El teatro como luz, en las profundidades de un estanque

image_pdfimage_print

Por Kenny Ortigas Guerrero
¿Qué obra de arte es la que me complace? Y cuando hablo de complacencia, obviamente lo hago desde mi percepción e imaginario, pues cada quien tiene sus puntos de vista y preferencias.

En mi caso, debo sentirme profundamente conmovido, y esa sensación no se encuentra atada a un sentimiento o emoción predeterminadas: llanto, alegría o euforia exorbitantes. Más bien es a un estado total de plenitud que a su vez se torna sobrecogedor y que logra perturbar mi zona de confort. Es un acontecimiento que me traslada a espacios de mi interior donde por alguna extraña naturaleza, afloran aires de melancolía, nostalgia, de no querer saber de más nada ni nadie durante un rato prolongado cuando acaba -si es una obra de teatro- la función.

Esa forma de metabolizar las sustancias, al pasar los días se asienta de manera más coherente en mí y me permite entonces hilvanar trazos de reflexión y arribar a conclusiones. Sobre la puesta Insomnio en las profundidades del estanque, versión del teatrólogo y profesor Leonardo Leyva con estudiantes de la Academia de las Artes Vicentina de la Torre, sobre el texto original La fábula del insomnio, de Joel Cano, que se presentó en el Centro Cultural José Luis Tasende como parte de las celebraciones por el Día del Teatro Cubano, me regaló la hermosa oportunidad de realizar ese viaje donde se agolpan tantas resonancias y multiplicidad de sensaciones.

Destacar primero el talento de los jóvenes actores que asumieron el riesgo de hacer teatro en verso con infinita pasión y entrega, dos elementos tan imprescindibles para hacer el teatro, concediendo vehemencia y verosimilitud a la representación. Con un montaje al estilo que Leonardo nos tiene acostumbrados, donde se exploran elementos de la antropología barbiana y el concepto de pobreza de Grotowski, los seis actores defienden indistintamente todos los personajes de La corte de la Espuma, reino acuático donde se desarrolla la acción, en el que los peces están condenados a permanecer despiertos, mientras el Rey (pez) Carpa mantiene un cofre en secreto, donde se esconde el antídoto, pero lo resguarda para seguir ejerciendo el control sobre todos los miembros de la comunidad del estanque.

Sin más recursos que el cuerpo y algún que otro elemento, se asumen los diversos caracteres con desenfado y gracia, aportando vivacidad y dinamismo a la puesta. Lo trepidante del movimiento escénico, conlleva a un estado de concentración que no admitiría ningún error u olvido, pues la secuencia de coreografías y piruetas, todas en perfecta sincronía, mantienen en constante sigilo la mirada del espectador.

Ver a estudiantes defendiendo con tanta responsabilidad y ética desde la escena, valores que definen la integridad del ser humano en momentos de arbitrariedades descomunales y un desmesurado atropello a la dignidad, nos dice que el futuro aún se viste de esperanza y sosiego ante la inestabilidad de un mundo en permanente zozobra.

El uso de máscaras neutras en el espectáculo refuerza la idea de indiferencia y doble moral ante disímiles situaciones donde se voltea el rostro antes de enfrentar los problemas, y permite cuestionarse al espectador sobre cuántas de ellas portamos en nuestros rostros aún sin percatarse o ser conscientes realmente.

El montaje también hace un llamado a la preservación del ecosistema muy contaminado y que demanda una urgente restauración. Prácticamente coincide la fecha de este estreno con ese mensaje de Theodoros Terzopoulos por el Día Mundial del Teatro donde se pregunta:

¿Puede el teatro escuchar la llamada de S.O.S que nuestros tiempos están enviando, en un mundo de ciudadanos empobrecidos? ¿Puede el teatro convertirse en una parte activa del ecosistema?

Pues a esa zona, también hace referencia Insomnio en las profundidades del estanque. No obstante, la obra pudiera desacelerar en algunos que otros momentos posibilitando una mejor absorción de la bella historia que cuenta, y que ha sido llevada a escena en disímiles momentos, pues no deja de resultar complejo lograr atar todos los cabos de la narrativa, al igual que precisa resaltar mucho más el final de la obra el cual tiende a diluirse entre tanto efectismo físico, pero a pesar de eso, algo cautivó particularmente mi atención en ese cierre y fue la empatía desbordante con el público, donde los actores juntos a sus familiares, amigos, colegas de clases, conocidos y desconocidos asistentes, se abrazaban como la misma fuerza y alegría como si en la vida real se hubiera roto el maleficio del Rey Carpa, como si el teatro – y en efecto lo creo- pudiera emerger como luz de las profundidades de un oscuro estanque.

Con esta propuesta, Leonardo Leyva continúa destacándose como un excelente docente del teatro en Camagüey, que investiga, siendo capaz de motivar y entusiasmar a los estudiantes de la carrera de actuación a empoderarse también de saberes que no se explotan a cabalidad dentro de los planes de estudio. Es importante desatar el amor al conocimiento, que la sed de indagación se explaye en todas las escuelas de arte y que a su vez irradien al exterior y sea visible el resultado en la labor artística, eso, no solo contribuiría a formar excelentes creadores, sino también excelentes seres humanos.