ESCUCHA LA DANZA MIENTRAS BAILAS LA VIDA

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Por Mayté Madruga Hernández / Fotos Xavier Carvajal

 La vida es una danza que solo se baila una vez

Proverbio Malinké

¿Ver u observar? ¿Oír o escuchar? ¿Bailar o danzar? ¿Diferentes o similares? Un cuerpo de baile heterogéneo pero disciplinadamente formado, se escapa de esa fisicalidad para buscar otras vías de expresión. No se abandona lo previamente montado, lo pactado —en fin, lo que lo convierte en un espectáculo— pero exploran otras formas de ver, entender y bailar la danza, incluso, de escucharla. Es este el motor impulsor de la colaboración entre Theo Clinkard y Danza Contemporánea de Cuba.

¿Qué papel juega la música dentro de la danza? ¿Es aquella que guía los movimientos de los bailarines, o la que inspira los sentimientos en los públicos?, interroga Clinkard con su Listeninig Room.

Los bailarines se mueven según su propia música, lo que equivale a decir según sus propias reglas, materializadas por los audífonos. Ellos no obedecen completamente el mandato de un coreógrafo, sino que trabajan junto a él. Se conforma un relato colectivo entre aquel que oyen los espectadores y el otro que escuchan los bailarines; sin embargo el movimiento sigue siendo uno. Se juega con el significado pero el significante permanece.

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Deviene esta particular creación en gozo para unos bailarines acostumbrados a coreografías de preciosismo y virtuosismo. Navegan casi libres por el espacio, relacionándose a ratos, construyendo diferentes cuadros de acción que no son siempre visibles para el público, que no llegan a articularse en la acostumbrada sucesión de imágenes coreográficas alumbradas tradicionalmente por una luz cenital. Experimentación válida y consiente, no siempre logra crear una empatía, sino más bien una incomodidad que no parece del todo preparada, sino más bien descuidada.

La creación corográfica en Listening… se transversaliza, buscando más adentro de los bailarines que fuera de ellos. Sus corporalidades son resultado de un proceso que comenzó en el interior y termina momentáneamente en lo que se presenta.

Clinkard maneja un código no tan unidireccional entre público y bailarines. Cada bailarín oye una melodía distinta. Este el secreto que comparten entre ellos y lo que les lleva a reír socarronamente en el escenario, desprovisto de cortinas, de luces escondidas, de pequeños secretos que han estado ocultos por mucho tiempo en los teatros de corte operático.

Danza Contemporánea de Cuba baila en un espacio otro. Sus bailarines no se suman a una re-presentación, sino a una presentación de sus cuerpos, de sus gustos que permanecen latentes en la música que escuchan. Y mientras lo hacen, dicen aquello que hace rato se debe saber: la danza es un espectáculo, pero es también una forma de vida. No solo para ellos, sino para todo aquel que desee hacerse cargo de manera consciente de su corporalidad y hacer con ella lo que ansíe, bien puede ser un solo improvisado; bien irse a bailar a una disco.

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Es el movimiento lo que guía los pasos de este cuarto donde se escucha algo más que música: se presta atención a los detalles, a la interacción, a la mirada. Pues existe una voluntad expresa porque “lo normal” suba a escena: el bombillo de luz fría, el vestuario unicolor compuesto de dos piezas —camisa y pantalón corto.

Los audífonos, elemento aislante en la rutina social, constituyen un interesante dispositivo visual para expresar esa diferencia que surge entre lo que bailarines y publico sienten, sin embargo, aun cuando algunos escuchemos instrumental y otros escuchen a Calle 13, el cuerpo, el movimiento, está en escena. Decidir qué hacer con él, cómo interpretarlo, es una invitación que se materializa cuando los bailarines abren una puerta, la que comunica al teatro con la vida.

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