Padre Nuestro, con dirección de Agnieska Hernández, se mantiene en cartelera en la primera quincena de marzo: viernes 3, 10, sábados 4, 11, 8:30 pm, y los domingos 5, 12, 5:00 pm. Sala Tito Junco
Por Frank Padrón
Como texto dramático, Padre nuestro continúa perfilando la labor del grupo La Franja Teatral dentro del llamado «teatro documental» y a su autora y directora Agnieska Hernández (El diario de Ana Frank/Apnea del tiempo; Los pájaros negros) como un recio baluarte dentro de una rescritura creativa que camina por sí sola, se independiza de sus referentes y echa a volar.
Ya la dramaturga, además de en varias atendibles experiencias iniciales —como las muy recordables Streap Tease o Harry Potter: se acabó la magia— ha demostrado recientemente, en su versión del relato acaecido en la Alemania nazi sobre la célebre adolescente encerrada con su madre y otros perseguidos judíos en un sótano, o el encuentro del bailarín negro de tap Bill “Bojangles” Robinson con otra «niña prodigio» famosa (la rubita actriz Shirley Temple), sapiencia y dominio en la contextualización y re-semantización históricas y la re-creación textual para erigir discursos tan personales como anclados en nuestro hic et nunc.
El desgaste social, la parálisis dentro de la encerrona pandémica o el «racismo corriente» y enraizado fueron teclas pulsadas por Agnieska para su compañía o para Ludi Teatro en esas, sus más cercanas incursiones, pero en todas late la presencia de las relaciones p(m)aterno- filiales (sobre todo entre madres e hijas adolescentes, lo cual trasunta ecos autobiográficos) dentro de una proyección feminista que sin embargo, trasciende generalmente el superobjetivo de las obras a dianas mucho más generales y universales.
Con Padre nuestro, aun en cartelera, se parte de la novela Karakter, de Ferdinand Bordewijk (Ámsterdam, 1884- 1965), uno de los más importantes narradores holandeses del pasado siglo, quien focaliza aquí la tirante relación entre un padre tiránico y perverso, una madre sumisa y el hijo de ambos, para reflexionar en torno a la incomunicación, el auto encierro y la destrucción inter familiar.
También llevado al cine, incluso con un Oscar extranjero a su haber, el texto-fuente muta en la perspectiva de nuestra coterránea hacia el sujeto femenino (es aquí una hija) en relación con el padre ausente, militar casado y con otros descendientes («legítimos», claro) tanto de la amante «seducida y abandonada», devenida madre involuntaria y nada amorosa con el fruto de esa relación, como de este con ambos.
El radio de emplazamiento de la escritora cubana en su versión libre se amplía entonces al machismo y el patriarcado castradores, la maternidad irresponsable ante las frustraciones femeninas, las niñas expuestas a violaciones y faltas de afecto hogareño y no menos importantes, los feminicidios que también entre nosotros, lamentablemente, cobran dimensiones preocupantes por día.
La puesta, como es ya sello del colectivo, deviene performances y tribuna donde los actores se dirigen directamente al auditorio desde el «micrófono abierto», sin que ello implique renuncia a las acciones dramatizadas a lo largo del espectáculo, de carácter nuevamente multi artístico: audiovisuales desde pantalla de fondo, coreografías, música ejecutada en vivo por los actantes desdoblados en instrumentistas y cantantes, actores, bailarines…
El resultado, si bien cohesionado y visualmente hermoso (el tratamiento del vestuario y la escenografía, a veces también danzante, en consonancia con el relato dramático; la banda sonora como poderoso elemento expresivo; la dinámica escénica integrada al discurso verbal…) se resiente a veces por ciertos anti-clímax que afectan un tanto el conjunto —las frecuentes rupturas y distanciamientos bretchianos de los actores o la colocación de estadísticas internacionales sobre crímenes a mujeres, que acaso pudieran situarse al final— pero en términos generales, se trata de una puesta que comunica y conmueve.
En ello tienen gran responsabilidad varios artistas que desde la perspectiva inter-cultural e interactiva del espectáculo, han volcado su experiencia y talento: los músicos Leyssys O’ Farril, Roberto Reicino, Daniel Valdés Castro y Pedro Rojas (director); la coreografía de Dayler Álvarez, la escenografía y diseño de Abel Barreto, la producción de Roberto Hidalgo y las actuaciones del propio Peter, Lulú Piñera, Alejandra Jesús, Nela Sánchez y Laura Alejandra, no todos ni siempre a la misma altura histriónica de los personajes pero armando un satisfactorio trabajo de equipo, sobre todo teniendo en cuenta la complejidad de la escritura.
Teatro necesario y de grandes posibilidades comunicativas —lo demuestra la empatía y complicidad del público— siempre esperamos por el quehacer de Agnieska Hernández y su trouppe.
Fotos Maité Fernández Barroso