador contemporáneo, constituyen los mayores méritos del texto.
Como ya había apuntado Julio César Ramírez reafirma con este montaje su inclinación minimalista a la hora de encarar una puesta en escena. El director concibe un espacio escénico cercano y cómplice, ubicando al espectador sobre el escenario y distribuyéndolos al estilo del teatro arena. Otro signo definidor de su trayectoria ha sido el interés por la dramaturgia cubana como lo demuestra este nuevo encuentro con la obra de Fleites de quien había ya montado Pasión King Lear.
Racional e inteligente utilización del espacio escénico, pericia en la conducción del elenco, capacidad para guiar a sus actores a atemperar gestos, entonaciones, poses y en general conducirlos a realizar una faena acorde a las particularidades del espacio elegido, la distribución y cercanía del público y muy en especial la lograda disposición a poner de relieve las esencias del texto, resultan los mayores aciertos de Ramírez en este nuevo montaje.
Sobre las tablas son ubicados muy pocos elementos. Un estrado o pedestal, algunos practicables, una reja…. Son dispositivos con formas geométricas sencillas que dejan espacio para el normal desplazamiento de los actores. Sin embargo, llama la atención la colocación de un sofá y una butaca que por un lado no armonizan visualmente con el conjunto, debido a las diferencias de textura y formas que hacen que desentonen con el resto de los elementos, y por el otro a causa de que su utilización en escena es escasa.
En el elenco sobresalen las interpretaciones de Giselle Sobrino (Clitemnestra) y Gabriella Ramírez (Electra). Sobrino da muestras del proceso de crecimiento y maduración que se ha ido verificando en su carrera. Lo hace al asumir un personaje complejo y crearlo denotando con una mezcla de mesura y énfasis las transiciones, modulando la voz, la entonación o la gestualidad según corresponde a la situación dramática. Se desenvuelve con soltura tanto en los momentos en que debe apelar a un tono cotidiano y hasta cómplice como en otros más solemnes y dramáticos.
La joven Gabriella Ramírez resulta una verdadera revelación, tanto por el duelo de tu a tu que entabla con Sobrino, como por la capacidad de interiorizar un personaje complejo que resulta uno de los ejes del espectáculo. Su faena se distingue por la organicidad, moverse con sinceridad y limpieza tanto en las escenas íntimas como en los momentos de mayor tensión, transmitir tanto la frescura juvenil, propia de su personaje, como la madura e indeclinable decisión que anima su existencia y que la conduce a arrastrar a su reacio hermano a consumar una cruel venganza.
Edgar Medina nos ofrece un Mensajero creíble, diáfano, que pone en evidencia las contradicciones de su criatura entre la ingenuidad que lo caracteriza y el sentido de la responsabilidad que lo anima. De igual modo David Reyss consigue facturar la imagen de un Egisto ladino, irresponsable y mañoso. El suyo es un trabajo donde la contención y la naturalidad son sus mejores aliados.
Fabián Mora asume un reto complejo al encarnar a Orestes. El joven actor resuelve con dignidad los obstáculos y tareas que vertebran al personaje. Sin embargo, es el suyo el trabajo más discreto dentro del elenco. El Orestes de Jardín de héroes es un individuo que advierte no creer ni en la muerte de su padre ni en los dioses, sino solo en los gallos. Esta es su pasión y es por esta y no por otra causa que lleva a término el doble asesinato asignado por el inexorable destino. La esencia de Orestes, su verdadera tragedia radica justamente en su actitud anti heroica, en la renuncia a la dudosa grandeza que la “suerte” le ha deparado. Él quiere a toda costa ser un hombre común, un joven de estos tiempos, pero esto resulta imposible. Justamente lo que no termina por germinar del todo en la faena de Mora es la capacidad de poner de relieve estos conflictos.
Con la puesta en escena de Jardín de héroes Julio César Ramírez anima la cartelera teatral habanera gracias a un montaje fiel a su estilo. El conocido director insiste en el necesario diálogo con la dramaturgia cubana contemporánea, regresando a la colaboración con Yerandy Fleites, la cual va dejando un rastro favorable, proponiendo un espectáculo que vuelve a colocar a Teatro D´Dos en un sitio de interés para el público y la crítica.