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Fátima y el parque de la Fraternidad

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Por Ulises Rodríguez Febles

El viernes 29 llovió a cántaros, y por lo tanto caía un chorro en el lateral izquierdo de nuestra principal institución; para rematar, se fue una fase en el sistema de electricidad, pero ahí estaba Ray Cruz, en este espectáculo de Mefisto Teatro que parte del texto original de Miguel Barnet, dirigido por Claudia Zaldívar, como todo un profesional: desdoblándose en Fátima, Manolito, Andrés y algunos otros que transitan por la memoria del personaje, de compleja biografía y caracterización, demostrando que es un actor dúctil, con la voz y el cuerpo en forma para mutar, según lo necesita el texto, dueño del espacio y también del público.

Ray Cruz es un actor de intensa trayectoria en la televisión, el cine y el espectáculo, popular y querido.

En lo personal, fue el Oscarito de mi obra Huevos, con Mefisto Teatro, y puesta de Tony Díaz, que se estrenó en la Sala Papalote. Así que es alguien muy querido por mí, que ahora en Fátima nos conmueve y nos hace reír, un actor que canta y baila, con probada eficacia, que nos lleva del dolor a la esperanza, de la ira a la bondad, de la compasión a la iluminación de un ser humano. Eso es lo que nos produce el personaje, adentrarnos en la vida de la Fátima, con su fervor religioso, que un día fue Manolito. Un diálogo constante, que permanece durante todo el espectáculo, orgánico, vivo, intenso.

La puesta de Claudia Zaldívar, en ese dueto creativo con Ray Cruz, a partir del premiado cuento del Premio Nacional de Literatura Miguel Barnet, consigue transmitir la relación del personaje con el espacio parque, con el objeto ceiba, en una conexión espiritual que testimonia el universo del travestismo citadino, en una mutación del tiempo, la historia del que se llamó Parque de la Fraternidad, que adquiere un simbolismo particular como refugio de historias trágicas, relacionadas con la noche: el sexo, las máscaras, las traiciones, la prostitución, las creencias, el amor, los éxodos, las comprensiones, la marginación y la discriminación, y todo esto fluye y nos sumerge en las verdades de un ser humano.

Una puesta que dimensiona al actor, a la historia que fluye, auténtica, dura, lúdica en su comunicación con el público, que se integra al parque y también al tejido dramatúrgico que se propone.

Cuando Fátima canta, estamos ante otro espectáculo, participando de los dones del actor y del personaje, imbuidos de sus emociones, de su fuerza, de sus transiciones.

La puesta fue un regalo al público matancero; parte de una dinámica necesaria, del intercambio con otras experiencias teatrales, imprescindibles, más allá de la confrontación con lo nuestro.

Foto: Ernesto Cruz

Fuente: Periódico Girón