Search
Close this search box.

Electra Garrigó: La indivinidad a sus 75 años

image_pdfimage_print

Por Roberto Pérez León

En agosto de 1946, Virgilio Piñera desde Buenos Aires le escribe a su hermana Luisa y le dice que en octubre le enviaría un ejemplar de Electra Garrigó. Pero no es hasta 1948, en el primer regreso de los muchos que hace desde Argentina, que sabemos de la obra.

Francisco Morín, para celebrar el aniversario de la revista Prometeo, dirige Electra…, que se estrena el 23 de octubre de 1948 en el teatro de la Escuela Valdés Rodríguez. Coincidentemente unos días antes de la primera función del Ballet Alicia Alonso, en el teatro Auditórium de La Habana, el 28 de octubre de ese propio año. Así, de sopetón, la puesta en escena descoló a quienes solo veían a Piñera como un joven poeta sobresaliente. Electra Garrigó es la primera obra suya que sube a escena y la primera considerada por él dentro de su literatura dramática.

De aquella noche memorable, Francisco Morín, hombre indispensable para el teatro cubano, dijo: “El estreno de Electra Garrigó quedó en nuestra memoria como una noche a lo Hernani, la obra de Víctor Hugo. Durante mucho tiempo por los corrillos teatrales se habló de los incidentes a que dio lugar”.

El primer estreno de Virgilio Piñera desató tormentas. La Asociación de Redactores Teatrales y Cinematográficos le tiró con artillería pesada a la puesta en escena y Virgilio respondió el 23 de noviembre en la revista Prometeo con “¡Ojo con el Crítico…!”, artículo preciso para conocer de la valentía intelectual de Piñera y de la maledicencia de la crítica cuando se ejerce en piñas y cenáculos con poder mediático[i].

Luego de Electra Garrigó llegó Jesús (1948) y Falsa Alarma (1949) que, antes del regreso de Piñera a Buenos Aires, quedó publicada en la revista Orígenes (1949). Estas tres obras son baluartes del teatro cubano. Así es que el escándalo de Electra… sirvió de revulsivo poderoso para que tuviéramos en la literatura teatral además un crítico un dramaturgo que se las traía.

 

Todos estaremos de acuerdo en que ya en el teatro las restricciones y los modelos no funcionan ya sean estos filosóficos, estilísticos, etc. Por otra parte, de manera recurrente, se emplean conceptos como lo innovador y lo experimental que tienen una vaga potencia definitoria en la esfera teatral donde lo que prevalece es una súmula infusa de excepciones donde sobresale una indeliberada lógica de interacciones morfológicas.

Electra Garrigó rechaza lo establecido, como hecho escénico introduce elementos que impugnan e inauguran propósitos teatrales. Desde su estreno la obra participa de sucesivas modernidades y contemporaneidades.

Piñera es de nuestros escritores quien más derecho tiene a inscribirse en el existencialismo. Su obra ahonda en la expresión de lo irracional y el absurdo, lo ambiguo, la soledad y la marginación con tintes criollos, pero donde siempre estará el miedo, la inseguridad, lo abyecto de la condición humana, de la monotonía de la existencia.

A esto que acabo de decir replica Piñera:

Se supone que los críticos son personas penetrantes, que están informadas y que uno no se libra de los encasillamientos. Pero, francamente hablando, no soy del todo existencialista ni del todo absurdo. Lo digo porque escribí Electra antes que Las moscas de Sartre apareciera en libro, y escribí Falsa Alarma antes que Ionesco publicara y representara su Soprano Calva. Más bien pienso que todo estaba en el ambiente, y que aunque yo viviera en una isla desconectada del continente cultural, con todo, era hijo de mi época al que los problemas de dicha época no podían pasar desapercibidos. Además, y a reserva de que Cuba cambie con el soplo vivificador de la revolución, yo vivía en una Cuba existencialista por defecto y absurda por exceso. Por ahí corre el chiste que dice: “Ionesco se acercaba a las costas cubanas, y sólo de verlas, dijo: aquí, no tengo nada que hacer, esta gente es más absurda que mi teatro…” Entonces, sí así es, yo soy absurdo y existencialista, pero a la cubana. (Teatro completo, La Habana, Ediciones R, 1960, p. 15)

En el caso de Piñera el despliegue de una atmósfera de pesadilla con su consecuente ausencia de razonamiento luce por momentos cómica en su sin sentido. Pero bueno, en realidad no creo que nuestro existencialismo haya tenido elementos diferentes a los europeos. Los constituyentes del pensamiento existencialista tuvieron una fuerte carga social que entre nosotros ha sido un componente muy dado a expandir desde lo grotesco, ironizar y ridiculizar.

El mundo social y el hombre son un par donde el mundo determina, el hombre decide o a la inversa, pero las subterráneas imbricaciones entre hombre y mundo tienden a la fluencia de una angustia que limita, subordina, empercude la existencia del yo.

La angustia del hombre moderno es un tema de sensible filiación existencialista. El existencialismo filosófico en Cuba tuvo proyecciones dentro de las posibles clasificaciones que tuvo ese pensar que pudo moverse de lo ateo a lo creyente, lo metafísico, lo sociológico, lo fenomenológico, etc.

La corriente esplendió en Europa. Aquí sobresalió en el ámbito literario. Las asimilaciones de Sartre y Camus fueron vertebrales nutrientes para la intelectualidad isleña.

La revista Ciclón, sin duda, fue una arena favorecedora en el florecimiento del existencialismo. Y todo comenzó desde Orígenes cuando de la mano del propio Lezama Lima se publicó un fragmento de El hombre rebelde, de Camus en una traducción de Rodríguez Feo. En esos mismos años, Virgilio Piñera en Argentina pudo beber desde la revista Sur textos vertebrales de Sartre y de Camus que alentaron sus dominantes tendencias existencialistas: el vacío, la desazón, el desasosiego interior de la naturaleza humana que provocan aplastantes estados del alma.

Tiene el existencialismo piñeriano una dosis de lo grotesco como dosis de alienación, de distorsión, de crítica social que sumerge lo real en un mundo absurdo e irreal.

En Virgilio el humor negro pone de lujo lo insustancial, lo improcedente, el caos. En la médula absurdista haya la naturaleza ideológica del existencialismo suyo una insólita fineza para hacer relevante la angustia y la insoportable congruencia de la levedad del existir ciudadano en la Cuba que vivió y sufrió.

Cuba da a Piñera la falta de propósito humano que tiene su teatro y le otorga una innegable dimensión performativa de barroquismo sin antecedentes en nuestra literatura.

Performance de un barroco no precisamente por el uso del lenguaje sino por la proliferación y exuberancia de un accionar demandante, que es precisamente lo que signa a Electra Garrigó: deconstrucción de la indivinidad, cosmovisión tejida con metáforas culturales y símbolos dentro del espectro de lo etnográfico y lo literario en el teatro cubano.

[i] Sobre el suceso ver mi artículo “El escándalo de Electra a 70 años del estreno de la obra que puso al teatro cubano en la modernidad”, publicado en Cubaescena, https://cubaescena.cult.cu/3951-2/

En portada: Electra Garrigó por Teatro de la Luna, dirección de Raúl Martín. Foto Pepe Murrieta.