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Después de la pandemia… el TEATRO* (IV)

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Agnieska Hernández Díaz, dramaturga y directora del equipo interdisciplinario La Franja Teatral, aporta al coloquio unas reflexiones muy especiales, en tanto son parte de unas de sus creaciones más recientes y llevan un espíritu revelador, muy oportuno cuando debemos asumir los desafíos que las actuales y futuras condiciones de vida generan para todos.

Agnieska nos dice:

(Fragmento del cuaderno Una poesía por persona, donde enlato estos meses)

(…) La tierra paró en seco y ahora todo se replantea a nivel macro y desde ahí bajando en caída libre hasta las decisiones de gastos más privados. Se suponía que este sería un tiempo para que las sociedades pensaran en cómo hemos vivido y nos han hecho vivir hasta hoy. Hoy es el día 108. Más de 108 días sin teatro.

El teatro ha recibido un golpe en el centro de su anatomía, en el convivio que lo define. Estamos esperando por el sol, el aire fresco, y esperamos por el teatro. Desde las muestras y conciertos online el Arte aparenta estar vivo. Hay angustia. Pero está ocurriendo algo muy bueno. Los artistas de todos los países, simultáneamente y siempre desde ese estado de vigilia, exigen reacción a sus gobiernos. Probablemente esto nos ayude a pensar.

Ahora mismo está perforada la manera más clásica de producción en la sala teatral. Se cancelaron las giras, los festivales y la rentabilidad de la taquilla. Duele más mientras más grande es la compañía. Tampoco es fácil para los grupos más pequeños, colectivos o proyectos, pero estos al final siempre han participado de la depuración de un cuerpo y diez palabras, y en el espacio público, incluso.

El gran disparo del arte. La franja teatral, dirección de Agnieska Hernández Díaz.

Hay una oportunidad virtual para el teatro, esta vez no como cine-teatro, sino desde el teatro gesto que replantea el performance, la acción poética, el teatro clip, la experiencia del compartir, como hermanos que pueden crecer junto al cine, pero con bordes filosos como la lata donde viene un teatro en conserva. Las fórmulas para crear un gesto de presentación online llenan un espacio, abarcan, tienen la belleza de documentar esta etapa, de alguna manera continúan los festivales virtuales, pero si la virtualidad adopta al teatro, puede que lo derrumbe, porque en definitiva hace mucho que derrumbamos los cines, las bibliotecas, las librerías, las visitas personales, y puede que las políticas culturales se habitúen a que estas maneras llegaron para quedarse.

Netflix ya tiene su espectador. Son plataformas editadas, antipoéticas y superficiales, donde nadie tiene mucho tiempo para nadie. Son plataformas de popularidad, adaptadas a la acción y a la progresión dramáticas. Se impone el ritmo. Es el reino de la edición y las herramientas de la apariencia. Sin embargo, es importante la presencia, el proceso, la comunión, la resistencia virtual, pero sin dejarnos adoptar. Más responsable es que cada política cultural resguarde sus patrimonios teatrales, si en definitiva ese espectador va a los bares, come en un restaurant, hace las compras. Confiamos menos en las aerolíneas, y aun así volaremos. Queda pendiente generar escenarios posibles, priorizando la salud. Rentable no es, y sin embargo es teatro, que es un organismo fuerte, resistente. Ha sobrevivido a la censura, a la falta de apoyo, a los parámetros, a la ineficacia para aceptar nuevos proyectos, a su rentabilidad dudosa. Toca a las instituciones viabilizar que el teatro pueda ir al afuera si lo desea. Toca a las políticas culturales guardar algo dentro de esta crisis para resguardar el Arte y regresar lentamente a nuestros escenarios posibles (…)

Pedro Franco, director de El Portazo, Matanzas.

Pedro Franco, actor, dramaturgo y director de Teatro El Portazo, comparte sus opiniones:

Cuando nos despedimos al terminar la función de cierre de Traspasos Escénicos en el Piano Bar Delirio Habanero, en el último piso del Teatro Nacional de Cuba, estábamos lejos de imaginar que aquella noche constituiría el ultimo referente práctico que podríamos citar y revisar sobre la investigación que cinco años antes abrimos, para intentar crear un sello, una manera singular de relacionarnos con los espectadores.

Nos despedíamos agradeciendo una pausa en la dinámica de trabajo trepidante que nos llevaba de teatro en teatro y de ciudad en ciudad, fascinados por la conquista de nuevas plateas, a las cuales abordar desde un dispositivo escénico diseñado para atacar la convención y liberar una manera distinta de recepcionar y devolver la experiencia de la representación. Nos alejamos bajo el compromiso de mantener una comunión virtual que, en esa noche no estaba orientada a generar un nuevo contenido, un nuevo lenguaje, ni siquiera una sistematización de la presencia digital en el imaginario de una sociedad que comenzaba a asimilar la democratización de la programación online, como una vía cómoda y segura de consumo; adjetivos que personalmente no me interesan como soportes de la recepción.

Aquella sugerencia de crear pequeños mecanismos de trabajo virtual, en un país donde la conexión aun pasa por el lujo más que por la necesidad, era la manera urgente y transitoria de no enfriarse, para que cuando todo volviera a la normalidad en unos días, o tal vez semanas, pudiéramos retomar la vida lo más cercanos posibles al punto donde habíamos forzadamente abandonado la rutina.   Esta pausa obligada no solo nos dio el necesario descanso, sino que día a día, a través de oficialísimas conferencias de prensa, se desmontarían todos los recursos que sostenían nuestro trabajo, proporcionándonos la sensación de indefensión más intensa que registrábamos como creadores.

Asistíamos impotentes y presos de la incertidumbre, a la contraindicación de nuestra poética por cuestiones sanitarias mortales.  La interacción, el cuerpo del actor, la complicidad y la realidad de la cercanía, esas pequeñas gotas de saliva que en ocasiones la luz revela mientras se defiende un parlamento, el tacto, el baile, el espacio compartido, la utilería, el lunetario, el otro y lo otro; los recursos que toda la vida nos enseñaron que podríamos utilizar, para traducir en formas y sensaciones nuestra percepción de la vida, eran condiciones de un riesgo real que nos convertían, como gremio, en agentes supercontagiadores.

Cada día me levantaba intentando tener un alumbramiento que compartir con el equipo creativo, sobre cómo asumir el trabajo cuando anunciaran el desconfinamiento. Resultó curioso que la primera fuente de acción estuviera determinada por el MINSAP (Ministerio de Salud de la República de Cuba). Los especialistas en epidemiología y sus protocolos sanitarios sentarían las pautas sobre las que construir una ficción, como si ya la realidad no tuviera matices de relato irrepresentable.  La teatralidad emergería de la combinación y utilización de variables espaciales, elementos de protección en las vías respiratorias y señaléticas que ponían una nueva mordaza al comportamiento. Todo esto, ajeno a nuestras intenciones primarias, a nuestras obsesiones formales, a nuestra habitual manera de comunicarnos, está siendo el ejercicio por encargo más arduo que hayamos enfrentado.

Lo más importante, a nuestro juicio, ha sido el extrañamiento que supone el gesto de hacer teatro y asistir al teatro para contar y escuchar una historia. En la obviedad de intentar evadirnos, llevando a escena un relato que desencaja con el contexto, o en la morbosidad de hablar de un pasado reciente que aun modifica nuestras vidas, causándonos un dolor colectivo, encuentro altas dosis de imprudencia. He aquí la pregunta que nos azota: ¿De qué debemos hablar ahora? Más allá del consabido espíritu de resistencia que sostiene el teatro, encontrar los motivos adecuados para ejercer con responsabilidad la convocatoria a la asamblea, es una urgencia para reaccionar creativamente a las circunstancias y no para actuar como meros supervivientes.

Enfrascados en diseñar estrategias que vinculen nuestros motivos personales y colectivos con diferentes audiencias, intentamos superar el trauma del despojo, confiando en que cuando nos sintamos capaces de reaccionar con una utilidad concreta, podremos defender y exigir por derecho propio, sea reconocida nuestra participación en la construcción de una sociedad donde todos sus actores son capaces de ofrecer una respuesta.

La actriz María Laura Germán, en la serie Los Títeres del Mundo, producida por Teatro de Las Estaciones y el Consejo Nacional de Las Artes Escénicas, una de las iniciativas de estos meses de pandemia.

Los desafíos que tenemos enfrente son muchos y de muy diversa índole. Pero saltan a la vista, con más o menos nitidez, varios puntos de referencia para orientarnos hacia lo más decisivo en lo que a la creación y la circulación del teatro se refiere. El tiempo y el trabajo de cada uno, ayudarán a poner las cosas en sus sitios. No creo que la crisis de salud que atravesamos –en medio de otras tantas crisis- nos cambie por efecto de un sortilegio. Seguiremos siendo los mismos y con las mismas o muy parecidas pretensiones, con los mismos modos de pensar y actuar. Similares gustos y deseos. Las modificaciones a nuestros procedimientos creativos y de vida se impondrán orgánicamente, sin que la violencia o la ruptura se generalicen como modos de acción transformadora. El teatro, o los teatros con los que convivimos y en los que trabajamos, ya están regenerando sus operatorias en aras reinventar las posibilidades de encuentros para trocar relatos e imaginarios con sus públicos renovados, al paso del estremecimiento de la enfermedad. Las teatralidades que construimos ampliarán sus estrategias de composición, incluirán materiales y operaciones novedosas, junto a aquellas que siempre han ayudado a hacer del teatro y las artes de la escena un acontecimiento vivo. En este sentido, las alternativas son sumamente precisas: trabajar, renovar y vivir.

Pero esta idea también puede ser una quimera, ante el torrente de cuestiones que hoy interrogan las prácticas artísticas, culturales y sociales, inmersas en una crisis económica y humanitaria de proporciones y secuelas todavía incalculables. Más allá de redefiniciones técnicas, discursivas y de ajustes en los modos de producción y circulación de las artes, particularmente en las artes escénicas y performativas que demandan la convergencia de creadores y espectadores en un acto público de exposición y riesgo, creo que se está gestando –o puede gestarse- un cambio en la percepción y la manera de asumir la implicación del teatro en la sociedad. Semejante posibilidad pudiera darse en la medida que los debates cívicos y los goces derivados de las representaciones, en lo íntimo o lo público, varíen sus modos de concreción, sus lógicas de funcionamiento y el sentido mismo del encuentro social, para un acto que, arrojado y vital, no es esencialmente necesario. Por ello, habría que salvaguardar, junto a la memoria, la necesidad del teatro. Una necesidad antigua, perdurable; cargada ahora de motivaciones imprevistas y de normas sanitarias de comportamiento contradictorias con el sentido de la congregación teatral.

Las estrategias creativas y de producción que hemos gestionado hasta el presente, se han visto sometidas circunstancialmente a exploraciones que reorientan sus objetivos habituales, procuran otros campos de acción y revelan posibilidades de trabajo que tal vez no habíamos considerado hasta sus consecuencias más profundas. Una nueva correlación entre lo público y lo privado, lo individual y lo colectivo, emergerá de las búsquedas en plataformas y medios diversos, para mantener o innovar las posibilidades de conexión entre creadores y públicos.  Tras el recogimiento reflexivo, correspondiente con la conmoción de la pandemia, transcurrirán por nuestros escenarios reales o virtuales nuevos temas, abiertos a problemas sociales y humanos de connotación inmediata. No vislumbro en esa zona estremecimientos demasiado bruscos.  Como siempre, los temas van y vienen, para negociar con nuestras expectativas. Son el registro de inquietudes cercanas que hacen confluir a los artistas y los espectadores en un territorio contrastante de reflexiones, intercambios y complacencias espirituales.

Tomado de Cubadebate

En ese mismo rumbo, el trabajo con los dispositivos tecnológicos, las indagaciones en los lenguajes tradicionales y los de mayor actualidad, así como las exploraciones en los medios expresivos para sostener las relaciones entre las escenas y las plateas, plantearán reformulaciones de las teatralidades, la materialidad de las imágenes, los comportamientos escénicos y las maneras de agruparnos para hacer realidad las nuevas coexistencias teatrales.

Ello no solo implica al evento de la representación, sino a toda la cadena productiva y de circulación de las creaciones. Presiento que en diversas áreas de las artes escénicas –y no en todas necesariamente-, entrarán a funcionar otras paradojas para la creación, en la medida que los comportamientos históricos de los pobladores del teatro, tanto en salas como en ámbitos abiertos, han de lidiar con la confrontación entre los recursos técnicos y formales tradicionales y las exigencias de una nueva convivencia ciudadana, por demás diversa, plural e imprevisible. En esa dinámica social, la decisión de participar en el acto teatral se convierte en un gesto de alto contenido humano de innegable incidencia política, por la repercusión que el gesto puede tener para la comunidad de participantes en el hecho escénico. Estar en el teatro, hacerlo y compartirlo, supone una revisión de nuestros oficios como creadores o espectadores. Querámoslo o no, se transforma la naturaleza del acontecimiento escénico, por encima de los diferentes designios temáticos o de lenguajes que, al cabo, no creo que tengan modificaciones significativas.

Cada artista hará el teatro que lleva dentro. Esa será su aportación auténtica a los nuevos tiempos y a los públicos. Será también su ofrenda ética a la profesión. Sostener la coherencia y la sinceridad en los asuntos y pericias creativas, seguirá siendo la base sólida para cualquier negociación desde la esencia de cada proyecto, sin manejar adulteraciones emergentes para estar a tono con las contingencias. Hay en ese proceder un valor añadido: la lucha por sustentar las verdades del oficio, frente a los cambios impredecibles que las crisis económicas impondrán a las estructuras políticas y a sus capacidades para proteger y desarrollar los procesos culturales.  Los gobiernos e instituciones oficiales, en tanto servidores públicos, junto a los tributarios privados y las organizaciones civiles, tendrían que renovar sus concepciones sobre el rol y las posibilidades de las artes escénicas en las dinámicas sociales, porque ellas son las más colectivas, movilizadoras y, paradójicamente, las más desvalidas en lo que a recursos materiales se refiere. En consecuencia, estos organismos pudieran encauzar mejor sus aportaciones a las poéticas teatrales tradicionales y a las innovaciones artísticas, sometidas igualmente a las transiciones de los modos de producción, las tácticas de proyección social y los desafueros en la obtención de soportes materiales y técnicos para el mejor desempeño de los proyectos creadores.

Ernesto Parra y su colectivo Teatro Tuyo se han mantenido activos en varias plataformas digitales y también en los espacios de Tunas Visión, telecentro de la provincia Las Tunas.

En contexto tan tenso, las imágenes y relatos de nuestros teatros, así como las presencias de los espectadores, tendrán una incidencia más efectiva en la vitalidad del hecho escénico. Las interacciones en este ámbito, con innovaciones o no, deberían también reposicionar los encargos de la crítica, las prácticas teóricas y, naturalmente, las capacidades y acciones inherentes a los modos de producción y la movilidad de las obras. Mayor flexibilidad, relatividad y transitoriedad en las aproximaciones valorativas, en las sistematizaciones de saberes y procedimientos, así como en las aportaciones de recursos para los creadores y gestores, se convierten en demandas de primer orden durante los impactos de la pandemia y en los estadios posteriores.

La recuperación no es solo un proceso técnico y material; también afecta el plano subjetivo, emocional, espiritual y motivacional de creadores y públicos. Por ello, los aprendizajes adquieren un sentido colectivo mayor. Las nuevas ideas emergen de lo inmediato, pero se abren a construcciones disímiles, tal vez de mayor duración y trascendencia en el tiempo. El diálogo profesional y los apoyos a las gestiones productivas, junto a la preservación de los valores estéticos y la memoria fragmentada de estos tiempos, han de desarrollarse desde plataformas de acción más participativas, inclusivas y dinámicas, alejadas de taxonomías ahora mismo inoperantes o coyunturalmente endebles.

Al seguir las ideas que mis compañeros han tributado a este ejercicio de reflexión conjunta, emerge un mapa muy rico y plural, contentivo de algunos de los escenarios en los que volveremos a trabajar en Cuba. Soy consciente de nuestras singularidades, pero, a pesar de ellas, confirmo innumerables zonas de comunión con los teatristas y los espectadores de otras partes del mundo. Cada vez más, nuestras dinámicas encuentran resonancias y equivalencias con los modos de producir y gestionar los procesos creativos internacionalmente. Ello es consecuencia de los intercambios disímiles que hoy encuentran mayores posibilidades de realización, no solo en lo ateniente a los procedimientos poéticos, sino también a las vías y alternativas para gestionar los recursos que fundamentan las creaciones.

De las opiniones registradas en esta pesquisa, se deduce que no se han producido mutaciones cardinales respeto a las concepciones, discursos y métodos de las poéticas dramatúrgicas y escénicas a las que pertenecemos y de las que somos deudores. Todavía nos queda un buen trecho de tiempo para responder algunas de las tantas preguntas que aquí compartimos. Las respuestas traerán nuevos acercamientos al universo cambiante de la teatralidad, en virtud de liberar oportunidades para el encuentro entre actores y espectadores. Porque es ese el ritual inconmovible del acto teatral, independientemente de las variaciones que en él puedan producirse, a partir de la asimilación de nuevos soportes materiales y tecnológicos y, sobre todo, de nuevas maneras de asumir la creación y las múltiples variantes de las representaciones.

Ante la contundencia de la pandemia, pudieran pasar a un segundo plano las predilecciones estéticas o las zonas de mayor seguridad creativa. Todos convivimos en el peligro. La vulnerabilidad no es una idea sin sentido. Ya no es parte de una condición distópica. Es una certeza. Por eso las formas, metodologías y temas que nos impulsan a crear, se validan todos, o casi todos, ante la urgencia de los espectadores y de los mismos artistas por sobreponerse a la enfermedad, la distancia y la muerte, sosteniendo el teatro que mejor saben y pueden hacer.

Tengo la sensación que estos meses nos han hecho ver con más intensidad la dimensión colectiva de nuestros oficios teatrales. Las diferencias y fricciones que comúnmente generan disturbios en nuestro gremio, no han sido óbice para que cada quien emprendiera sus propias acciones, en pos de salvar su obra, su patrimonio creativo, su público y sus proyectos futuros. Desde lo individual de cada gesto, he recibido la misma intención de abrazo, acompañamiento y tributo. Esas señales no solo me hablan de creación, sino de ética y compromiso total con el teatro; sentido primordial de nuestras existencias, amenazadas cada vez más por las reacciones que la Naturaleza emite como señales de defensa a sus agravios y como reclamo conciliatorio de formas de vida más justas, equitativas y amables entre los seres humanos y el medio que nos acoge.

Las noticias nos hablan por estos días que los teatros comienzan a abrir en Cuba y otras regiones. El público regresa y los grupos ponen a prueba sus variaciones creadoras, amasadas durante el confinamiento y las distancias sociales e individuales. Como el pan, el teatro mantiene su condición de alimento para el alma, horneado con la inteligencia, la pasión y la entrega física de los hombres y mujeres que ponen sus cuerpos al servicio de las ficciones de cualquier signo. Asumiendo los protocolos de seguridad sanitaria, estamos descubriendo variantes oportunas para redimir el encuentro teatral. Creadores y públicos actuamos por una necesidad impostergable de relacionarnos y reafirmar lazos de presencia e intercambios de saberes y emociones. No importan los géneros o las fórmulas escénicas que nos convoquen. Ya estamos otra vez en los escenarios. Los mismos de siempre y otros que se han sumado a los dispositivos propiciadores del ritual histórico que nos congrega. El peligro permanece, la crisis muta en respuestas heterogéneas. Las artes de la escena resisten los embates y avanzan hacia nuevas apuestas creativas y de diálogos con la vida que nos toca, y aquellas otras vidas que podemos construir o transformar, a partir de los nuevos empeños.

Teatro El Portazo, Matanzas.

Teatro El Portazo, grupo en el que trabajo como asesor teatral, dirigido por Pedro Franco, ha reiniciado los ensayos de nuestro próximo espectáculo. Todos los hombres son iguales, texto de Yunior García Aguilera, ha tenido que variar algunas de las ideas originales de la puesta en escena, en virtud de las actuales coyunturas. Pero el proceso ha sido coherente con las estrategias creadoras del grupo, en tanto se mantienen como punto de referencia para el nuevo trabajo, las diversas fórmulas que hemos probado para articular relaciones modificadoras del status de las audiencias, en conexión con las movilidades estructurales de nuestras obras.

Trabajamos al mismo tiempo para escenarios en Matanzas y La Habana, integrando elencos distintos que no tienen obligación de repetir o asumir una única noción de la puesta en escena. Nos importa aliviar a los espectadores de las marcas sensibles y las predisposiciones nacidas durante el confinamiento. También queremos aliviarnos -sanarnos si fuera posible- de nuestras propias incertidumbres. Queremos volver al jolgorio y a la sabrosura contagiosa que el teatro nos permite hacer. Queremos volver a las licencias poéticas y críticas con las que hemos abierto serias polémicas sobre lenguajes, contenidos y problemas de la sociedad cubana contemporánea que nos atañen directamente.

Al igual que nuestros colegas, llegamos a este tiempo de cambios y afirmaciones, colmados de los recursos, los símbolos, los lenguajes y las historias que nos pertenecen. Estamos aquí, dispuestos a hacer lo que más nos interesa, aunque no todos podamos reaccionar de la misma manera, ni en iguales ritmos. A pesar de las carencias, el desasosiego, frente a las prioridades de la vida cotidiana, hoy puede ser diferente, como diría Emiliana, la enfermera luchadora de CCPC; porque, efectivamente, ahora todo es viable: podemos cambiar, permanecer o desaparecer. Sabemos, más o menos, el teatro que queremos hacer; nos toca revisar, reajustar e innovar, para resolver cómo hacerlo.

Noticias y mensajes recibidos desde muchos países, a través de los medios de comunicación y las redes, denuncian el desamparo y la indiferencia institucional que sufren artistas y agrupaciones de larga y prestigiosa obra, quienes merecen urgentes garantías laborales para mantener sus creaciones y sustentar sus vidas. Por ahora, es posible que los espectadores no se dispongan con facilidad a participar en los espectáculos, por lo que sus contribuciones no pueden ser soluciones previsibles para solventar el respaldo imperioso. Tal vez las jerarquías y necesidades respecto a los productos culturales se reacomoden durante un tiempo. Otras afectaciones pueden aparecer en el período incierto de la pospandemia, cuyos efectos todavía son dudosos en el plano material, en las dinámicas creativas y en el trabajo cultural. En Cuba, tales abandonos e incertidumbres no se han sentido con similar contundencia. Los creadores –como la generalidad de la población- han contado con protección salarial y otros apoyos en medio de una crisis de proporciones inconmensurables. Ello marca diferencias respecto a nuestras condiciones de trabajo y a las disposiciones para la recuperación, pero dichos resguardos no deciden la capacidad de acción de cada creador en relación con sus proyectos y sus públicos.

Tenemos que trabajar con esas certezas, por duras que resulten. Y trabajar significa, al menos para mí, un reposicionamiento de nuestros saberes, oficios y encargos creativos y profesionales. A fin de cuentas, somos unos privilegiados, en tanto hacemos lo que nos gusta, sin importar las razones que nos llevan a los escenarios. A pesar de las adversidades, el encuentro con los espectadores sigue siendo nuestro riesgo más placentero. Del mismo modo que no estamos inmunes a la enfermedad, tampoco deberíamos estarlo al conocimiento que estos días difíciles nos han proporcionado drásticamente. El teatro que nos espera, más allá de las estaciones de tránsito que recorreremos en lo inmediato, será tan contaminante, provocador y sutil, como lo ha sido hasta ahora. Pero tendrá que ser distinto, porque distintos son los tiempos, los relatos y las condiciones de vida que nos llegan tras la epidemia y el desconcierto.

La Habana, 18 de julio de 2020

 

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