Por Roberto Pérez León
todo el arte de Kafka consiste en obligar al lector a releer
Albert Camus
Este mes de junio hará cien años que estamos sin Frank Kafka. El centenario de su muerte ha sido acicate para repensar al escritor checo que ya sabemos marcó el siglo XX.
En un trabajo anterior, a propósito de la insignificancia que tuvo el teatro en la obra de Kafka y pese a ello la fulminante posesión que las artes escénicas han hecho de esa obra, referí a Virgilio Piñera quien devela la médula del secreto de Kafka.
En el invierno de 1945 la revista Orígenes (año II, número 8) publica el ensayo El secreto de Kafka donde Piñera, en ocasiones considerado el Kafka caribeño, declara el autor checo superior en la generación de imágenes a Dostoievski. Según el cubano, Kafka “gravita, planea por modo tal en su obra que arrastra al lector al delirio de la ensoñación, del sueño a ojos abiertos, de la pesadilla despierto; y por otra parte es tan saludable que tiene el poder de apartar ese «horror de la actualidad» y transmutarlo en «horror delicioso de lo intemporal». He ahí precisamente el error o la falla de un Dostoievsky, por ejemplo.
En la obra de éste la invención está por debajo de cero y la complicación psicológica alcanza cifras astronómicas. Ello explica muy bien esa fatiga que nos invade cuando queremos recorrer de principio a fin Los hermanos Karamazov. No nos ofrece la novela para este viaje ningún «tapiz volador» y debemos vernos la piel durante todo el recorrido. Kafka, en cambio, nos lo ofrece ampliamente. En él ficción e invención adquieren proporciones infinitas, de modo tal que las cargas de actualidad se hacen también ficción e invención. He ahí todo su secreto.”
Así concluye Piñera su análisis sobre la obra de Kafka.
En la bibliografía a la que he tenido acceso no he encontrado semejante audacia hermenéutica en ese período que se publica el ensayo en la revista habanera. En este mismo espacio y a propósito de Kafka en el teatro dejé anotado que la singularidad exegética con que Virgilio Piñera de “El secreto de Kafka” (1945) en la revista Orígenes es luminosa:
Sería interesante si pudiera ser escuchada la reacción de un lector de Kafka para el año 2045. De cierto que a este lector no se le vería aplastado por las ineludibles cargas de actualidad, es decir, por los conflictos del siglo, que toda obra sobrelleva como «obra muerta», como «peso muerto», y que nosotros, personas del siglo, tenemos que comprobar y sufrir al leerla.
Siempre se ha visto a Kafka como una víctima social que, ante la alienante burocracia, como única perspectiva existencial, expresa su tormento, su opresión deconstruyendo, simbólicamente desde la literatura, la sociedad. De ahí sus laberínticas y extrañas incursiones narrativas de una precisión escalofriante donde se destilan los dilemas sociales hasta la contemporaneidad que nos asiste.
La obra de Kafka tiene una visión purgativa, se adelanta a los trastornos de la sociedad del cansancio, a la psicopolítica, al enjambre de la intereconectividad, al estado de agotamiento constante, al dominio del capital y la información y toda la letanía de angustias del período neoliberal en que vivimos.
Cierto que en Kafka vemos un rosario de muchas cuentas signadas por la contemporaneidad social y un racionalismo desesperante: autoritarismo, anonimato, enajenación, uniformidad, extravío, inercia, culpabilidad, impersonalidad, aislamiento, aislamiento, ironía, burocracia, precariedad, inseguridad.
Todas estas perspectivas y el laberinto de símbolos que las acompañan claro que forman parte de una articulación con lo social y sin duda es una dimensión para comprender la obra de Kafka. Ahora bien, Piñera no reduce la obra de Kafka a esas proporciones y considera que las creaciones de sus imágenes desde una jerarquía invertida organizan sus vicisitudes y emergencias con una tensión incesante.
Entre Piñera y Kafka está lo que el primero privilegiaba en el acto de escribir, en el hacer literario, que no era precisamente la alegoría sino lo sorprendente, las “enormes arquitecturas de imágenes”, “la razón literaria, la invención literaria”, “la sorpresa literaria”, “la sorpresa por invención”, “los medios puramente literarios”.
La autonomía de lo literario sobreponiéndose, desafiando a toda referencia extraliteraria, el “deus ex machina”: el escándalo de lo ficcional que no impide dar fe del mundo
Lo apabullante de Piñera y Kafka es que la realidad del mundo actual no es que se verifique en sus obras, sino que esa realidad reproduce esas obras en sus contingencias y acciones. La invención hace que sean obras donde se explaya una crítica y una clínica social para respirar y aliviarse.
Sí, obras que no dejan de ser un objeto estético literario con imágenes dadoras de sentido nuevos y devenires trastornados. Al respecto, Deleuze y Guattari declaran: «El arte no es el caos, sino una composición del caos que da la visión o sensación, de tal modo que constituye un caosmos, como dice Joyce, un caos compuesto, y no previsto ni preconcebido».
La invención literaria como recurso absoluto considera Piñera que es la médula de la literatura. En la sorpresa, el pinchazo, el efecto es donde late la realidad de la literatura por encima de la realidad cotidiana. La invención producirá la sorpresa imprescindible de la novedad de las imágenes que no implican necesariamente la contemporaneidad.
Así Piñera afina su visión de Kafka:
“Es por esto que importa concluir sobremanera que Kafka no es otra cosa que un literato que da fe de la marcha del mundo. Ahora bien, este dar fe no se verifica a base de teología alguna, ética o filosofía. Se verifica estrictamente por medios puramente literarios, es decir, mediante enormes arquitecturas de imágenes. De ahí que deba tenerse sumo cuidado, al practicar una disección de la obra kafkiana, de no caer en lamentables tautologías. Todo el mundo reconoce que uno de los pilares esenciales del arte de Kafka es su lúcido olvido del individuo (aisladamente considerado) y su énfasis absoluto sobre lo objetivo del mundo. Pero con la virtud erigen el error: al practicar la disección de su obra le atribuyen todos los supuestos subjetivos imaginables y olvidan su única razón objetiva, esto es, la razón literaria, la invención literaria.”
La revista Orígenes (Primavera Año II, N° 5) unos meses antes de aparecer estos presupuestos sorprendentes para un análisis y crítica de una obra literaria publica la reseña que Cintio Vitier hiciera de Poesía y Prosa (1944) de Piñera, cuaderno que cuenta con ocho poemas y catorce relatos breves, financiada por el mismo autor. Entonces consideró Vitier:
Virgilio Piñera podrá ostentar en todo caso el honor de haberse enfrentado, para delatarlo y ceñirlo insuperablemente, con el vacío inasible y férreo que representa para nosotros, a través de nuestra cotidiana experiencia metafísica, el demonio de la más absoluta y estéril antipoesía. Y sin duda por ello simbolizará siempre, para el posible lector sucesivo, una desconcertante hazaña.
También la obra de Kafka es “una desconcertante hazaña”. Piñera vio que en “él ficción e invención adquieren proporciones infinitas, de modo tal que las cargas de actualidad se hacen también ficción e invención. He ahí todo su secreto.”
Ilustración de Portada: Pinterest