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Humor escénico contemporáneo cubano: algunas esencias y ciertas verdades

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El número 1-2 de 2022 de la revista Tablas fue dedicado al humor escénico contemporáneo cubano. Compartimos con ustedes una selección de este dossier coordinado por la editora Fefi Quintana Montiel. Puede descargar la revista Tablas a través de las redes sociales de la Casa Editorial Tablas-Alarcos.

Por Kike Quiñones

No se puede condenar el acto cómico porque se remita a los problemas sociales, porque el nivel referencial del acto cómico es la propia sociedad. Por eso no es condenable.

Francisco López Sacha

Hablar en Cuba del humor nos remite inmediatamente a las obras que han nacido por varios lustros desde los procesos creativos incentivados, fundamentalmente, por el Centro Promotor del humor. Ese quehacer respalda la aseveración de que contamos en Cuba con un Humor escénico contemporáneo.

El maestro Carlos Ruíz de la Tejera, quien fuera uno de sus grandes cultores, nos lo define desde la visión que de la sátira plantea nuestro José Martí: «una cualidad innata al ser humano […] es un látigo con cascabeles en la punta  […] si le quitas los cascabeles, el látigo solo sería hipercrítico; los cascabeles solos pueden ser, porque la gente debe reírse; pero lo bonito es que la gente piense».[1]

Carlos Ruíz nos acerca a uno de los rasgos distintivos de nuestro humor escénico de todos los tiempos al ponderar lo reflexivo sin apartar lo cómico. Sin embargo, Eduardo del Llano, uno de los puntales creativos del humor cubano en el audiovisual, el teatro y la literatura realza el valor de la actitud creativa: «el humor es una manera de asumir la creación artística[…] es una manera de enfrentar la realidad».[2]

Mientras, Iván Camejo, apoyado en la subjetividad del creador siempre en relación con el tiempo, el espacio que lo rodea y el intercambio de lo que este genera con el resto de la sociedad, nos lo define como:

Manera muy particular de ver, de entender y de trasmitir una realidad específica […] el humorista por lo general tiene un filtro que le permite ver ―donde la gente ve lo cotidiano― ciertas particularidades, ciertas cosas que hacen que esa realidad cotidiana resulte interesante. […] el humor juega mucho con los parámetros, con las circunstancias que lo rodean… hay que ser conocedor de esas circunstancias para convertir lo cotidiano en arte.[3]

No obstante, para una elaboración adecuada de un concepto de humor escénico cubano contemporáneo debemos hurgar en el concepto de sátira, toda vez que es precisamente la sátira social una invariante que nos ha acompañado desde el bufo cubano del siglo xix hasta hoy.

Según Robert C. Elliot en la Enciclopedia Británica 2004, sátira: es un género literario y a su vez un recurso que encontramos en las artes gráficas y escénicas ―esta última rama es el caso que nos ocupa―; también aduce que los vicios individuales o colectivos, las locuras, los abusos o las deficiencias se ponen de manifiesto en ella por medio de la ridiculización, la farsa, la ironía y otros métodos.

Otros autores refieren que, aunque originalmente la sátira se utilizó para la diversión, su pretensión real no es el humor en sí mismo, sino que se vale de la inteligencia para representar una realidad que desaprueba el autor apoyado en el ejercicio de una crítica social, hecho que quizás condicione la tendencia actual a manejar, dentro del humor gráfico cubano, el término sátira política, mientras que en el escénico encontramos un apelativo parecido que conocemos como sátira social.

¿Por qué esta marcada diferencia?

En mi opinión, el humor gráfico cubano actual tiende a utilizar la sátira política con miradas de puertas hacia afuera, los temas generalmente están políticamente comprometidos con la paz mundial, el bloqueo norteamericano a Cuba, la globalización, el ejercicio hegemónico hacia nuestro país por parte de potencias extranjeras, entre otros; en cambio, el humor escénico tiende a ser crítico con las estructuras de todo tipo hacia el interior de la sociedad, incluida la política, lo que ha obligado a suavizar el término llevándolo al plano social.

Entiéndase que el propio Elliot define la sátira política, en la mencionada enciclopedia como: «el subgénero de la sátira que ridiculiza a partir de la política, los políticos y los asuntos públicos».

Actualmente, en los Estados Unidos, Europa, incluso en Latinoamérica la sátira política es muy recurrente en shows televisivos de gran teleaudiencia y en el teatro de alta convocatoria. La crítica sobre los temas mencionados se hace de manera descarnada, en ocasiones ante los propios individuos implicados, la mayoría de las veces ridiculizados o llevados al límite, aunque en algunos casos también cuentan con la anuencia de estas figuras políticas que asumen el riesgo y, por momentos, hasta salen airosos, como es el caso del expresidente norteamericano Barack Obama.

Hasta hace muy poco, en los propios Estados Unidos, el canal televisivo Showtime transmitía una serie de animación titulada: Our cartoon president, cuya traducción ―literal― irónicamente sería: Nuestro animado presidente.

En este audiovisual se satiriza con desmesura a partir de los políticos de turno con Donald Trump como protagonista. Sus realizadores echan mano a cuanto escándalo, situación política o social se les antoje, dígase desde la paranoia presidencial hacia los latinos y musulmanes, la relación con Vladimir Putin, China y las Coreas, hasta la relación de amor-odio con Hilary Clinton, quien aparece en un capítulo como un robot gigante que avanza destruyendo Washington D.C.

En España encontramos El Club de la comedia, programa de alto índice de teleaudiencia donde los actores representan, a través del Stand up comedy, toda la vida social y política del país con críticas contundentes a la monarquía, a los funcionarios del gobierno o a cualquier situación que les brinde su cotidianidad. En el país ibérico se produjeron, también, varias temporadas de las series Aquí no hay quien viva, Aida o La que se avecina, donde abunda la ridiculización a los políticos y los asuntos públicos.

Esta utilización de la sátira política, como recurso humorístico, la encontramos con la misma intensidad en el resto de Europa y, como decía, en América Latina, donde estos shows integran la parrilla de las televisoras y circuitos teatrales fundamentalmente privados.

En Cuba tiene lugar un fenómeno único al respecto; los humoristas pertenecemos a instituciones estatales, o sea, el intermediario, por demás, decisor entre los circuitos de consumo del arte y los creadores, es el Estado, representado en sus diferentes estructuras. Es él quien valida lo que se consume y esto condiciona el hecho de que sea prohibido satirizar a partir de las figuras políticas, y un poco más allá, se cuestiona la posibilidad de que otras personalidades públicas como glorias deportivas, funcionarios, científicos y hasta locutores del sistema informativo de la Televisión Cubana se involucren en proyectos cuyo fundamento es el humor.

Esta situación sui géneris hace que, a diferencia del resto de las regiones referidas, el contexto sociopolítico cubano obliga a los creadores a parapetarse en personajes arquetípicos actuales como el burócrata, el oportunista, el arribista, el demagogo o el déspota, por solo mencionar algunos, envueltos en manifestaciones que transitan por la doble moral, el pensamiento estático, la malversación de bienes, el voluntarismo o el abuso del poder; elementos transversales a lo político en nuestra sociedad.

Podemos entender entonces que, a excepción del caso de los políticos, lo que se conoce como sátira política en las artes escénicas del resto del mundo, en Cuba, especialmente dentro del humor escénico, no es otra cosa que la sátira social: discurso encargado de ridiculizar o censurar con agudeza la sociedad a partir de la política y los asuntos públicos, que representa personajes contemporáneos, envueltos en situaciones que persiguen presentar problemas, hacer reflexionar y divertir.

Podemos definir, entonces, el Humor Escénico Contemporáneo Cubano como el arte de representar historias frente a los espectadores, que combinan discurso, gestos, escenografía, música, sonido y espectáculo; creadas desde una concepción artística y técnica de la escritura y de la propia representación, para mostrar el lado alegre o cómico de las cosas en función de la sonrisa o la risa del espectador, por lo que en ellas predominan aspectos divertidos, festivos, humorísticos y reflexivos, sustentados ―fundamentalmente― en la sátira social.

Génesis y actualidad

La creación del Centro Promotor del Humor de Cuba, a través de la resolución número 53 del 3 de octubre de 1994, emitida por el entonces Ministro de Cultura Dr. Armando Hart Dávalos, validaba la necesidad de institucionalizar al humor escénico, toda vez que se había generado un gran movimiento de jóvenes creadores a lo largo del país que, en su gran mayoría, no provenían de las escuelas de arte, aunque casi todos eran talentosos universitarios, procedentes de otras áreas del conocimiento, portadores de un alto nivel empírico.

Este movimiento tiene como antecesor inmediato al Conjunto Nacional de Espectáculos fundado por Alberto Alonso ―reconocido bailarín y coreógrafo― quien convoca para una colaboración especial al trovador y humorista Alejandro García Villalón. Virulo, nombre con que se le conoce en el ámbito artístico, asume, luego de algunos desempeños, la dirección del Conjunto y, estimulado por los deseos de defender una nueva visión del humor escénico e influenciado por la visita a Cuba del grupo argentino Les Luthiers, estrena varias puestas en escena, hasta que en 1984 lleva al escenario del Karl Marx el espectáculo La esclava contra el árabe.

Percibimos, a partir de este momento, un punto de giro en la creación humorística escénica del país, pues se retoma el elemento paródico con clara influencia del teatro vernáculo cubano, del costumbrismo criollo y una línea argumental parabólica ―condimentada con una buena dosis de sátira social― que la convierten, en este nuevo contexto, en una de las primera obra del Humor Escénico Contemporáneo Cubano de alcance nacional, sobre todo por su impacto mediático, porque ya en esta etapa deambulaba por la escena, con un trabajo artístico muy significativo, ese extraordinario grupo que fue La seña del Humor, de Matanzas.

Además de La esclava… podemos mencionar sin orden cronológico El infierno, Según Virulo; El bateus de Amadeus; La historia de Cuba, según Virulo;  entre otros. En esta etapa el conjunto lo integraban Carlos Ruíz de la Tejera, Natalia Herrera, Jorge Guerra, Jesús del Valle, Mario Aguirre, Ana Lidia Méndez y Carmen Ruíz, por solo mencionar algunos de sus actores, y recibían la asesoría de importantes maestros como José Antonio Rodríguez y Luis Carbonell.

Dentro de los jóvenes talentos que surgían se encontraban los grupos Salamanca, dirigido por Osvaldo Doimeadiós e integrado por estudiantes del ISA; Nos y Otros, bajo la batuta del joven Eduardo del Llano; y La Leña del Humor, de Santa Clara; junto a otros que, supervisados por el conjunto nacional, protagonizaron grandes jornadas de programación en el teatro Karl Marx llamadas Miramar.

Todo ello creó las condiciones para que en 1990 se estableciera en el Cine Teatro Acapulco el Centro Nacional de Promoción del Humor, dirigido por Virulo, donde se preparaban y presentaban, todavía sin agencia de representación oficial, pero asistidos por los actores del conjunto en pos de la necesaria superación, los nuevos talentos que llegaban.

Esta labor se extendió a otras zonas del país como lo es el caso de Matanzas, sede del evento Melocactus Matanzanus, antesala del festival Aquelarre que surgió algunos años después.

No obstante el empuje de esta nueva generación de artistas, en 1992 se descabeza el movimiento al disolverse el Conjunto Nacional de Espectáculos y, a finales de 1993, el espacio conquistado en el Acapulco ―después de haberse realizado el Primer Festival Nacional del Humor Aquelarre― cierra sus puertas al humor, y con ello, a todos esos nuevos creadores que llegaban a la palestra escénica de Cuba.

El país se encontraba en el peor momento económico y político del proceso revolucionario. Despuntaba la conocida batalla de ideas y, las posibilidades de perpetuidad escénica para quienes habían elegido esa manera de crear se desvanecían.

Por suerte hubo un grupo de vanguardia que, encabezado por Osvaldo Doimeadiós, apoyado por la Asociación Hermanos Saiz, la Uneac y varias personalidades del teatro cubano, entre las que destacaba el maestro Armando Suárez del Villar , luchó por crear una agencia de representación de humoristas escénicos y logró que el Ministerio de Cultura, en el peor de los escenarios políticos, solo tres meses después de los sucesos del 5 de agosto en el malecón habanero , exactamente el 3 de octubre de 1994, aprobara la creación del Centro Promotor del Buen Humor que asume el nombre actual, Centro Promotor del Humor, en noviembre de 1996.

Y es esta la feliz coronación del sueño de muchos humoristas. El hecho de contar con una institución que trazara nuevas estrategias de desarrollo, que sumara creadores de todo el país con la realización de curadurías regionales llamadas Preaquelarres; un centro que brindara cursos y talleres de superación, que atendiera a las diferentes tendencias creativas, y allanara el camino de lo que es hoy la Empresa: Centro Promotor del Humor, presto a conquistar nuevos públicos, trabajar de conjunto con las instituciones más importantes de la cultura, establecer vínculos con otras áreas del arte, abrir el espectro a todas las variantes creativas y, casi treinta años después, avanzar hacia nuevos desafíos, incluido el de sobrevivir al entramado económico empresarial cubano.

Tal ha sido su impronta, que en muchas ocasiones se asume desde el público, los críticos y artistas, al Humor Escénico Contemporáneo Cubano como un género artístico, cuyo asidero fundamental es la sátira social.

[1] En entrevista concedida el 10 de febrero del 2014 para el documental Aquelarre.

[2] En entrevista el 23 de abril de 2014 para el documental Aquelarre.

[3] En entrevista concedida el 5 de enero de 2014 para el citado documental.

Fotos: Tomadas de redes sociales