Las artes escénicas cubanas han perdido en los últimos días a dos tenaces trabajadores, que por muchos años han permanecido comprometidos con el trabajo de cientos de artistas y de las instituciones donde desplegaron una labor intensa y comprometida con el teatro de este país.
Cecilia Sodis Carrillo, directora por muchos años del Teatro Sauto de Matanzas, falleció este primero de diciembre, y Julio Díaz Valle, maquillista de la Compañía Hubert de Blanck, y colaborador de muchos teatristas cubanos, murió el pasado 24 de noviembre, en el propio teatro donde trabajó casi toda una vida. A ellos dedicamos estas dos notas escritas por nuestro colaborador Rubén Darío Salazar, director de Teatro Las Estaciones.
UNA OVACIÓN FINAL PARA CECILIA
El mes de diciembre de 2016, intenta acumular toda la tristeza posible, y casi que lo logra. Desde hoy, día primero del último mes del año, el Teatro Sauto de Matanzas, ha perdido a Cecilia Sodis Carrillo, su directora desde hace más de dos décadas. Cecilia, mujer con nombre de canción y de zarzuela, entregada en cuerpo y alma a la actividad sociocultural de un coliseo que ya reconoce en su historia, los pasos y el pensamiento de esta guerrera nata, que soñaba mediante acciones la recuperación constructiva del centenario teatro de la Plaza de la Vigía.
Cuantas anécdotas, recuerdos, testimonios y energía se van con Cecilia. Todo el que la conoció de cerca y hasta de lejos, sabía de su entereza como persona, como trabajadora, como cubana, pero sobre todo conocía de su inmensa pasión por el Teatro Sauto. No va a ser fácil ocupar ese espacio.
Todo su espíritu ha de andar por los pasillos que otrora recorrieran Anna Pavlova, Sarah Bernhardt, Enrico Caruso, Rita Montaner o Bola de Nieve. En su escenario, desde donde se dirigió alguna vez al público con discreta comunicación, también se le podrá recordar, aunque lo de Cecilia era ver a Sauto funcionar, que estuviera activo, lleno de gente y de buen arte, que estuviera bonito, limpio y sobre todo se mantuviera fiel su arquitectura original. Lo que más duele de su pronta e inesperada partida es que no va a ver terminada su principal inspiración, el principal motivo que, además de su familia, la hacía vivir.
La visité recién en su oficina, llena de materiales, papeles, órdenes y objetos de arte; fui a hablarle sobre mi idea para el espectáculo de inauguración, aún sin fecha posible. Ya estaba enferma, pero su sonrisa, entre apagada y optimista se me clavó en el corazón. Dicen que Cecilia quiere decir pequeña ciega, patrona de la música, fuerza, voluntad, valor, alguien comunicativo, sociable, dinámico, intuitiva y responsable. Parece que es verdad, porque esas cualidades y otras tantas adornaban a una mujer grande físicamente e inmensa como luchadora por la cultura cubana.
La vamos a extrañar por mucho tiempo. Cuando el Sauto abra nuevamente sus puertas, una brisa de Cecilia bañará nuestros rostros, las luces se encenderán y los ojos de Cecilia nos estarán mirando complacidos, aplaudiremos felices, y en el sonido de aceptación aprehendido por los humanos durante siglos, habrá un sonido especial para Cecilia, un aplauso de evocación y de vida, una ovación cerrada de respeto, admiración y amor.
Corría el año 2003, Teatro de Las Estaciones se aprestaba a estrenar La caja de los juguetes, un ballet para muñecos de Claude Debussy (1913), en la capitalina Sala Teatro Hubert de Blanck. Sabíamos que allí estaba el maestro Julio Díaz Vale (Un mago del maquillaje escénico desde los años 70 del siglo pasado) y Zenén Calero nuestro diseñador, no más llegar a La Habana, le pidió que creara el maquillaje de los actores titiriteros. Nos dijo que necesitaba ver un par de ensayos. Así lo hizo, luego bajó a su camerino (porque el camerino del Hubert era y seguirá siendo su camerino para siempre), y subió al escenario con unos bocetos de lo que haría en nuestras caras (la de Fara Madrigal, Migdalia Seguí, Freddy Maragotto y yo).
No hubo que decir más nada. Su propuesta fue brillante, y Zenén la continuó haciendo según su diseño el tiempo que el espectáculo se mantuvo en repertorio.
Esa colaboración afianzó nuestra amistad. Cada vez que trabajamos en Hubert de Blanck, era un deleite poner nuestras caras en sus manos. En 2011, lo volvimos a llamar para hacer el maquillaje para la puesta en escena musical Canción para estar contigo, con Bárbara Llanes. Nos lo llevamos de gira por toda Cuba. Se convirtió en el niño del grupo, siempre amable, con un chiste a tiempo y un montón de anécdotas de los grandes de las tablas cubanas: Raquel Revuelta, Ana Viñas, Isabel Moreno, Adolfo Llauradó, José Antonio Rodríguez o Aramis Delgado, por solo mencionar algunos, eran los protagonistas de sus mil y una anécdotas.
Fue la propia Bárbara quien me dio la infausta noticia en este fin de año que se lleva a tanta gente entrañable, amigos, padres, colegas. Como si Nostradamus se propasara en sus pronósticos apocalípticos, llevándose a nuestros seres más queridos. Julito vivirá para siempre en la memoria del teatro cubano. Sus manos se mueven todavía, hábiles, creativas, inventando rostros para sufrir y para gozar. ¡GRACIAS JULITO!