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El fantasma revive (en) la ópera

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Por Frank Padrón

Sin lugar a dudas, la subida a las tablas del teatro Martí de una renovada puesta de El fantasma de la ópera —uno de los grandes éxitos de los musicales en el Anfiteatro de la Habana desde su estreno en 2006 y después reprogramado en 2014– reafirma varios axiomas: primeramente que el género cuenta con un numeroso y entusiasta público; luego, que pese a nuestras conocidas y grandes dificultades materiales, es posible con voluntad y esfuerzo asumir producciones de tal complejidad; tercero, que el padre de esta criatura en su versión cubana, Alfonso Menéndez, es sin dudas uno de los mejores directores con que cuenta esta difícil como gustada manifestación entre nosotros.

Escrita por el francés Gastón Leroux (1868-1927), llevada al cine varias veces desde 1925 en el período silente, y estrenada como musical en Londres (1986) y Broadway (1988), la leyenda del trío amoroso entre el joven cantante enmascarado por un accidente en su rostro, la dama de sus sueños y ex pareja y el nuevo amante de esta, cuyos encuentros tienen lugar en un viejo teatro de ópera, en sus pasadizos habita oculto el primero, ha conocido un éxito sin precedentes, sobre todo en el teatro —la novela original pasó sin penas ni glorias– teniendo en cuenta que es «dentro del género, la obra más exitosa de todos los tiempos, vista por más de ciento treinta millones de espectadores en cerca de treinta países, y la única en llegar a celebrar su aniversario 25, para lo cual Webber y Cameron Mackintosh realizaron una producción especial en London Royal Albert Hall en octubre de 2011», según escribe Menéndez en las notas al programa.

Con música del célebre Andrew Lloyd Webber —autor en este rubro de importantes piezas del género como Jesucristo Superstar, Evita o Cats– , El fantasma… combina exitosamente baladas con arias operísticas y ritmos de la tradición norteamericana los cuales , junto con las letras de Charles Hartse, tejen el desgarrador drama que, más allá de estereotipos y convenciones, reflexiona sobre el amor, la relatividad de los raseros estéticos, la importancia de la música, el arte en general en la vida y la relaciones humanas.

En la nueva versión, también a cargo de Alfonso Menéndez, sin las dimensiones del gran escenario que ofrece el coliseo de la Avenida del Puerto, admira cómo en el más reducido espacio del  Martí, se logró armar toda la complicada escenografía de la pieza, colocar con éxito las coreografías —del propio director, que con despliegue de profesionalidad y rigor ha materializado el Ballet Teatro América bajo la dirección de Esperanza Pinal– y captar el ambiente gótico, alternado con la atmósfera romántica y de fuerte lirismo de no pocos segmentos.

También descuella la economía pero a la vez expresividad de elementos escenográficos                      —candelabros, ambiente de carnaval en las escenas correspondientes, andamios para los fosos y entresijos del teatro…– que logran transmitir junto al destacable trabajo de luces y de vestuario (Roddy Pérez / Alfonso Menéndez) el mundo representado, con ágil movimiento para cambios y desplazamientos, óptimo aprovechamiento del espacio y dinámica escénica.

La música ha encontrado una satisfactoria traducción y versión al español gracias a la labor realizada por Eduardo Galán y el director en las letras y en las orquestaciones de Halio Ávila y Carlos López Montaña.

A algunos le ha molestado el doblaje que, excepto en la escena final, estructura todo el trabajo de los cantantes, pero estos lo hacen tan bien, que apenas se da uno cuenta del artificio, sobre todo si nos dejamos seducir y arrastrar por la rica visualidad de los elementos comentados (valga anotar aquí la rigurosa producción de Jorge Luis Frías), y no menos por las bien timbradas voces de esos actores que, además de interiorizar y proyectar de manera convincente las características de sus roles, bordan sus desempeños con proyecciones vocales afinadas y certeras, aun cuando estas procedan de grabaciones.

El fantasma de la ópera es sin dudas uno de los éxitos de la temporada capitalina, con lleno absoluto en sus doce funciones, al punto de que hubo que ofrecer doble la última, también premiada por un público como decíamos conocedor y valorador de un género difícil, el cual, sin embargo, con talentos como los convocados para este montaje, puede seguir arrojando frutos más que alentadores.

Foto de portada: Nany de Almas