Rita Montaner era fogosidad, hazaña, monumento, extremación, desmesura, asombro, fogonazo, deslumbramiento. Fue la consagración expresiva de lo cubano para las artes escénicas en el siglo XX.
Por Roberto Pérez León
¡Amemos el son, el solar bullanguero, el güiro, la décima, la litografía de caja de puros, el toque de santo, el pregón pintoresco, la mulata con sus anillas de oro, la chancleta ligera del rumbero, la bronca barriotera, el boniatillo y la alegría de coco! ¡Bendita sea la estirpe de Papá Montero y María la O!
Alejo Carpentier
Este 20 de agosto Rita Montaner cumple 120 años. Aun está en las causas de nuestra música popular deslumbrando con sus efectos.
Quien ve la foto de Armand (Armando Hernández López), el entonces fotógrafo de las estrellas, en aquella Bohemia que se le dedicara a Rita Montaner al morir, no podrá pensar jamás que esa mujer de rostro de una profundidad insondable, sin indignación ni agradecimiento, fuera el alma de todas las fascinaciones de la música popular cubana en el siglo XX.
Merece esa foto un ejercicio de contemplación especial por las causalidades que tiene como imagen: una mujer con un pañuelo anudado al cuello, con un abrigo blanco mirando como quien parte.
Pero lo indescifrable de la despedida de la foto estaba en el puente que tendía entre lo telúrico y lo estelar a través la mirada de una señora que el pueblo de Cuba sabía que era el vencimiento de todo determinismo.
Rita Montaner era fogosidad, hazaña, monumento, extremación, desmesura, asombro, fogonazo, deslumbramiento.
Rita Montaner fue la consagración expresiva de lo cubano para las artes escénicas en el siglo XX.
Rita Montaner no fue una usufructuaria de lo cubano, ella sustanció el caleidoscopio lo cubano.
Rita Montaner supo poner a un lado toda su refinada educación musical para entregarse a la cultura popular.
Su voz principia la primera trasmisión de la radio cubana cantando “Rosas y violetas”, de José Mauri, y “Presentimiento”, de Eduardo Sánchez de Fuentes. Entonces desde muy temprano ya se sabía que Rita era emblemática.
Luego de que sonara el Himno Nacional en aquella primera transmisión radial el 10 de octubre de 1922 y el presidente Zayas diera su discurso para dejar clara su participación en el hecho, se escucharon las interpretaciones de Rita Montaner.
La radio fue un espacio vital en la carrera de la Montaner. En los años 40 tuvimos un personaje que pervive aún intacto: Lengualisa.
Lengualisa es hecho socio-histórico, una acción política desde la practica teatral, en este caso la radio, donde el personaje se metía en camisas de once varas hurgando en la problemática de la vida diaria, y entre chistes y ocurrencias picantes salía con aquella frase que forma parte de nuestro más condimentado argot: “es mejor que me calle que no diga nada”.
Lengualisa parte de la película “Romance musical” donde Rita había estrenado la copla La chismosa conocida popularmente como “Mejor que me calle”. El personaje en la radio empezó a pegar en la gente y a molestar a los del poder que se crispaban cada vez que sonaban «Mejor que me calle, que no diga nada, de lo que tú sabes, de lo que yo sé, eh, eh, mejor que me calle, que no diga nada…» que era como se iniciaba siempre la copla de la Lengualisa. Tanto llenó el cántaro de la paciencia de los funcionarios públicos y los políticos que suspendieron el programa, hasta dicen que hubo un intento de atentado a Rita. Pero nada que con ella no se podía y puso la Lengualisa en el Campoamor, eso fue en abril de 1941. Como era tanto lo de la Lengualisa la CMQ no se podía perder aquello y en 1946 comienza la Lengualisa junto a Mojito que lo hacía Alejandro Lugo, y entre los dos despellejaban al desgobierno de entonces.
Alicia Alonso y Rita Montaner levantan a nivel planetario un perplejo configurador del mayor de los hechizos; y, digamos que lezamianamente en ambas operó el voraz sentido del azar complaciente, la causalidad y lo incondicionado condicionante por la ruta conjugadora de la vivencia oblicua.
Resultó que en el Palace de París en 1928 la egregia Raquel Meller tiene que interrumpir sus presentaciones por una afección vocal y ahí estuvo Rita para estrenar el 16 de septiembre de 1929 “Mama Inés” en la revista “Le luxe de París” donde la española brillaba pero donde la cubana fue catapulta a la fama y se convierte en la insigne embajadora de la música popular cubana.
A partir de entonces Rita Montaner se paseó por la médula de Paris removiendo los primeros aires de las vanguardias artísticas al ritmo de “Mama Inés” y “El Manicero”.
Nos cuenta Carpentier en un artículo de Carteles de 1929:
“Su Mamá Inés estallaba cada noche en los feudos de Raquel Meller, con una elocuencia que convencía a los más tibios. […] Esta canción llegaba por su carácter y su gracia. Olía a trópico. Tenía fragancias de fruta al sol, y auténtica alegría arrabalera.”
[…]
«El público pide Mamá Inés, y los ingleses y franceses lo bailan o hacen esfuerzos por bailarlo. La movilidad y el dinamismo de esa música vencen todos los escrúpulos. Muchachas oxigenadas, que nunca salieron de París, cobran ínfulas tropicales y exigen el bis a gritos. Los archiduques rusos pierden sus monóculos. Los yanquis gritan “¡Oh, wonderful!”. Las pálidas hijas de Albión olvidan por un instante sus poses prerrafaelistas al enterarse del sortilegio sonoro que viene de las Antillas…
Todos sabemos que había nacido para la música. Hizo estudios de canto, técnicamente en el piano llegó a una perfección soberna, puedo haberse dedicado a la más granado de la música culta. Fue una mujer de una cultura y delicadeza extraordinarias. Pero eso no impedía que sin tapujos expresara su “auténtica alegría arrabalera”.
Rita Montaner lo mismo daba un escándalo que un homenaje. Podía sonar la chancleta de acera a acera o de balcón a balcón con inmaculada sonoridad beethoviana, así era de impresionante su ductibilidad temperamental. Con ella había que estar al hilo y no descuidarse porque su lengua tenía vara alta y nadie se escapaba de ella. Eso sí, cuando era el momento de dar el homenaje lo daba con todas las de la ley porque era amiga de corazón completo, respetuosa y fiel. Pero cuando se montaba se montaba. Y punto, ni aparte ni seguido. Punto definitivo.
Dicen que Josefina Baker para no perderse a Rita cuando coincidían en París, como ella era perturbadora con su cambia, cambia de vestuario, se vestía entre las patas del escenario gozando a la cubana. Entre las dos hubo encuentros y desencuentros memorables.
Ya antes de conocer a la Baker, Rita la admiraba. En más de una ocasión Rita imita las excentricidades de la soberana del Follies Bergère.
Pese a que las imitaciones y las parodias pueden desencadenar la burla, no considero que Rita se haya burlado de la Baker; la genialidad de la cubana, sus desafueros y arbitrariedades enunciativas ya reflejaban lo que posteriormente definiría la Sontag como lo kitsch y lo Camp. Hubo un visión premonitoria de la Montaner en cuanto a estas manifestaciones y cuando puso en escena a la Baker sus actuaciones se convertían en el templo del buen gusto del mal gusto, basta con ver las fotos para disfrutar de aquel homenaje sin par de la cubana a la norteamericana francesa.
Dentro de sus obsesiones estaba alcanzar una interpretación genial, ella sabía que lo lograba y esa certeza hacía que desde el público se sintiera la grandeza de lo que sucedía en el escenario.
Su última presentación fue en la comedia inglesa Fiebre de primavera, de Noel Coward y dirigida por Rubén Vigón, estrenada en la habanera sala Arlequín en julio de 1957.
Pero antes actuó haciendo madame Flora el 1 de marzo de 1956, en la ópera “La Médium”. Un año la separaba de la muerte.
Recuerda Carpentier desde El Nacional de Caracas tres días después de conocer de la muerte de Rita el 17 de abril de 1958:
“Pero Rita era Rita, y la Rita de Ogguere, de Negro bembón, de Chivo que rompe tambó, se resolvió, no hace mucho, a asombrar a quienes tal vez le creyeran próxima al ocaso. Volviendo a la partitura seria, se dio a interpretar una opera de Gian-Carlo Menotti con tal dominio de sus medios, con tanta autoridad y fuerza dramática, que el acontecimiento tuvo, para muchos, el valor de una revelación tardía. Rita Montaner desafiaba magníficamente el paso de los años mostrando que nada había perdido de su personalidad.”