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Espaciosa realidad donde el teatro cobra otra vida

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Por Roberto Pérez León

El 11 de mayo de 1924 se estrenó El moderno Sherlock Holmes una película de Buster Keaton. Pero no es una película más del genial comediante. En 45 minutos de duración este portentoso actor crea una proeza cinematográfica al agregar soluciones narrativas y extender la realidad de la pantalla de proyección.

La intuición creadora de Keaton nos pone, como espectadores, en un trance entre lo onírico y lo mágico, al emplear un recurso técnico que da la posibilidad de una exploración narrativa, adelantándose así a la llamada inmersión que hoy es una de las tendencias de la escena contemporánea.

En El moderno Sherlock Holmes Keaton es un proyeccionista que anhela ser detective y como por arte de birlibirloque entra a la película que él está proyectando. Cine y vida se hacen confusos, se entrecruzan. El actor da continuidad a sus acciones de un lado y de otro sin notar los cambios de escenarios.

En la secuencia que quiero comentar y que es la que motiva la reflexión que planteo en el título de este comentario, el proyeccionista se duerme mientras trabaja en la cabina de proyección y entonces el subconsciente, un Keaton fantasmagórico y traslúcido, se dirige a la pantalla y entra a ella.

Buster Keaton ingresa al relato por la invención de una metahistoria, participa e interactúa en la narrativa a través de recursos (técnicos) “inmersivos”. Se sumerge por completo en la historia y al formar parte integral de ella traza una experiencia envolvente única. Al zambullirse en la pantalla, desde su realidad onírica y subconsciente, interviene por decisión propia en ella y desdibuja los límites de las ficciones –la suya y la de la pantalla- produciendo una notable inmersión.

Eso sucedió técnicamente hace ya un siglo. Cuando los avances tecnológicos más elementales se hacen cómplices y convergen con el riesgo y la invención artística se produce un evento de interacción fenomenal.

Hoy la tecnología puede desatar escénicamente una realidad extendida. Ya no es delirante plantear un teatro que exista sin estar sucediendo. Pero. ¿Y el aquí y el ahora dónde quedan? ¿Y la coexistencia carnal entre escena y sala donde queda?

Pues quedan en ninguna parte del espacio y el tiempo de la común realidad. Espacio y tiempo se sostienen en un tiempo y en un espacio de una realidad mixta ya sea virtual o aumentada: realidad con contenido informacional de textualidades generadas por el estado auratico de la tecnología.

En esa otra realidad con definitoria participación de la tecnología se desarrollan nuevas dimensiones narrativas. No se trata de coquetear con un conjunto de técnicas sino de convertir el componente tecnológico en un determinante sistema significante.

Podemos hablar de la “bitosfera” con la misma propiedad que nos referimos a la biosfera y a la noosfera como esfera de la mente, del intercambio de conocimientos, de la comunicación.

Ya es ineludible adentrarnos en la “bitosfera”, como esfera digital informativa paralela a la biosfera y a la noosfera, donde el bit, partícula fundamental de información, aquilata el hecho escénico. En la “bitosfera” quedan interconectados el ámbito de la información, la cultura y la tecnología.

El suceder escénico es afectado por la mixtura tecnológica que genera experiencias inmersivas que conllevan la exploración de creaciones dentro de una realidad híbrida.

Mediante herramientas inmersivas exploramos una dramatúrgica de entornos digitales. Los ejecutantes, al interactuar con el contenido digital, conforman una curiosa y expectante narrativa de activas dimensiones inusuales en la cotidianidad.

El espacio inmersivo puede emplear formatos que integren tecnologías analógicas o digitales. La puesta en escena se hace multiplataforma transmedia. Se combinan realidades que cobijan paradigmas de escritura escénica donde lo sensorial y lo espacial hilvanan líneas de relación perceptual (interprete, público, escena) inesperadas. Se superponen espacios virtuales y físicos lo que permite la expansión de una dramaturgia trasmedia con dinámicas of y on, line y site.

¿Pero mientras tanto qué pasa en nuestras artes escénicas al respecto?

El hecho de que contemos con montajes de poderosas y creativas propiedades teatrales no quiere decir que tengamos que sentirnos satisfechos con los recursos enunciativos que comúnmente empleamos.

Es preciso poner esmerada atención a conceptos y formas de creación y partición al uso de tecnologías digitales que puedan hacer de los sistemas significantes elementos trasmisores de significados que se traduzcan en propuestas visuales, auditivas y espaciales que en la escritura escénica adquieran relevancia dramatúrgica.

Una dramaturgia abierta a la interdisciplinariedad, que introduzca nuevas formas de creación y participación que desafíen la convención teniendo en cuenta la virtualidad, la interactividad, la intermedialidad.

La exploración, la ruptura de convenciones, la diversidad que caracterizan la estética contemporánea deben mantenerse como constantes en las artes escénicas entre nosotros.

La fertilidad artística que genera la interdisciplinariedad, el cruzamiento entre disciplinas, la colaboración, la hibridación, las coexistencias, la pluralidad de enfoques sin abandonar lo analógico, ir desde el concepto y hasta lo digital son ventanas de desarrollo para la búsqueda y reflexión de nuevas formas de experimentar la escena.

La fenomenología de las nuevas teatralidades exige una dramaturgia intermedial de dinámicas escénicas por explorar.

El mismo celular con sus posibilidades interactivas nos puede convertir en sujetos de inmersión y esto es un hecho inobjetable para las producciones escénicas y sus correspondientes ramificaciones de significantes.

No es la primera vez que me refiero al tema y si ahora lo hago es alentado por el merecido homenaje a la memoria de Buster Keaton como genio en la transformación espectatorial mucho antes que el mundo de los bits fuera archipresente.

Re-teatralicemos los esquemas compositivos de la escena para que el teatro sea una experiencia social generativa por la forma de hacerlo y vivirlo.

De nuevo insisto en la necesidad de una cruzada científico-artística de innovaciones ideo-estéticas y tecnológicas en el entorno digital. La gestión de las artes escénicas puede tomar en cuenta las universidades y en conjunto dar paso a dinámicas relacionales que propicien la arquitectura escénica de estos tiempos.