Etnomovimiento: encuentro y celebración de cubanía

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Por Roberto Pérez León

Estos son días de mucho ajetreo académico en el ISA, la Universidad de las Artes, los graduados se prestan a defender los trabajos de grados que los harán merecedores de los correspondientes títulos universitarios.

La Facultad de Arte Danzario gradúa licenciados en Ballet, Danza Contemporánea, Danza Folclórica y Danzología. Las cuatro menciones están transversalizadas por el etnomovimiento como concepto que propicia un enfoque crítico de la corporalidad escénica entre nosotros.

El etnomovimiento expresa y comunica, en el paisaje antropológico cubano, una dimensión ontológica, un modo de ser y estar del movimiento corporal definitorio en las calidades estéticas de la danza y demás artes escénicas. Tiene un desempeño diametral ya sea en el ballet, la danza contemporánea, la danza folclórica y en la Danzología como disciplina de estudios teóricos.

El etnomovimiento es una naturaleza expansiva de calidades movimentales. Engendra y clarifica, desde el caudal de lo profundamente histórico, indetenibles procederes en la expresión de la corporalidad. Es un entrelazamiento de esencias socioculturales que refuerzan la identidad. Permite estudiar la danza y cualquier otro hecho escénico donde el cuerpo sea cimiente, fundamento.

Desde la perspectiva antropológica el movimiento corporal en la danza, el teatro y otras expresiones artísticas es vehículo para preservar y transmitir, reflejar y proyectar valores.

En el estudio del etnomovimiento se determinan interacciones sociales a través de las relaciones entre cultura, identidad y etnicidad. La etnicidad como construcción que manifiesta pertenencia, identificación al compartirse cultura, lengua, historia, creencias, rituales, tradiciones.

La cultura, la identidad y la etnicidad en sus sucesivas coordenadas de interacción preparan una simultánea causualidad condicionante donde el movimiento corporal es huella que construye y transforma, adapta y evoluciona el interaccionismo simbólico, el imaginario, lo operante socialmente.

El hecho escénico es vitalizado estética e ideológicamente por el fenómeno transcultural que concreta el etnomovimiento: puente entre diversas herencias culturales que al dialogar se transmutan en lenguaje artístico contemporáneo.

La interacción de estas herencias/influencias ha dado lugar a un estilo híbrido que conecta lo ancestral con lo moderno, lo local con lo global generándose un espacio de encuentro y celebración de la diversidad cultural que nos asiste.

El movimiento como forma de comunicación, las prácticas corporales como formas de expresión son cosmos relacionable que intervienen en la evolución de la identidad en una sociedad donde la multiculturalidad es poderosa fuerza afirmativa.

La danza cubana se redefine a partir dos coreógrafos claves en las revelaciones estéticas del etnomovimiento: Alberto Alonso y Ramiro Guerra. Ellos develaron la plenitud de la enunciación corporal al integrar el folclore con técnicas contemporáneas y crear un lenguaje danzario arraigado en la identidad nuestra. Menciono Suite Yoruba (1960) de Ramiro Guerra donde la danza dignifica artísticamente las tradiciones afrocubanas. Se incorporan movimientos ondulantes, percusión africana y una animación entre lo ancestral y lo contemporáneo que metamorfosea estéticamente elementos etnoculturales a través de lo coréutico.

Lo iniciado por Ramiro Guerra ha influido en nuevas metodologías de enseñanza que destacan la importancia de la conexión entre el cuerpo, la música y la identidad cultural. Este enfoque surgió como respuesta a la necesidad de crear un lenguaje danzario con ejecutantes que no solo dominen la técnica, sino que también comprendan y expresen la riqueza cultural de la nación. En la formación de los bailarines se combinan técnicas modernas con movimientos tradicionales. Se fomenta la improvisación para reinterpretar las tradiciones en un contexto contemporáneo. Los bailarines conciben dinámicas de movimiento inspiradas en danzas folklóricas.

El etnomovimiento en la danza cubana tiene su mayor definición en las tradiciones afrocubanas. Aunque también hay que considerar otros factores culturales y transculturales. Nuestro ajiaco movimental tiene sazones de España con toda la huella de siglos de dominación árabe. Además de lo europeo y lo propiamente caribeño que han aportado estructuras melódicas, ritmos y gestualidades.

Destaquemos que la música cubana con sus esplendores rítmicos sincopados guía movimientos y expresividad en una conexión emocional que puede sobrepasar las precisiones técnicas. El lenguaje dancístico nuestro, al integrar las influencias que nos orbitan como adquisiciones fundamentales, tiene su centro de imantación en un estilo que no solo celebra las raíces africanas sino que también habita en otras tradiciones culturales.

El matiz transcultural del etnomovimiento define la narrativa danzaria con la que participamos de manera autóctona en las tendencias globales de la danza contemporánea.

 

Foto de portada: Suite Yoruba. Archivo fotográfico Centro María Lastayo