Humor «sinfónico» y vernáculo

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Por Frank Padrón

Reunir en un escenario la música de clásicos como Mozart, Bach, Bethoven y Vivaldi – algunas con intersecciones de clave cubana y conga- junto a la de soneros como Adalberto Alvarez; «llorar a Papa Montero», el «canalla rumbero» mientras se funden Roig y Lecuona en una criatura llamada «Cecilia la O»; evocar el «Bolero» de Ravel y alternarlo con serenatas medievales, parece un disparate, pero es el homenaje (más serio de lo que su tono sugiere) que el actor y humorista Kike Quiñones rinde al vernáculo y a la música toda en su espectáculo Sinfonía con de nada, que el pasado fin de semana ofreció el Teatro Martí.

En un reportaje de su colega Jorge A. Piñero (Jape), el también periodista cita desde estas mismas páginas a Quiñones cuando afirma que «tener el privilegio de poner el primer espectáculo humorístico de los últimos 60 años en el espacio donde reinó el imperio del vernáculo cubano es un regalo que no esperaba».

Tampoco el entusiasta público que rió de lo lindo con los retruécanos y anacronismos deliberados, los experimentos lúdicos de la música en función del humor y viceversa, la cuerda locura para la cual el director y guionista contó con la complicidad de su colega Michel Pentón, la excelente orquesta Sinfónica del ISA, así como solistas y músicos de otros colectivos devenidos actores y cultores de un humor que hunde sus raíces en el terreno siempre fértil de la tradición vernácula.

La confesa reverencia a figuras emblemáticas del género (Churrisco, Leopoldo Fernández, Candita Quintana, Blanquita Becerra, Natalia Herrera , et.al) generó un espectáculo donde, si no todos los gags tuvieron la misma altura humoristica, sí se mantuvieron a un nivel indiscutible de ingenio y gracia, lo cual propició fluidez en el relato escénico y coherencia dramática, con involucrados actantes regidos por quien no gratuitamente es también decano de la Facultad de Arte Teatral de la Universidad de las Artes (ISA).

Además de todo un banquete en lo risible (que no por su impronta vernácula renunció a «meterse» con problemáticas muy de aquí y ahora) Sinfonía… lo fue también desde lo musical, en concordancia con esa línea genérica que ha tenido en el Martí un coliseo emblemático desde su fundación a fines del siglo XIX.

Concertinos o «tutti» orquestales, cantos solistas o en pequeñas agrupaciones, rezumaron coherencia, mientras las fusiones, actualizaciones y pastiches -más allá de su funcional comicidad‐ nos recordaron el carácter único de la música, cuando al margen de géneros y tendencias se ejecuta con el conocimiento de causa y brillo que el ensemble e invitados proyectaron de principio a fin.

(Recordé otra provechosa mixtura del sinfonismo y el humor entre los maestros Leo Brouwer y Osvaldo Doimeadiós hace algunos años).

Kike Quiñones, en su imagen de melenudo director orquestal, mostró de nuevo su ductilidad al asumir desde la canción y el chiste oportuno hasta la regencia general.

Y el coliseo de la Habana Vieja volvió a prestar su polifacético escenario para reafirmar que hacer reír, hacer buena música y actuar, sigue estando entre los secretos de su centenaria y feliz trayectoria.

Esta Sinfonía con de nada…al éxito ( y con «de todo») lo dejó bien claro.

Foto de portada: Adrián Juan Espinosa