El domingo, 6 de septiembre, falleció el joven bailarín, coreógrafo y maestro, Isbel García Villazán, a la edad de 34 años, sirva este texto como homenaje a su entrega profesional y humana
Por Andrés D. Abreu / Fotos Ricardo Rodríguez Gómez
Cuando este nuevo milenio llegó a la historia de nuestras vidas, en la Escuela Nacional de Danza un inquieto y sonriente muchachito de Bauta se formaba como bailarín. Confieso que nunca he estado en Bauta y nada me había vinculado emotivamente de manera especial a ese poblado del occidente cubano antes de conocerlo. Para mí Bauta era como un otro lugar que empezó a tener cierta resonancia singular mientras conocía a Isbel García Villazán, aquel fresco e incansable jovencito alegre que comenzó a desarrollar su carrera de artista profesional en la Compañía Danza Unidos, fundada bajo la intrépida y desbordante creatividad de Alexis Aguilar.
Danza Unidos, como proyecto y agrupación, era una especie de enfant terrible dentro del panorama de eventos, temporadas y presentaciones de la danza cubana posterior al siglo XX. Y sus más o menos acertados desenfados removían por igual los sentidos de lo pertinente en cada aparición escénica de la pequeña, pero para nada discreta tropa siempre cargada de un aventurismo riesgoso y desequilibrante en su afán de no ceder a límites y en querer parecerse en sus indagaciones espectaculares a las polémicas y paradojas de la esencia y la dinámica de esa juventud de rupturas post, no capitalina, que la nutría. Ellos se movían con los cuerpos y las miradas, en un más allá de lo validable desde el rigor histórico del academicismo y la modernidad envejecida, titubeante, y el recelo del espectador tímido.
Bailar, cantar, desnudarse y travestirse con espontaneidad sincera y desclasificada de géneros fueron marcando la performatividad a veces “povera” e informalista de Danza Unidos, dónde fue realizándose y creciendo como artista la personalidad persistente del risueño y dispuesto Isbel García Villazán. En paralelo, su camino se cruzó con disímiles rigores y estilos de otras maestras como Rosario Cárdenas -tuvo una breve estancia en la Compañía Danza Combinatoria- y Liliam Padrón, quien en Danza Espiral lo recibió y cobijó reiteradas veces permitiéndole ser parte de importantes obras del repertorio de esta agrupación matancera.
Cuenta la propia Liliam Padrón que ella confió en Isbel para uno de los personajes de la obra El Paraíso perdido, coreografía que le permitió al talentoso joven pisar con acierto el prestigioso escenario de la Sala Garnier en Mónaco y robarse la simpatía y el aprecio de quienes lo vieron tanto en la representación sobre las tablas como luego cantar y compartir en otros ambientes más cercanos del intercambio humano y cultural.
A su familia matancera de Danza Espiral volvía sin reparos. Lo hizo para ser intérprete de Clave cubana. Un estudio sobre Hamlet, en 2017, y en cada posible edición bienal del DanzanDos, concurso de coreografía e interpretación, que al igual que el Solamente Solos, el Taller Danza en Construcción, y el Concurso del Atlántico Norte Codanza y Grand Prix Vladimir Malhakov, le ayudaron a ir desarrollando el carácter sistemático de coreógrafo y maestro que un día lo validaron para asumir, en su Bauta natal, la dirección de esa compañía Danza Unidos donde se inició profesionalmente, y también lo capacitaron para devolverle en la formación de otros inquietos bailarines, el agradecimiento merecido a la misma Escuela Nacional de Danza donde lo sorprendió el nuevo milenio creciéndose como hacedor de la danza cubana contemporánea.
Con solo unos pocos más de 20 años y esa misma alegría perenne debió, a partir de 2014, enrumbar a Danza Unidos dentro de los cambiantes y problemáticos avatares del curso del arte danzario y la cultura de la Cuba actual. Desde Artemisa, desde Bauta, y con la sonrisa infalible debió discutir, enfrentar, renovar, construir, levantar y convencer, y nunca dejar de ser Isbel García Villazán: el creador de Progreso, Mención en el Concurso DanzanDos en el año 2012, Marido y Mujer, en 2014, hasta Piezas para una maquinaria, en 2019. Fue también el fabuloso intérprete de Muñequitos en Blanco, coreografía de Alexis Aguilar, con la que Isbel obtuvo el Premio de Interpretación Masculina en el Concurso Solamente Solos 2013.
Nunca traicionó al cantante de boleros de tertulias y trasnoches; al showman que le permitió ser parte del elenco protagonista del musical Rent, o le ayudó a crear y extrapolar en las redes en tiempos de confinamiento a Compota Box, ese último personaje de choteadora estirpe e indagación deconstructora de estereotipos mediáticos, de la información social y la imagen pública, síntesis performática de su perpetuo reír hasta en la denuncia seria y concientizada de los conflictos creativos y existenciales de su generación.
Apenas 20 años transcurrieron desde que el nuevo milenio sorprendió al muchachito Isbel García Villazán formándose e instruyéndose en la Escuela Nacional de Arte como bailarín profesional en danza moderna, contemporánea y folclórica, y hasta que lamentablemente, sin dar mucho tiempo, la vida abandonó su cuerpo de joven artista inmerso en el indetenible afán de hacer una cultura sostenible en su comunidad, en su Bauta, en ese lugar cubano que aún no conozco y que le llorará bien cerca de sus familiares con un dolor expandido, quien sabe hasta dónde, por la universalidad inmedible de la danza y por el alcance infinito que logra una sincera y fiel sonrisa, la sonrisa de ese Isbel feliz que nunca se podrá olvidar.
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