El oficio de construir una Isla

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Por Erian Peña Pupo

La estancia en la Universidad de Harvard, en Estados Unidos, de mil 273 maestros cubanos, en plena ocupación estadounidense en el año 1900, es el punto de partida del conflicto familiar/social que aborda, ahondando en cuestiones como la historia, la cultura y la identidad nacional, la obra Oficio de isla, puesta en escena de la Comunidad Creativa Nave Oficio de Isla, que este 2025 celebra sus primeros cinco años de trabajo, presentada en la sala Raúl Camayd del Complejo Cultural Teatro Eddy Suñol de Holguín, el 12, 13 y 14 de abril, y en el Centro Cultural El Almacén, como parte de la programación de la edición 19 del Festival Internacional de Cine Pobre de Gibara, el día 16.

Con dirección del actor Osvaldo Doimeadiós, Premio Nacional de Humor 2012, la puesta parte del texto del escritor, actor y director de cine Arturo Sotto Tengo una hija en Harvard y añade otros discursos integradores —no solo del contexto histórico-social, sino de una poética escénica— logrados desde las instalaciones, la acción performática del principio y el final —que hacen partícipe al público de un viaje a los vericuetos y las metáforas de la nacionalidad— o los intermedios bufos con fragmentos de la obra ¡Arriba con el Himno! de Ignacio Sarachaga y Manuel Saladrigas del propio año 1900.

Las noticias del viaje a Harvard, iniciativa del superintendente de escuelas Alexis E. Frye, llegan a una familia habanera junto a la posibilidad de que la joven hija integre el grupo de maestros, pero las reacciones de los padres, el pretendiente, un cliente de la barbería del padre (que cambió el cartel a un nuevo lumínico en inglés) y un cura parroquial se cruzan salpicadas de temas cotidianos y efectivos juegos de palabras que dan pie al debate sobre la nación y sus aspiraciones republicanas y de libertad, como ha anotado Vivian Martínez Tabares, analizando, al mismo tiempo, las contradicciones de un momento parteaguas en la historia nacional y arrojando luz sobre el presente, al examinar el devenir de las circunstancias históricas que han marcado nuestra herencia cultural y social hasta hoy. Así Oficio de isla, con asesoría de Eberto García Abreu, hace un «uso productivo del choteo y la combinación de lo dramático y lo musical como elemento subversivo y detonante clave de nuestra tradición escénica, y sumamente útil para debatir temas muy serios a partir de la desacralización y la hibridación de las formas».

«Tratamos de presentar los hechos en su contradicción. Este es un espectáculo también sobre la colonización y pretendemos situar al espectador en su papel más activo y descolonizado. Cada espectador debe encontrar sus propias resonancias, su postura crítica. El espacio para la puesta y la manera en que confluyen actores y público provocan una ruptura de esos roles, como espacio de socialización. Digamos que todos somos juez y parte», ha comentado el reconocido actor nacido en la ciudad de Holguín en 1964.

Justamente aquel viaje, como experiencia compleja donde se mezclan tramas de diferentes signos, puso en debate (incluso en lo doméstico, como subraya la obra de Arturo Sotto) varios temas en su momento, como asegura la historiadora Marial Iglesias en Las metáforas del cambio en la vida cotidiana: Cuba 1898-1902, libro utilizado en el proceso investigativo y de montaje de Oficio de isla: los designios imperialistas de «americanizar» a los maestros mediante un proceso de aculturación que pasaba por el aprendizaje masivo del inglés; los estereotipos racistas en boga en la época, sobre la superioridad anglosajona y el carácter inferior de las «razas» latinas; los sentimientos solidarios hacia Cuba de una parte del pueblo norteamericano; los deseos de los maestros de modernizar el atrasado sistema de educación de la isla; la admiración ingenua del potente desarrollo tecnológico del capitalismo estadounidense y el modelo de democracia y libertad que la sociedad norteamericana simbólicamente encarnaba; y la conciencia crítica de muchos de los maestros respecto a la amenaza que el espíritu expansionista del vecino país representaba para la soberanía de la isla en tránsito todavía hacia una república —soñaban todos— en correspondencia con los ideales libertarios (y también martianos) que habían sostenido los largos años de guerra en la manigua.

El atractivo montaje de Oficio de isla, desde las posibilidades escénicas del teatro arena, con una disposición central y el público ubicado alrededor en el Centro Cultural El Almacén, que permite otras dinámicas, acciones, desplazamientos, incluso desde la proyección de la voz, caracteriza una puesta en escena que articula una interesante vuelta a elementos del vernáculo, acordes a la contemporaneidad; y en la que la música en vivo, la escenografía (a cargo de Guillermo Ramírez Malberti) y el diseño sonoro (Juan José Gómez) y de luces (Tony Arocha); así como de vestuario (realizado por Oscar Bringas y Álida Gutiérrez; homenaje también al Armando Suárez del Villar que llevó a escena Las impuras de Miguel de Carrión) añaden riqueza y carga simbólica a una puesta que realza los valores nacionalistas e indentitarios a partir de un momento complejo, de transición, no solo de cambio de siglo, sino de «condición política»: a las puertas de una República (en 1902) pero sin serlo, bajo ocupación estadounidense luego de siglos de dominio español y décadas de luchas independentistas que habían instaurado nuevos paradigmas de libertad en el que el mambí —su figura, su representación, su imagen— jugaba un rol fundamental en la construcción simbólica de una nueva época de cristalización —lenta, compleja— de «lo cubano» como sentir nacional.

«Lo peligroso es borrar lo que eres, quitarte una máscara y ponerte otra, como si esa esa fuera la fórmula milagrosa para aparentar convivir con el “progreso”», añade Doimeadiós, quien interpreta en la obra al padre Orozco, personaje que subraya la preocupación de la Iglesia Católica por las «perniciosas» influencias del protestantismo anglosajón en los jóvenes que pasarían las seis semanas de intercambio y clases en Harvard.

Por el puerto de Gibara salieron rumbo a Harvard muchos de aquellos jóvenes maestros cubanos (el poeta guantanamero Regino Boti fue uno de ellos) como otros lo hicieron por Matanzas, Cienfuegos, Sagua y Nuevitas. La presentación de Oficio de isla frente al mar de Gibara, última silueta de la isla vista desde el buque estadunidense por aquel grupo de jóvenes, en este caso del oriente del país, en el verano de 1900, recobra un significado especial para una puesta que se ancla precisamente en las honduras de la Patria.

Fotos Cristhian Escalona