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Impulso Teatro En Una Insólita Ceremonia De Ritual Insospechado

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Por Roberto Pérez León / Foto Buby

Como ya entre nosotros los telones de boca están casi en desuso, entrar a la sala Llauradó y ver uno puesto me sorprendió. Era un telón con todas las de la ley, aunque algo cabaretero por el color, no hubiera sido mala idea espolvorearle algo de brillo. El telón me inquietó porque la obra que iba a ver, donde quiera que se haya puesto, no han faltado los muchos ruidos y sacos, y más sacos de nueces.

Impulso Teatro presentaba Insultos al público del austriaco Peter Handke, una de las tres piezas teatrales que, desde los años sesenta, dio a Handke el calificativo de autor de vanguardia. Su obra está entre las más sobresalientes de la lengua alemana y forma parte de lo imprescindible de la literatura y el teatro en el siglo XX.

Para que se tenga una idea de lo que es Insultos al público reproduzco parte de las notas que Handke hizo para su obra:

Al entrar en la sala, los espectadores encontrarán el ambiente habitual que precede al estreno de un espectáculo. Entre bastidores podría simularse un gran alboroto, o un trasiego estrepitoso que se oyera desde la sala. Podría, por ejemplo, arrastrarse una mesa de un lado a otro del escenario, o tirar sillas desde el lateral izquierdo al derecho. […]

Una vez cerradas las puertas y apagada la luz, el silencio se restablecerá detrás del telón. Un mismo silencio reinará sobre sala y escenario. Las miradas de los espectadores convergerán por un momento en el telón, que se mueve casi imperceptiblemente: un objeto se habrá deslizado rápidamente a lo largo del terciopelo. El telón se inmoviliza, y, transcurridos unos instantes, se eleva lentamente.

Con el escenario abierto, surgen del fondo los actores y se dirigen hacia la embocadura. No encontrarán obstáculos, la escena está vacía. Su modo de andar no tiene nada de particular. Tampoco su forma de vestir. La luz va subiendo sobre el escenario y la sala a medida que se acercan a los espectadores. La claridad es la misma en una y otra zona. Es una luz que no deslumhra. Es la luz propia del final de un espectáculo. Esta misma luz permanecerá invariable a lo largo de toda la obra, tanto en la sala como en el escenario.

Mientras se dirigen al proscenio los actores no miran al público. Sus palabras no van dirigidas al auditorio. En realidad para los actores el público no ha llegado aún. Primero, simplemente mueven los labios. Luego, poco a poco, sus palabras se han hecho perceptibles y, finalmente, se expresan en voz alta. Sus insultos se entrecruzan. Hablan todos a la vez. Se quitan las palabras de la boca. Uno dice lo que el otro está a punto de decir. Hablan todos a la vez. Todos dicen a un tiempo palabras distintas. Repiten las mismas palabras, elevan la voz. Gritan. Intercambian sus frases. Finalmente, se detienen todos en la misma palabra. La repiten a coro. Dicen, por ejemplo (sin alterar el orden): «Caricaturas, marionetas, bóvidos, cabezas de tocino, cascadores, caras de rata, papamoscas.»

Es preciso conservar una cierta unidad en el relato. No hay sin embargo que poner intención en las palabras. Los insultos no son dirigidos a nadie en particular. No hay que atribuirle un significado a la forma de hablar. Los actores han llegado al proscenio antes de acabar su letanía de insultos. Se colocan en fila, pero no de forma ordenada. Tampoco están inmóviles, se mueven de acuerdo con las palabras que pronuncian. Miran al público sin mirar a ningún espectador en particular. Por un momento se callan. Se concentran. Después, comienzan a hablar. El orden de intervenciones debe dejarse a su propia elección. Todos ellos van a representar un papel prácticamente idéntico.”

Impulso Teatro tuvo en cuenta muchas de estas indicaciones en su montaje. Con la puesta en escena de Insultos al público, la poética de Alexis Díaz de Villegas, director del grupo, se me consolida y declara como una de las más sobresalientes en el orden conceptual y empírico entre nuestros colectivos teatrales. Esta puesta tiene el riesgo y la invención teatral que tanto celebré en Traslado, una obra de Thomas Melle que su montaje reivindicó el espíritu alemán en la última semana de teatro de ese país que hemos tenido en La Habana.

Bueno, que no subió pero sí se abrió el telón.

Y se inició la representación diciéndose:

“Señoras, señores, bienvenidos.

Esta obra es un prólogo.”

Tres mujeres y cuatro hombres, sin pretender derribar ninguna pared, empiezan a trajinar al público, lo ponen de vuelta y media, la descarga es sostenida durante la hora y pico de la representación.

Insultos al público es una tormenta unidireccional de palabras desde el escenario hacia el público; las palabras revotan entre ellas, caen en el proscenio y otra vez son recogidas y  proferidas.

Veo Insultos al público como un unipersonal con siete emisores que enuncian variaciones sobre el mismo tema que sube y sube en intensidad.

Peter Handke metaboliza con ironía la mirada que tiene de Stanislavsky, de Becket, de Ionesco, de Chejov y si hubiera sabido quién era Virgilio Piñera también le hubiera metido mano; no es que el austriaco pretenda aniquilar al teatro hecho –recordemos que la obra fue estrenada en 1966- solo que incorpora otro recurso para desbaratar el teatro y volverlo a armar sin mitificaciones ni normas. Teatro desde la no ilusión y sin mimetismo alguno. Teatro desde la expectativa propia de los sesenta cuando se empezó a estructurar, mediante la desestructuración, una nueva perspectiva socio cultural, y comenzaron a ponerse en crisis los valores de la modernidad, mientras se gestaba el engendro político disfrazado de estética de la posmodernidad.

¡Ojo! Insultos al público no es posmoderna, tampoco posdramática.

Estamos ante un absoluto montaje de texto, una representación textocentrista. El texto es el epicentro de la escena. Pero la representación admite estructuras dramáticas desacostumbradas. Es un texto de autonomía plena, sin embargo propicia una puesta en escena ad libitum al no desarrollar una perspectiva específica; el territorio del personaje y el del mismo texto se constituyen desde la exploración y el encuentro, como corresponde al teatro más contemporáneo.

La puesta en escena de Impulso Teatro es un acontecimiento teatral que parte solo desde el texto, se atreve a quedarse en él sin llegar a la consumación de la acostumbrada propuesta escénica. Lo que pasa en el escenario parece que va inventándose en la medida que va sucediéndose, y no es que se trate de una improvisación, es como si los actores y actrices se dijeran que en la medida que la cosa vaya viniendo van viendo.

La cosa va y viene, y vamos oyendo más que viendo. Y está bien porque es un texto atrevido, embestidor. No hay punto culminante ni nudos que desatar, mucho menos conflictos y contradicciones, nada de intrigas, nada de necesidades de esclarecimientos.

Esta puesta desarrolla una animosa dramaturgia; no hay personajes, se desarrolla una kinésica indomable, las relaciones físicas de los seres en el escenario junto a las estructuras verbales y paralingüísticas conforman un curioso acto comunicativo. Asistimos a un verdadero y eficiente suceso lúdico que se nota en la expresión corporal, en lo logicidad de la interacción entre los ejecutantes no de un papel, sino que cada cual en escena presenta a quien es tal y como es.

Insultos al público no es el antiteatro ni es teatro dentro del teatro, ni siquiera es teatro del absurdo ni drama ni comedia ni farsa; y no es que sea nada porque no sea un espectáculo ni la negación de un espectáculo, es que sencillamente no hay espectáculo, pero no deja de sobresalir una rigurosa organización sin ambigüedades.

Lo performativo en esta puesta cae en trance y puede por momentos languidecer o sencillamente desbordarse, entonces se arma un dale al que no te dio que deja tieso al público, boquiabierto por asombro o porque está a punto de no aguantar la incesante caterva de palabras, palabras desnudas con son y ton particular que ponen en alerta, crean inquietud, pasmo.

Siete performers, players, actores, siete ejecutantes de un suceso que no tiene punta ni fin, maromero, fragmentario, una sarta de palabras; no hay una narrativa, un cuento, se trata de una reflexión perfectamente establecida entre asociaciones e intuiciones donde la acción dramática se licúa, no hay progresión de situaciones, no se va a ninguna parte, no hay nada cerrado, todo está abierto en sus significados y significantes.

Por otro lado, semiológicamente no ofrece una percepción unificadora sino fractal, ordenadamente caótica en su manifestación al redundar en la sobreenunciación de la información entre ellos y nosotros, y entonces el ustedes repercute y lo mismo pueden ser ellos que nosotros.

Insultos al público es lo insultante del respeto y del irrespeto con que se profieren los agravios a los espectadores. Porque es una obra donde los actores no tienen nada que hacer, solo decir y decir una y otra vez, y llega el momento en que uno se cree que aquello va a cambiar de rumbo pero nada de cambiar, las cosas sigue en el decir y la vuelta al decir sin parar, de manera frenética.

Media hora después del inicio llegué al tope del aguante, aquello seguía en las mismas; sin embargo, no dejaba de formar parte de una dinámica particular desde el acto del habla que en los actores o players se convierte en el único recurso para creernos nosotros, por nuestras cuenta, que están actuando; desde esa perspectiva performativa la puesta está conformada por una acción verbal equilibrada, sostenida, con precisión y efecto a través de las ideas que se repiten o crecen o se ralentizan, pero el acto de decirlas las fortalece y la puesta tiene una intensidad abrumadora.

Casi al final de la obra se cierra el telón y salen a proscenio los actores, se entrecruzan y tejen en un discurso de muchos registros gestuales y sonoros. Luego se abre el telón y como hasta ese momento la obra se desarrolló sobre materiales verbales, ahora cambia y hay siete micrófonos de pata a los que se dirigen los performers y empieza una descarga verbal amplificada, deformada, un escándalo que apabulla.

Y sí, Impulso Teatro nos confirma lo que Peter Handke advirtió: “Habrán detectado cierto espíritu de subversión. Se habrán dado cuenta de que rechazamos muchas cosas’’.

 

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