Por Ulises Rodríguez Febles
He visto I Want con mi familia, como la mayoría de las veces asisto a las funciones. Era importante que Isabel viera una puesta que tiene que ver con los adolescentes; más bien que lo vea todo.
Fuimos más que a un teatro (espacio de comunión colectiva), a una casa, con amigas, para compartir experiencias creativas, que no imaginábamos, aunque ya habíamos visto imágenes y leído algunas referencias.
Buscábamos La Casa de Raquel, en Milanés 29 218, entre Manzaneda y Zaragoza, tocamos la puerta, este es el número, y nos abrió Sorangel Fuentes , la diligente especialista de Relaciones Públicas.
Luego salió la anfitriona, es decir la autora y la directora María Laura Germán Aguiar , en cuyo aval se encuentran, entre otros textos ¿A dónde van los ríos?, Los dos príncipes…; además de ser una magnífica actriz de Teatro de Las Estaciones y durante un tiempo de Teatro El Portazo, y con su recibimiento sentimos la calidez del hogar, que es la casa del pintor Adrian Socorro Suarez y la actriz Sonia Maria Cobos , nos sumerge -desde la entrada- en un universo de imagenes, al estilo del pintor matancero.
Esperábamos a los otros quince invitados, esa es la cifra posible, mientras conversabamos con los que llegaban, al menos con los que conocíamos.
En el teatro, es diferente, una relación más contaminada por la tradición; en la Casa-Teatro, la comunión del público con la representación adquiere otra connotación, la intimidad del espacio en lo alto (el ático, como si entraramos a otra casita de juguetes), la cercanía con los otros, los niveles en que el público se sienta, un sofá, unos dados, el piso alfombrado.
Eso después de subir la escalera, que es en sí mismo parte de un espectáculo, que nos lleva a la luz, las penumbras.
Estabamos de «visita», y eso se agradece, como en las tertulias que heredamos de nuestros antepasados, en que también se leían o representaban textos dramáticos, para adentrarnos en el universo mágico y traumático, de tres paradigmas de la literatura infantil que se cruzan, subvierten en los espacios dramáticos, en la mixtura de recursos expresivos, y de referentes que nos adentran en la complejidad de un poema dramático, en la agudeza estética y también cognitiva, a lo que nos incita a entrar la puesta, para compartir y confrontar la experiencia creativa y humana.
En la aparente sencillez, se agolpan el espíritu de la Dorothy de El Mago de Oz, Pipa Medias Largas y el eterno Peter Pan; pero también los sedimentos de aprendizajes de tendencias y estilos de la autora-directora, que expresa desde la voz-cuerpo de las actrices, desde los planos de la visualidad, que traducen la soledad y el desamparo de una edad, y nos llevan más que a la identificación, al distanciamiento y por lo tanto a la reflexión desde la amalgama de códigos que I Want nos ofrece: dos niñas, con vivencias diferentes y parecidas, y dentro de ellas, de nosotros, la voz de Peter Pan, que seduce, tierna, ductil, que nos lleva a otro espacio, que llega a nosotros a través de otras (potentes) imágenes. Magnífica voz, por cierto la de Carlos Peña, que hace que más que verlo en imagenes, lo sintamos, entrañable, con los traumas y anhelos, llegando a nosotros.
Cuando todo acaba, después de los aplausos, de la escalera real -y a la vez teatral- como un viaje que nos lleva a numerosas reflexiones, nos despiden, y mientras hablamos, nos abrazamos, y María Laura nos ofrece las indicaciones para los que quieran admirar el espectáculo, en las próximas funciones. Explica: Habrá un buzón en la entrada y los interesados manifestarán su interés con un mensaje. Más o menos es así la cosa. Salimos a la acera de una calle principal de Matanzas, la Milanés, con el apellido del poeta dramaturgo y la oscuridad y la suciedad de la mayoría de las calles y regresamos a casa.
Entonces, deseo escribir algo, rápido; pero no lo hago, porque siento que hay una amalgama de sensaciones, que hay que procesar y que necesitan un análisis; porque uno sale de la Casa-Teatro, pero también de las otras, las de los personajes, con sus habitaciones (diminutas, medianas), con las reliquias de la memoria (cartas, libros, juguetes) en planos temporales y espaciales diversos, como cortezas de la historia y los personajes, focalización de sensaciones, de viajes, traducidas en lo múltiple, lo metamorfoseado, la fugacidad lírica, que trasmite el espectáculo.
Y piensa que I Want es también el resultado de la colaboración, de la amistad de artistas de diferentes manifestaciones, concreción de experiencias de formación de su autora directora, de las actrices y de Vivian Abuin, que junto al maestro Zenén Calero y otros de diferentes países, que durante años han dejado su huella en una ciudad abierta a otras experiencias, aporta a la puesta, la sensibilidad de esos aprendizajes, la delicadeza lírica, la efectividad dramática, que se mueve entre lo onírico, lo alucinante y la fantasía infantil, mezclada con la más cruda realidad: el dolor de las perdidas, las ausencias paternas (en una sociedad de éxodos constantes, que hacen disfuncionales a las familias) y procrea una soledad, en ocasiones solapada, pero que habita las diferentes etapas que van desde la infancia hasta la más temprana juventud.
En la síntesis espacial, en la sutileza de la animación, en los planos vocales, que crean espacios distantes y cercanos, está también en esta colaboración, el trabajo coreografico, la gestualidad y el uso preciso -en lo diminuto de la geografía psíquica- del cuerpo, simbiosis y contraste, donde se aprecia el trabajo de Yadiel Durán.
Quisiera ver de nuevo el espectáculo, repetir de nuevo el viaje, y regresar a mi casa, donde siempre converso con Isabel, sobre lo que hemos visto.
I Want diversifica nuestro panorama teatral, nos lleva a un nuevo viaje cultural, a otras marcas de nuestro camino, que ojalá se afinquen, persistan, en la tradición y la contemporaneidad.
I Want -revisando nuestro teatro actual- es presente y también es futuro, algo que realmente necesitamos, el futuro, como ancla y esperanza.
Foto de portada tomada del periódico Girón.