En Santiago de Cuba: El grito de Calibán

Por Frank Padrón

Dirección Gritadero es un texto del francés Guy Foissy (1932- 2021) que se ha representado mucho en tiempos de angustia e incertidumbre a nivel mundial como los que corren, y del que nuestro país, con dificultades y conflictos muy singulares, no escapa.

Versionado hace poco en la capital por Estudio Teatral La Chinche, en puesta de su directora Lizette Silveiro, y comentada desde estas páginas «El grito» en la escena cubana, el texto sobre tres mujeres que esperan un ómnibus rumbo a un sitio donde puedan desahogar vocalmente sus frustraciones y problemas redujo el dramatis personae a uno solo, por imperativos de la pandemia, que impidió un montaje como tocaba.

A pesar de los esfuerzos de la actriz y de la directora, se perdió mucho de la fuerza y sutileza de la escritura, pensada y estructurada sobre la base de la interrelación y contradicciones entre las tres mujeres, difícilmente resumibles en un monólogo.

Teatro Calibán de Santiago de Cuba retoma el montaje que hace poco más de una década se estrenara por el mismo colectivo bajo la égida del francés Maurice Levéque, ahora dirigido por Orlando González (Comedia a la antigua) con varias particularidades.

Los actantes son hombres, lo cual confiere una energía y expresividad diferentes a los caracteres, además de enviar el mensaje subliminal de que la necesidad de exorcizar demonios, purificarse y vaciarse en esos gritos imprescindibles, significa una acción para todos, más allá de los géneros y pese a las ropas y envolturas que se lleven.

Luego, el vestuario de Erick Eimil (a quien corresponde también la minimalista y esencial escenografía), remite a períodos y etapas diversas que lo mismo aluden desde sus trazos y cromas al realismo socialista ruso que a ciertas vanguardias europeas.

La puesta incorpora segmentos del cine cubano (La muerte de un burócrata, Nada, La película de Ana…), en algunas de las cuales sus protagonistas femeninas también hacen catarsis, en ese caso frente a la cámara, mientras tanto el diseño de luces (Israel Reyes y el propio Orlando) como el sonido preciso de David Castellanos, inciden en los abruptos cambios de ánimo y frecuentes exabruptos de esas mujeres siempre al borde del almodovariano ataque de nervios.

Encomiable y oportuna también resulta la contextualización del relato dramático a nuestras realidades: la atemporalidad y multiespacialidad de este permiten a su vez una ubicación cronotópica que el director ha sabido ajustar de modo muy natural, sin violencias dramatúrgicas.

El desempeño de Ahmed Ramos, Fernando Ramírez y Rodolfo Luque, apoyados también en un riguroso maquillaje de Eimil, derrocha matices y jugosas transiciones que complementan sus trabajos y permiten que la rica paleta semántica de la obra llegue al público en toda su dimensión.

El respetable, en buena medida joven, respalda con entusiasmo y complicidad la propuesta. En la función a la que asistí faltó la electricidad los últimos quince minutos, aproximadamente, y la gran mayoría apoyó con las linternas de sus celulares la representación, que de ese modo continuó sin mayores dificultades hasta el final, si bien debió prescindir de la música y proyección audiovisual correspondientes a ese trecho de la puesta, la cual no se afectó gracias a la profesionalidad de los actores y la solidaridad del público.

Dirección gritadero por Calibán Teatro, bajo la dirección general de Dalia Leyva, es una puesta en escena aplaudible dentro del panorama teatral cubano. Si anda por la oriental «tierra caliente», lléguese los fines de semana por la sede del Cabildo Teatral, en la céntrica calle Enramadas, y no saldrá en lo absoluto decepcionado.

Foto cortesía del autor.

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