«Drácula» y el Ballet de Camagüey; más allá del movimiento

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El éxodo de bailarines unido a la carencia de recursos financieros y materiales impedían un nuevo alumbramiento, pero la consagración de su colectivo, unida a la gestión del Consejo Provincial de las Artes Escénicas, contribuyeron de manera decisiva a que pudiera reponerse el ballet Drácula

Por Kenny ortigas Guerrero

Más allá de aciertos y desaciertos que pueden gravitar sobre la percepción que se tiene de una puesta en escena tras sus primeras funciones, existe un conjunto de elementos que, valorados de manera integral, tratando que la balanza no se vaya de un solo lado -a favor o en contra- hacen de esta, un acontecimiento digno y trascendente.

Luego de la reposición de Cantata (2022), del coreógrafo Iván Tenorio, y Cascanueces (2023), el Ballet de Camagüey no se había empeñado en sacar a la luz otra mega producción. Situaciones de todo tipo daban al traste para que la compañía concretara un espectáculo de gran envergadura.

El éxodo de bailarines unido a la carencia de recursos financieros y materiales impedían un nuevo alumbramiento, pero la consagración de su colectivo, unida a la gestión del Consejo Provincial de las Artes Escénicas, contribuyeron de manera decisiva a que pudiera reponerse el ballet Drácula, del querido coreógrafo Norbe Risco, asiduo colaborador de la insigne agrupación camagüeyana.

En Drácula se juntan -para hacer de él un fastuoso montaje- la acertada escenografía y su decorado, el diseño de vestuario, la iluminación y el sonido, los que son capaces de atrapar al espectador en disímiles atmósferas que condensan estados dramáticos con tonos muy específicos que lo trasladan -dando riendas sueltas a la imaginación- por momentos de éxtasis, romance, suspense y sugestión, sin dejar la narrativa al libre albedrío, facilitando además la lectura de cada escena, las que ubican al público en el lejano 1462 en Constantinopla, donde Bram Stoker circunscribe su novela homónima que sirve de referencia a esta creación balletística.

A Regina Balaguer, directora de la agrupación, le gustan los retos, pero más que eso, los asume junto a sus artistas y equipo técnico con mucha pasión y rigor. Una de las peculiaridades que exige de sus bailarines especial atención y ocupación dentro de este montaje, es su desbordada teatralidad, la que conlleva a un desempeño interpretativo de alto nivel. El estudio de los roles de cada personaje, el carácter y tono que define cada cuadro constituyen enjundia sustancial para redondear un fino trabajo espacial, desde cada composición y el abordaje coherente de las relaciones entre cada personaje y la circunstancia en la que se encuentra.

El sentido de interdisciplinariedad apuntaló, desde el inicio, cada tejido artesanal, con el apoyo de profesores de actuación y de especialistas en cine, que colaboraron en hacer de la historia un hecho más cercano e inteligible. Aún con la imposibilidad de acceder a recursos técnicos modernos que pudieran ayudar a la construcción de la espectacularidad, se constata un esfuerzo por hacer de esta una pieza sugerente y de poderoso impacto visual, en el uso de los escasos elementos con los que se cuenta.

El elenco actual del Ballet de Camagüey es joven, en su gran mayoría recién graduados de esta especialidad, pero la sed de mostrarse ante un público que reconoce su valía los conduce a poner esa energía extra, que sopesa la falta de experiencia y de ese necesario e imprescindible reservorio de habilidades que solo las otorga, la constancia en el tiempo.

No obstante, la puesta aún puede crecer desde una mejor sincronía del cuerpo de baile, mayor verosimilitud en la construcción de la pantomima y también, en alcanzar un exquisito control de los movimientos escénicos para entradas y salidas, cambios de escenografía, tiempos del sonido y de la iluminación. Por ejemplo, se pudiera valorar que los utileros que realizan movimientos de los accesorios vistieran de negro, como el waki del teatro Noh japonés, para evitar distracciones que rompen con la magia de la atmósfera lograda.

Los roles protagónicos cuentan con la pericia de experimentados como Yanni García, Iradiel Rodríguez y Yuniet Herrera, los que impregnan de virtuosismo y carga dramática cada suceso, a su vez, las jóvenes figuras que transitan a paso firme el camino de la consagración como excelentes bailarines, también se hace latente y perceptible en Grettell Martínez, Idalenis Martínez, Daniela Sánchez, Leyanis Lores, Yolaini Molina, Javier Ramírez, por solo citar algunos nombres.

Con Drácula, el Ballet de Camagüey, una vez más legitima su posición como una de las principales agrupaciones danzarias de la isla, da muestras de crecimiento profesional y enarbola con prestancia lo más auténtico de la escuela cubana de ballet: gracia, excelente técnica, ligereza, seducción en la interpretación.

Creo que el programa de funciones se quedó corto ante la demanda que se avizoraba con el público, luego de tanto tiempo sin subir a escena, limitados por la inestabilidad electro-energética, ameritaba la ocasión una temporada más extensa, pero eso formará parte de un próximo capítulo. Por el momento, el Teatro Principal de la Ciudad de los Tinajones espera septiembre con ansias, para que Drácula habite, con ese halo de misterio, su escenario.

Fotos © Cortiñas Friman