Por Alberto Curbelo
«Puede hacerse un teatro musical cubano donde el “entretenimiento” no sea sinónimo de oquedad, ramplonería, estupidez, mal gusto y otras peculiaridades del “teatro populista” que durante años ha envenenado y distorsionado las preferencias de una estimable parte de nuestro público».[1]
Héctor Quintero
La obra de Héctor Quintero (1942-2011) vivificó la alicaída comedia cubana y la elevó al nivel más alto en el teatro cubano. Tanto sus piezas como sus puestas en escena, tan llevadas y traídas por admiradores y detractores, lo situaron en vida como el más popular de nuestros dramaturgos, capaz de mantener colas ante las taquillas durante seis meses consecutivos y que sus publicaciones, aun cuando el teatro no es preferido por los lectores del patio, se agotaran en menos de lo que canta un gallo.
Su dramaturgia tiene como fuente la vida popular, el choteo que se ceba en el bullicio del barrio y en las márgenes de la sociedad cubana. Profundizó, como ningún otro autor de comedias, en las causas del desparpajo social, en las contradicciones y sordidez de personajes que arrancan, pese a su turbadora venalidad, cómplices carcajadas o, cuando menos, una mueca.
Descolonizador del vernáculo
Lo grotesco[2], lo sórdido, el humor lacerante y hasta innegables elementos melodramáticos trenzan en sus piezas lo humano y lo social, lo identitario, sin descarnar los rostros de sus personajes o escarnecerlos como se hizo con el negro, la mulata y el blanco de bajos mundos en la dramaturgia precedente. Pues el teatro de Héctor Quintero es de inclusión, no sólo por empoderar personajes de toda laya sino por revelar, sin sesgos racistas y perjuiciosos, el pensamiento y sentimientos del Otro, de hombres y mujeres que se manifiestan con el habla de las calles, solares y hasta de los centros penitenciarios de la Isla. Al respecto, el dramaturgo señaló al crítico Carlos Espinosa Domínguez:
En la edición de Si llueve te mojas como los demás, yo incluso incluí un glosario, para definir algunos términos que se decían en la obra y que, en muchos casos, eran puro léxico marginal. Yo tuve muchas referencias de ese lenguaje luego de las penosas experiencias carcelarias de Edwin Fernández y Enrique Almirante. Cuando empezaron a trabajar conmigo, ellos dos venían de pasar por esa desagradable vivencia y me proporcionaron mucho de ese lenguaje que yo incorporé a la obra. Edwin y Enrique fueron condenados, junto con otros actores de la televisión. Los tomaron como conejillos de indias, en una operación de moralidad llevada a cabo en esos años. Según quienes los condenaron, eran personas que llevaban la dulce vida y eso había que combatirlo. Estuvieron en una granja dos años. [3]
Empero, al utilizar el habla del vulgo y distanciarse del bozalismo ─y esto es esencial al valorar sus aportaciones como descolonizador del vernáculo─, su castellano mestizo cala muy hondo en la estremecedora humanidad y dolorosa interioridad del cubano que transita por senderos humildes.
Sus personajes (gentes «de medio pelo», antihéroes o héroes de pacotilla, como él mismo los definiría) manifiestan sin ambages las penurias económicas que le pisan los talones. Privaciones que constituyen las fuerzas motrices que instauran el conflicto y la sucesión de acontecimientos y peripecias en el contexto socio-económico en que se mueven, muy diferente a lo que sucede en la obra de escritores del vernáculo, el sainete y el costumbrismo, donde la miseria no está vista como «problema económico-social, sino que la tendencia general ha sido encararla como generadora de una posibilidad de cierta “inocencia” ideal, de limpieza de alma y de sencillez de sentimientos».[4]
Me interesa ─ confirma el autor de Contigo pan y cebolla─ no tanto los personajes, como el contexto en el que se mueven para, a partir de ahí, ir a la negación, al rechazo del mismo.[5]
Esta perspectiva y su probada garra dramática, distancian a Héctor Quintero de los más notorios autores que le antecedieron y lo sitúan como el mayor comediógrafo del teatro cubano.
Un autor mal representado
Excepto en sus propias puestas, algunos directores que lo representaron hicieron trizas su punto de vista, forzando sin ton ni son el exterior risible de sus personajes. Y lo que es peor aún: denigraron la escena al falsear la dinámica social con escenificaciones en que «lo chocarrero» engulló el enfoque ideológico y filosófico del texto. Mercachifles del humor escénico, no tomaron en cuenta que, como advirtiera el dramaturgo Bernard Shaw, Premio Nobel de Literatura 1925:
El teatro es un factor de pensamiento, un incitador a la conciencia, un esclarecedor de la conducta social, una armadura contra el desespero y la oscuridad, y un templo de la elevación del hombre.
El premio flaco (Primer Premio del concurso mundial de obras del ITI, 1968), Contigo pan y cebolla (Mención del Premio Casa de las Américas 1963), sus obras veinteañeras; así como Los siete pecados capitales, Mambrú se fue a la guerra, El Caballero de Pogolotti y Sábado corto, entre otras piezas no menos significativas, engrandecen el templo de la comedia cubana y muestran el vigor de la escritura de Héctor Quintero, al que le resultó «imposible como autor prescindir de la sonrisa». Sus obras se erigen como eficaz armadura contra el desespero y la oscuridad.
Coda
Cuando Héctor Quintero me veía venir, me daba la bienvenida con su amplia sonrisa y el mismo codazo: «No sólo Eugenio existe…»[6], decía, exhortándome a que también escribiera sobre su teatro. Por alguna u otra razón, aunque lo entrevisté y promocioné sus estrenos, la valoración esperada no la escribí, entonces.
Estas líneas, deudoras de un trabajo mayor, quizás enmienden mi omisión. O tal vez no, porque su obra desborda esta intentona. De todos modos, la grandeza de nuestro comediógrafo mayor va más allá de cualquier escrito. Requiere de amplios estudios y plumas más calificadas que profundicen en sus aportes a la comedia y, en general, a la dramaturgia cubana contemporánea.
Víbora Park, 2023.
[1] Carlos Espinosa Domínguez: Héctor Quintero: un comediógrafo sin arrepentimientos. Ediciones Alarcos, La Habana, 2015. Pág. 61.
[2] «Lo grotesco se produce cuando el mundo (o su mundo) se presenta como desencajado, o sea, cuando seres humanos y relaciones humanas se presentan en situaciones que, en las circunstancias dadas, aparecen como contrarias a las relaciones esperadas, a las relaciones humanas normales, a la evolución propuesta, a la moral proclamada, etcétera» (Oldrich Belic. En colaboración con Josef Hrabák: Introducción a la teoría literaria. Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1983. Pág. 102)
[3] Carlos Espinosa Domínguez, Ob. Cit. Pág. 52.
[4] Claudia Kaiser-Lenoir: El grotesco criollo: etilo teatral de una época. Premio Casa de las américas 1977. Editorial Casa de las Américas, 1978.
[5] Carlos Espinosa Domínguez, Ob. Cit. Pág.74.
[6] Se refería al dramaturgo Eugenio Hernández Espinosa.